La peste mediática



E l desprecio de la televisión capitalina por la verdad y por el ciudadano es cada vez más desvergonzado y cínico, al punto de haberse convertido en una auténtica calamidad pública, en una calamidad sin duda mucho peor que la peste bubónica. Porque si una peste puede matar a miles de personas, es evidente que unos medios inmoralmente utilizados pueden provocar también una guerra cuyos resultados podrían ser igual a los de una epidemia incontrolable, es decir, miles de víctimas. En nuestro caso, y pese a la sistemática siembra de odios promovida por la televisión caraqueña, la violencia, afortunadamente, no se ha generalizado y todavía disfrutamos de una paz relativa. Y decimos una paz relativa en el sentido de que las armas de fuego no han intervenido todavía, lo que no quiere decir, desde luego, que no se hayan utilizado otras armas tan destructivas y letales como las citadas. Tal es el caso de la desinformación o la manipulación de la noticia, que no solo son armas sino que también tienen efectos devastadores sobre la estabilidad emocional y psíquica de las personas.

El 2001 fue uno de los años de mejor comportamiento económico que ha experimentado este país en mucho tiempo. Unas reservas de divisas frisando los 20 mil millones de dólares; una inflación del 11 por ciento, después de haber llegado en años anteriores a niveles de pesadilla; unas tasas de interés en baja, ubicándose en algunos casos hasta en el 25 por ciento; un crecimiento del PIB del 3 por ciento. En fin, el panorama no podía ser más esperanzador y optimista para todos los venezolanos. Para todos los venezolanos, aclaro, excepto para los enemigos del proyecto de cambio que adelanta el actual gobierno. Para estos anti-venezolanos lo que venía ocurriendo en el campo de la economía era mucho más de lo que sus ilegítimas aspiraciones de regresar al Poder podían soportar, porque esas aspiraciones se afincan, precisamente, en el fracaso del régimen.

Y es que aparte de este imposible fracaso, no tienen otra posibilidad de éxito. Por el contrario, su carencia de mensaje y su oculto proyecto neo-liberal, mediante el cual entregarían nuestras principales industrias y riquezas al capital foráneo, no les garantiza otro destino que el de la desaparición definitiva del escenario político nacional. De allí que era vital para ellos inventar otras falsedades y mentiras distintas a pactos con guerrillas, a supuestos actos de corrupción, a los autoatentados, etc. Era necesario inventar algo más impactante; algo que, además de crear pánico en la población, afectara la calidad de vida de los venezolanos. De este modo, pensaban, descontentos los compatriotas con el gobierno de Chávez, le retirarían su apoyo, para lo cual nada mejor que obstaculizar el buen desenvolvimiento de la economía. Por eso, en complicidad con la televisión, se armó un tremendo escándalo con el fin de hacerle creer a la gente que íbamos directo a la bancarrota.

En efecto, como parte de esta infame conspiración, muchos "expertos", a través de las rufianescas pantallas de la TV, nos aseguraron que el control de cambio, el agotamiento de las reservas de divisas y la devaluación, eran hechos que se producirían en cuestión de horas. Desgraciadamente, esta campaña provocó lo que fatalmente tenía que provocar: la compra nerviosa de dólares por parte de una población al borde del histerismo. Lo que, unido a la caída de los precios petroleros, se tradujo en el aumento del precio del dólar y, por supuesto, de la inflación. Como se sabe, ninguno de aquellos siniestros vaticinios se cumplieron, y hoy, cuando la economía se reanima de nuevo, nadie dice nada al respecto.



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Alfredo Schmilinsky Ochoa


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