"Cuatro crímenes, Cuatro poderes"

Mármol León y su legado: La impunidad de la Cuarta República

Jamás se imaginó el Comisario de policía de investigaciones de Venezuela, Fermín Mármol León, que su libro “Cuatro Crímenes, Cuatro Poderes” (Editorial Fuentes, Caracas/1.978), se iba a constituir en el mayor aporte escrito, con un alto e indiscutible valor histórico, en el cual se pone al descubierto la podredumbre del sistema de justicia de la vieja política que estuvo mantenida por más de 40 años en la tierra de Bolívar por los partidos políticos Acción Democrática y Copey, así como por quienes hacen parte de esa llamada “sociedad civil” que tiene por objetivo único salir de Chávez al precio que fuese…

En su libro, el cual se puede calificar como de una narrativa sin mayores alardes intelectuales, pero que, sin duda alguna, es un crudo testimonio de primera mano y bien logrado de un hombre ganado para el ejercicio honorable y recto de la función policial, quien advierte en esa obra que en su diario trajinar de su carrera, encontró siempre el apoyo absoluto y la disposición de enfrentar con coraje y decisión inquebrantables todo reto que se le presentaba en materia de investigaciones criminales. La camaradería y el sentido de equipo en el marco de la mayor responsabilidad era lo que prevalecía en la actividad cotidiana de lo que para la época se llamó Cuerpo Técnico de Policía Judicial (PTJ), así como el más alto orgullo para quienes debían asumir la responsabilidad de conducir las investigaciones que fueren, independientemente de la gravedad de los supuestos delitos cometidos y de quienes pudieran ser sus autores. En cada uno de sus capítulos es eso lo que nos deja ver este Comisario en un libro de 446 páginas, editado hace ya más de 30 años. Quizás hubo perversiones de todo calibre en el manejo de ese Cuerpo Policial para el momento en que ocurrieron esos episodios, pues no había razones para que lo grotesco y abominable de ese período signado por las acciones de una democracia vacía, que hemos dado en llamarla de papel, no se reflejaran en su conducción. Pero Mármol León tan sólo se detiene en esas páginas a relatarnos los pormenores de unos delitos cometidos en contra de la vida de unos seres humanos, los cuales él vivió y padeció, con valentía, sin duda, y ese es su mérito.

El testimonio del Comisario Mármol León revive hechos que hoy mantienen su plena actualidad, dada la impunidad enquistada en los órganos jurisdiccionales, la cual ha estado siendo preservada (a buen cuidado) en esta Venezuela que trata hoy de avanzar por derroteros de la mayor dignidad, pero que pareciera que todavía persiste el macabro interés en algunos sectores de querer potenciarla en términos aún más asombrosos, cuando vemos el desbordamiento incontrolable de un importante sector del poder judicial que se mantiene en esa postura vergonzante y que no está dispuesto a cambiar y mucho menos a dejarse arrebatar un negocio redondo que le produce pingues fortunas y en donde todo está tarifado. No se trata únicamente de que haya gente que tenga que pagar para que la justicia no funcione, como sería lo que ocurrió en los casos que recuerda el comisario Mármol en su libro: El capitán del ejército que asesinó con premeditación y alevosía a su esposa en Colinas Bello Monte en la década del sesenta o el sacerdote celoso que acuchilló de forma bárbara a su hermana en Ciudad Bolívar o el flamante diputado de acción democrática que hizo volar a su cónyuge con una bomba escondida en una estatuilla de una virgen, o aquellos jóvenes de la alta burguesía que vivían en una orgía de drogas y decidieron, en busca de dinero para comprar más y más estupefacientes, secuestrar a una criatura para asesinarla después de cobrar el rescate, olvidándoseles, tal vez, que sus posiciones sociales les abrían posibilidades ilimitadas para obtener esos dineros sin tener que asesinar a nadie. Todos esos abominables crímenes fueron resueltos policialmente bajo la conducción directa de Mármol León, pero ninguno de sus autores pagó sus crímenes. Los tribunales de justicia actuaron como celestinas de los poderos militar, eclesiástico, político y económico de una nación, cuyos dirigentes gritaban a los cuatro vientos que vivía bajo un régimen democrático ejemplar. ¡Qué ironía…!

Pero las perversiones de ese legado de la mayor vergüenza, debe llamarnos a la mayor reflexión, pues aún continúan allí inmodificables, haciendo de las suyas con desparpajo y el mayor descaro. Vimos cómo el más alto tribunal del país, no obstante los episodios públicos y notorios ocurridos con la detención y secuestro del Presidente Chávez y la auto juramentación de Pedro Carmona Estanga como presidente de la República provisional el 12 de abril/02, en un acto vergonzoso difundido en cadena nacional de radio y televisión, al cual asistió la crema y nata de la sociedad caraqueña y durante el cual ese triste personaje disolvió de un solo plumazo todos los poderes constitucionales, dictaminó algunas semanas después que eso no fue un golpe de estado, dejando así en libertad plena a los sediciosos que violentaron el estado de derecho, pues los declaró absueltos de toda responsabilidad por los delitos de rebelión y traición a la patria que el mundo todo vio con el mayor estupor.

Con esa abominable decisión, con la cual se le otorgó a la impunidad el mayor de los apoyos, el país prosigue su marcha esperando que en cualquier momento ocurran iguales o peores desaguisados. La oposición se ha asido de la mano de dicha decisión para hacer cuanto le venga en gana. Ha venido actuado de manera irreflexiva desde ese golpe incruento, organizando y promocionando barbaridades, como el saboteo criminal en contra de las instalaciones petroleras de PDVSA, cuyos daños y pérdidas sobrepasan los diez mil millones de dólares, el equivalente a las reservas internacionales de la Argentina, un país que duplica la población de Venezuela y, sin embargo, nadie los ha juzgado y mucho menos castigado.

Paralelamente, los líderes tarifados del país (políticos de extenso prontuario y unos cuantos economistas, analistas e internacionalistas de pacotilla) y los medios televisivos y diarios como El Nacional y El Universal, para mencionar los más importantes, no hacen otra cosa que, en su empeño por salir de Chávez como sea y al precio que sea, vocear día tras día que el país se encuentra en el abismo y a propósito olvidan y no hayan que hacer para tratar de enterrar los bárbaros acontecimientos del 2.002, con la grotesca Carmonada de abril y esos actos de la mayor barbarie en contra de nuestros recursos petroleros, creyendo que el pueblo es tarado y que sigue siendo el mismo que ellos engañaron durante tanto tiempo.

No conocemos al Comisario autor del libro que nos relata esos crímenes que quedaron impunes gracias a la presión de los poderes que siempre han controlado los países del tercer mundo, así como tampoco el destino que su actividad policial le deparó más adelante. De manera que lo que nos ha interesado de su libro, son los episodios que nos narra con toda la crudeza que los mismos encierran, los cuales se corresponden con una realidad vivida por él, en momentos históricos relativamente recientes.

A punto de concluir con estas reflexiones, escuché por la estación de televisión estatal VTV (31/07/03) al Vice-Presidente de la República, José Vicente Rangel, en el acto de homenaje al patriota asesinado Jorge Rodríguez hace 27 años, en donde nos refirió que no menos de un mil venezolanos fueron torturados y vilmente asesinados por la policía política del puntofijismo, sin que sus directos responsables hayan pagado esos crímenes. Decía allí Rangel que eso no podía permanecer en la penumbra y que había que reabrir las investigaciones que nos conduzcan a esclarecer esos asesinatos cometidos en el marco de gobiernos que se hacían llamar democráticos, para que sus responsables intelectuales y materiales sean juzgados severamente aquí en nuestro país o ante los Tribunales Internacionales de Justicia. Es sumamente importante recordar que esos crímenes no prescriben y que, por ello, se hace necesario que sigamos el ejemplo de quienes, en el Cono Sur, de forma valiente, no han dejado de exigir castigo a los culpables de sus muertos y desaparecidos durante los años setenta y ochenta, los cuales se calculan en no menos de cincuenta mil seres humanos.

Debemos los venezolanos ante esa terrible experiencia vivida actuar sin dilación alguna y, como lo dijo José Vicente Rangel, esos procesos hay que iniciarlos de inmediato. Ya basta de tanta impunidad. Hay que actuar ya…!

Este artículo fue publicado originalmente en este mismo medio el 01/08/03, bajo el título, “Impunidad: terrible herencia de los gobiernos adeco-copeyanos.”



oliverr@cantv.net


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Iván Oliver Rugeles


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