La reciente campaña de ataques desatada por la Secretaria de Estado norteamericana Condoleeza Rice contra el gobierno de Hugo Chávez y el proceso bolivariano, lejos de augurar un clima de distensión y rectificación en las relaciones bilaterales con Venezuela, revelan hasta qué punto la administración fundamentalista de George W. Bush está decidida a emprender en forma directa la confrontación con nuestro país. Para rematar, el Presidente Bush –investido de una revelación cuasi divina al asumir por segunda vez la presidencia- se cree llamado a cumplir una misión suprema al frente de Estados Unidos para implantar la “libertad en cada nación y cultura” porque la defensa y seguridad de su país está íntimamente ligada a “la expansión de la libertad por todo el mundo”.
Tanto Rice como Bush desnudan así la estrategia que seguirá esta segunda gestión de gobierno en su empeño por lograr el dominio mundial. En cuanto a las intimidaciones al gobierno venezolano es claro que, para Bush y sus halcones militaristas-capitalistas, éste es una piedrita en el zapato en sus planes por imponer una hegemonía más real y menos conflictiva sobre todo el continente americano. Especialmente cuando el Presidente Chávez, asido del pensamiento integracionista e independentista de Simón Bolívar, se ha colocado a la vanguardia del rechazo a escala mundial a la instauración del orden global que comenzara a delinear, primeramente, George Bush padre al cabo del derrumbe del bloque soviético; como, asimismo, por sus vínculos estrechos con gobiernos como el de Cuba, Irán o Libia, todos objetivos militares y económicos en el actual ajedrez geopolítico de la Casa Blanca.
No obstante, más allá de estos motivos visibles subyace la molestia, la preocupación y el temor por lo que representa Venezuela en el contexto actual latinoamericano y en las luchas de los pueblos que enfrentan el acoso de la globalización neoliberal con sus secuelas colonialistas, políticas y militares. Es evidente que el gobierno de Bush trata de aniquilar el proceso bolivariano por todo lo que implica su continuidad y desarrollo para la permanencia del imperialismo como tesis fundamental de la política exterior estadounidense, lo que se puede determinar por las constantes “preocupaciones” expresadas, en diferentes ocasiones, por los funcionarios del Departamento de Estado, haciéndose eco de las matrices de opinión montadas por sectores oposicionistas nacionales, y por el beneplácito mostrado por la “victoria” del golpe de Estado del 11 de abril de 2002.
Como se presentan las cosas, lo más probable es que ese creciente sentimiento antinorteamericano, existente en gran parte del mundo y, especialmente, en la América nuestra, se expanda aún más, haciendo insostenible la hegemonía ejercida por Estados Unidos. De nada le valdrá a Condoleeza Rice invocar la Carta Democrática Interamericana de la OEA como una primera tentativa por aislar al gobierno venezolano y acusarlo de mantener vínculos con el terrorismo y el narcotráfico, de manera que se justifique una intervención militar unilateral norteamericana, a semejanza de lo ocurrido en Panamá, a finales de 1989, cuando las fuerzas militares yanquis capturaron al malhadado General Manuel Noriega. Para Bush sería una prueba de fuerza bastante importante, habida cuenta que no ha podido controlar el conflicto desatado en Iraq y amenaza con extender su cruzada a Siria, Irán y Cuba.
Demás está afirmar que la presencia venezolana en el escenario internacional es un significativo muro de contención que trastoca los planes imperialistas yanquis y estimula grandemente las luchas populares en nuestros países. Esto implica que, de parte de los revolucionarios venezolanos, ha de existir una comprensión más cabal de lo que es, y debe ser, la revolución bolivariana. Cabe a las distintas fuerzas políticas y sociales bolivarianas insertarse en un proceso de unificación de criterios (sobre todo, ideológicos) y de acciones que permitan el arraigo de la revolución, de modo que ninguna amenaza externa perturbe su marcha. -
*Miembro de la Dirección Ejecutiva Estadal del Movimiento por la Democracia Directa (MDD) en el Estado Portuguesa.