Joel Cazal, a un año de su marcha a la memoria

Cualquier día de enero de 2011.

No lo niego, tuvo mucha razón el cantautor Alberto Cortés al escribir, y luego difundir para reflexión de todos como exaltación de las ausencias, aquellos versos cargados de tristeza que rezan: “Cuando un amigo se va/ queda un espacio vacío/ que no lo puede llenar/ la llegada de otro amigo; cuando un amigo se va/ queda un tizón encendido/ que no se puede apagar/ ni con las aguas de un río.”

La noticia nos golpeó a todos los que le conocimos como un golpe de maza en el mismo corazón, aquel 27 de enero de 2010, aunque muchos presentíamos el fatal desenlace sin un ápice de resignación, pues siempre albergamos una enorme fe en Joel Atilio Cazal, en su perseverancia y en su terco arraigo hacia la vida y hacia las cosas hermosas que la misma nos ofrece a los justos y humanos. “Por qué le tocó a él?”, pensamos rabiosos e impotentes, dolidos y dejando escapar una lágrima que nos llenó de bochorno pues sabíamos de antemano que él no quería ser llorado ni extrañado, sino recordado en toda la plenitud de su pegajosa alegría y obcecado optimismo.

Joel Cazal fue un hombre común, de esos que surgen a diario en nuestro continente, pero de los que desbordan su entorno y se hacen sentir en cada rincón en dónde se es necesario un soñador y un optimista; allí en donde hay que restañar injusticias y reparar desmanes y latrocinios. No por singular fue común y pasajero. Su divisa principal, más que hablar, fue estar en el lugar de las dificultades, que es aquel en que se asumen los riesgos y en donde hacen falta los imprescindibles. Así lo hizo desde su más temprana edad cuando abrazó la militancia comunista en su amado Paraguay, y así lo hizo cuando el avatar de la lucha lo empujó al desarraigo y al exilio. Después, en ese deambular de los que buscan ser útiles, marchó al Uruguay y allí brindó lo mejor de sí para cambiar el mundo. No le importaron entonces ni la prisión ni la tortura. Simplemente resistió con toda la fuerza que siembran en nosotros las más puras y bellas convicciones.

Herido y sin fuerzas, Joel logró escapar del Hospital Militar, burlando la férrea custodia policial y se asiló en la embajada de Venezuela en Montevideo, marchando hacia Caracas en 1979. La vida le abrió nuevamente las puertas a la lucha redentora, incansable y tenaz, e hizo de la hermosa tierra de Bolívar su nueva trinchera de combates. Esta vez, para su íntima alegría, tendría cerca de sí a lo que más amó en la vida: a su esposa Blanca y a su valiosa pléyade constituida por Raúl, Arturo, Rocío y Mariana.

Un nuevo parto le faltaría a este hombre excepcional para completar el círculo íntimo de lo que más enternece el alma del hombre luchador y justo. No quería permanecer callado y maniatado por el silencio. Buscó la forma de expresarse, de denunciar abiertamente lo mal hecho, de poner el dedo en la llaga sobre las injusticias y así creó la Revista Koe´yu Latinoamericano, espacio para decir verdades y tribuna franca, leal al compromiso del periodismo militante.

La sana modestia de Joel Atilio, cuyas hazañas, tal vez muchas permanecerán como secreto y conocidas tan solo por un círculo de amigos que combatieron cerca de él, no me permiten hacer evocación merecida a las mismas. Por ello, en este mes de recuerdos de su batallar por la vida, me limitaré a reproducir algunos párrafos de aquel artículo que escribí todavía conmovido por su desaparición física y que titulé “Adiós a Joel Cazal, o…, mejor dicho, ¡Hasta la victoria siempre!”

“La noticia, como todas aquellas que nos traen el doloroso augurio de la pérdida, me golpeó directamente en aquel rincón escondido del alma donde cohabitan, en jubilosa solidaridad, los dulces recuerdos de las cosas amadas junto a aquellos hombres y mujeres singulares de la vida, que he admirado y amado con profundo respeto a lo largo de mi intranquila existencia.”

“El miércoles 27 de enero de 2010 se ha hecho un día triste para mí, no solo por el vacío que ha dejado Joel Atilio Cazal al marcharse, sino porque he perdido a aquel amigo con el que compartí, vía e-mail en la mayoría de los casos, así como alguna corta visita en mi morada habanera, momentos de sano optimismo, de reafirmación revolucionaria y, sobre todo, de eterna fe en lo que nos hizo luchar en lugares y momentos diferentes, pero con el mismo objetivo y finalidad: la victoria de nuestros amados pueblos latinoamericanos.”

“Aunque trató de hacer ignorar a muchos la tenaz batalla que libraba contra la muerte, tuvo la confianza de hacerme partícipe de su enconado optimismo por derrotarla en desigual combate. Siempre me hacía llegar alguna nota sobre sus recaídas y sobre su empecinada resistencia. Siempre me hacía cómplice de su optimismo al pensar sobre todo en el mañana, al apoyarme en mis planes venideros. Se iba, es cierto, poco a poco, pero lo hizo como los hombres buenos, sembrando porvenir a toda costa.”

“Fueron 8 los meses en los que libró su último combate contra un cáncer despiadado que lo acorraló y al que él se enfrentó con el sencillo heroísmo que lo caracterizó toda su vida. Esa terca odisea por sobrevivir la explica con admiración uno de sus dos hijos, Raúl, de manera sencilla y directa, pero donde retrata como no podría hacerlo alguien de mejor manera: “Él no quería que nadie supiera de esta enfermedad porque es un hombre de hierro y aguantó todo el sufrimiento y no flaqueó hasta el minuto final. Tenía mucha esperanza y logró sobrevivir todos estos meses con entereza. Se sometió a la quimioterapia que le ayudó a vivir hasta que su cuerpo no respondió mas y eso fue hace apenas unas horas.”

“Mucho tengo que agradecerle a Joel desde el tiempo que lo conozco. No solo su preocupación por enviarme un poco de café o de leche, simplemente por natural solidaridad, sino su apoyo a mis aspiraciones como periodista y por darme también la oportunidad de combatir con la palabra al entarimado mediático de nuestros enemigos desde las páginas de su amada revista Ko-eyú Latinoamericano. Pero le agradezco también haber tenido presente a mi Guatemala querida en cada momento de mayor dificultad para él, en su batallar diario contra el infortunio, al recurrir a los hermosos versos de Otto René Castillo, nuestro poeta mártir, contenidos en el inolvidable y comprometido poema “Vámonos Patria a caminar / yo te acompaño”.”

Pudo, sin embargo, disfrutar a plenitud parte de la realización de sus sueños. La Cuba que tanto amó, encontró su hija pródiga y heroica en la Revolución Bolivariana, dando continuidad a las más bellas aspiraciones de este hombre sencillo y noble. Ambas, rojas y con la blanca pureza del Changó que tanto alabaste en nuestros mensajes mutuos. Aún recuerdo aquellos tristes momentos de callado dolor, de suprema resistencia, cuando casi a punto de rendirte acudías a ese grito de combate y optimismo: ¡Qué viva Changó!, para hacerte enorme ante mi por tu fe en la vida y la capacidad de tu espíritu que, como el acero, siempre fue indoblegable.

No te hemos olvidado, Joel Atilio Cazal. Como dijo en su verso Alberto Cortés, eres todavía un tizón encendido en nuestros corazones, donde permaneces intacto y en tu plena estatura, y nada podrá apagarte en ellos: ni las aguas de un río cargado de olvidos y desmemorias, ni tampoco tus batallas que nosotros continuamos nos privarán de un bello y necesario instante para recordarte.

Para ti, hombre de la alborada (así significa Koe´yu en guaraní), este homenaje sencillo de quien siempre te recordará y te agradecerá el enorme privilegio de haberte conocido. Espero que para otros tampoco pase este aniversario inadvertido.

Para ti, combatiente anónimo como mi padre en algún momento de tu vida, no hay despedida, solo certeza de que seguimos combatiendo y tu trinchera no quedó, ni quedará vacía. Es por ello que te repito, como lo hice algún año, acompañado de una copa de vino: “Adiós, hermano, o…, mejor dicho, ¡Hasta la victoria siempre!”

percy@enet.cu



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Percy Francisco Alvarado Godoy


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