El secuestro en Venezuela de Rodrigo Granda provocó un suspiro hipogástrico en los líderes de la incorregible oposición criolla (esto de "criolla" está en duda, a raíz de sus discursos pro-cachacos). En el acto revivieron sus "gloriosas horas" en Miraflores aquel 11 de abril de 2002, cuando el bravo pueblo les dio una lección de soberanía y dignidad. No pocos repitieron la frase inmediatista de "cayó ya". Luego dijeron que Estados Unidos y el mundo los traicionaron por unos cuantos peroles de petróleo.
Ahora saltan en su pata coja por creer que el caso de Rodrigo Granda, si lo explotan con el antivenezolanismo del 11-A, Hugo Chávez va caer pasado mañana, claro, previa invasión y ayuda gringa .Yo no me haría tantas ilusiones. Me voy a permitir darles un consejo gratuito. Busquen los libros de la historia de Venezuela y estudien nuestras relaciones con Colombia desde el laudo arbitral de la Reina Regente María Cristina (1891). Con infinita modestia puedo prestarles uno de mi autoría, con más de cinco ediciones. Si mi humildad les parece pedante, hay muchas obras sobre la materia en las bibliotecas. Eso sí, tienen que leerlas y no sólo limitarse a gritar "vete ya".
Lean cómo con aquel laudo y luego con la demarcación de Castilletes (1900) perdimos la mayor parte de la Guajira. Para que lo sepan, antes de esa demarcación, Colombia nunca fue ribereña del Golfo de Venezuela (su oligarquía le niega hasta el nombre y lo llama de Coquivacoa porque piensa algún día meterse allí). De hecho, ya lo hicieron con la corbeta Caldas. Antes, hubo un tratado, el Pombo -Michelena (1833), que nos daba ventajas geográficas y los escuálidos de entonces lo rechazaron. Luego, en 1941, se firmó el tratado de límite y navegación cuestionado por ilustres venezolanos. Nada, otra vez ganó la oligarquía colombiana.
De ese año es la célebre frase del poeta Andrés Eloy Blanco, cuando dijo con su prosa impar: "Conocemos muy bien la historia de nuestro destino negro. Conocemos muy bien la historia que se nos atribuyó. Colombia era una universidad, Venezuela era un cuartel. Ecuador era un convento. Pero los cierto es, ciudadanos diputados, que esta tierra levantisca, esta tierra de hombre retrecheros, esta tierra que nació en los cuarteles y se creó en los vivaques, durante una centuria ha perdido la quinta parte de su territorio sin disparar un tiro".
Luego se creó el mito de la audacia de la diplomacia colombiana. Ese país había dejado de estar reclamado el Golfo de Venezuela, hasta que dos venezolanos -bendito sea Dios-, Gonzalo Barrios y Manuel Pérez Guerrero, invitaron a la oligarquía cachaca a discutir "sus" derechos sobre el golfo. Si yo te invito a discutir tus supuestos derechos sobre mi casa, es obvio que te los estoy reconociendo. Allí comienza lo que se conoce como el diferendo colombo-venezolano sobre las áreas marinas y submarinas del Golfo de Venezuela.
Perdimos la quinta parte del territorio no porque la voraz oligarquía colombiana sea más audaz o inteligente que los demás. Se perdió por rencillas internas, pequeñeces partidistas, corruptos sobornables como acaba de ocurrir por estos días, golpistas abrileños que creen que si nos dejamos enajenar nuestro territorio y soberanía el presidente de turno "se va ya" y ellos se van montar. También lo perdimos por poco de patriotismo y mucho de cretinismo.
Si algún día, en un supuesto absolutamente negado, la ultraderecha colombiana se apodera del golfo de Venezuela, a estos diputados ignorantes de la historia, al pobre Carmona y sus golpistas, esa misma oligarquía cachaca los va poner a lavar las gabarras del lago de Maracaibo. Ese será el premio por aceptar la violación de la soberanía nacional. La historia de los pro-cachacos del río Guaire y el 11-A no será distinta. O si lo será porque el pueblo venezolano impedirá que por su "vete ya", cedan un solo milímetro de nuestro territorio.