Obras públicas es un lugar común muy acendrado en el léxico colectivo, que en forma casi absoluta se refiere a obras de infraestructura.
Los servicios de salud y educación, por ejemplo, no son percibidos como obras públicas, a pesar de ser tareas gubernamentales de profundo interés social. Ambas padecen esa ingrata paradoja de que la gente se acostumbra a tenerlas gratuitas hasta llegar a darles cero importancia en su escala de calidad de vida.
Algunos políticos llegaron a exponer cierta tesis sobre que esos servicios se hacen invisibles a los efectos de generar resultados electorales. “Eso no da votos”, decían, mientras malbarataban los presupuestos en asfalto y cemento.
Asfalto y cemento siempre relacionados a comisiones corruptas. Las famosas aceras, brocales y bacheos que enriquecieron –y enriquecen- a alcaldes carroñeros y sus compinches.
La teoría keynesiana le da mucha importancia a estas inversiones públicas, al punto que recomienda apelar a ellas para momentos de recesión a fin de reactivar el empleo y la demanda con sus esperados efectos multiplicadores.
Los planes desarrollistas llevados a cabo en Europa y la extinta Unión Soviética tras la Segunda Guerra, tuvieron en las obras de infraestructura el soporte fundamental de una estrategia de crecimiento que llegó a ser exitosa.
En nuestro país sucedió en la década del cincuenta el mayor impulso constructor bajo el mando del dictador Marcos Pérez Jiménez, cuyas obras aún se exhiben como emblemas del despegue urbanístico petrolero.
La Revolución Bolivariana tiene en su haber un enorme déficit en esta área tan importante, y, aunque el asfalto y el cemento no son todo en una buena gestión de gobierno, sin ellos la sensación de ineficiencia se crece exponencialmente.
El reto lanzado por el Comandante Chávez en materia de vivienda e infraestructura debe ser en esta etapa bianual el eje de acción concreta de la Revolución. Todo esfuerzo en esa dirección hay que apoyarlo y todo obstáculo debe ser vencido.
Está la palabra del Presidente por delante y la permanencia de la Revolución en la jugada. La necesaria reactivación del aparato económico, la satisfacción de la esperanza de viviendas dignas y el honor del Gobierno están en juego.
La alianza con los empresarios privados del ramo es inevitable. En esto hay que ser prácticos. Esa experiencia, capacidad de gestión y de financiamiento, no debe desperdiciarse. Al contrario, en esta coyuntura, hay que fortalecerla sin prejuicios.
Ni el aparato burocrático, ni las incipientes organizaciones del poder popular, están en capacidad de cumplir las metas trazadas por el Jefe de la Revolución.
Este no es momento de fraseología hueca y falsas poses izquierdistas. La gente requiere palpar la concreción de la promesa revolucionaria. El déficit de vivienda y la pésima situación de muchas vías de comunicación atentan contra el éxito económico y social de la Revolución. No hay justificación lógica en un país petrolero. Sólo la ineficiencia, el burocratismo parásito y el despilfarro lo explican.
El socialismo es un trayecto largo y tortuoso que hay que mantener a toda costa por su justeza y hermosura. Pero el enemigo acecha y cabalga sobre nuestros errores. Seamos verdaderos revolucionarios, cumplamos la tarea.
Constituyente de 1999
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(*) Presidente de la Comisión Nacional de RefugiadosSimón Bolívar, El Libertador. Guayaquil 5 de agosto de 1829.