La Hambrazón y Sacrificio de Pedro María Rigual

Linda su norte Guazimal del Puerto, con finos  arenales de playas. Frondosos y enormes guayacanes. Numerosas Uva de Playa; y costeando diseminados cual guardianes del tiempo: cocotales abatidos en sus ramajes con isocronicos y perennes movimientos de sus brazos en cruz, implorando misericordia; y haciendo frente a los crueles embates marineros del viento. Más allá, también al norte, -La Tierra de Jugo-. El Cementerio. Impregnado con el infinito silencio de las tumbas, que se han quedado estáticas. Solas; abandonadas. Y al fondo como regalo de la providencia: la mar. De infinito azul. -¡Inmensa, apacible, generosa!- Al sur, el cerro de los venados. Celoso y altivo; bordeando al pueblo y a la laguna. Mitigando con su orogénica cima, los inclementes elementos climáticos que a veces, desbordados abaten al poblado. Igualmente generoso, -los venados-; hacen frente, encierran,  y dispersan a la plaga;  que asesina y sedienta, se abalanza contra los pobladores cuando feroces los copiosos aguaceros y corrientes de aire; -en invierno-, se desplazan de los llanos infinitos y trastornan los geográficos espacios del pueblo. Al este, en confluencia con la desembocadura del río; -los amaneceres de inenarrable belleza-, al hacerse  presentes en su oriente;  los rayos del sol, e iluminar  las aguas  de la laguna que apuesta invitando a sus hijos marineros, al tesón por la vida. El afán y la esperanza; y -mas allá- , en  lontananza;  distante. La capital del estado. Quien  hipócrita y cerril, ignora  la existencia del pueblo. Su anhelo de redención. Su pertenencia. A su oeste, cerrando su ubicación en el tiempo y el espacio; humillada: la pica  semi-transitable de acceso al pueblo en conexión, con la ciudad, -mostrando a cada lado, vergonzosos malezales espinosos que le devoran y doblegan-  

Guazimal, asombra en su maravillosa quietud. Su paz; su gratificante silencio. Su imponente belleza; su inocencia. En los atardeceres, al ocaso portentoso de los benignos  rayos del sol; alumbrando los primeros luceros de la noche, o al amparo de la amarillenta luz de los faros y bombillos que se alimentan de la planta de gas-aceite, el sosiego reúne a su laboriosa gente que apretujada, -en la plaza- al derredor de Dimas, Víctor Ortiz, Juan Quiaro, o Roberto, -venerados ancianos del pueblo-; en interminables conversas y expectativos relatos, narran historias de cofres y tesoros enterrados, cuando piratas y arcabuceros holandeses e ingleses, pateaban las costas del entrañable terruño.  

Era usual, que en algunos amaneceres; luego de la brega. Concluida  la faena  en la  mar o la laguna, -con indicios de poquedad en la captura- ¡nadie a posteriori  en el pueblo se quedaba sin el bastimento! y era natural, que en casa de cada pescador se escuchase palabras más, palabras menos, el siguiente dialogo increpando  la  mujer a su  marido: Perucho; -mi amor- anoche en la madrugada cuando te fuiste en er bote a bordadas, soplaban  los vientos  der sur. Tú sabes corazón que er peje se Julle y se van  los  avances. Consulte con Chila y me indico ar picar las cartas por la casa, que er tres de espadas anunciaba  pasajeras  estrecheces  económicas; y picando por er amor, la reina de oros ar revés presagiaba: ¿risas y cuchufletas por irrealizables, forzosos, y raros amores por encargo de un hombre con otro? ¿Qué  pegaste en la bordada Perucho dime?..............mijita: -de vaina dos Jureles, un Carite, y argunos Catacos-……nada, para las cavas. Tú sabes para la venta. Se tibiara Simón José pero no tengo para abonar la cuenta. Y  continuando  el marido con la anuencia de su mujer concluía: compón y sala  en ruedas los Jureles y er Carite. Mándale dos ruedas grandes y las cabezas de los Jureles ar vergajo de Simón José para aquietarlo. -¡Me va a matar er care pipe ese pero yo lo amanso!- Deja para la casa lo necesario. Aparta para maíta algunas ruedas, que paíto como tú sabes esta viejo y enfermo, no puede palanquear. Se cae der bote ar intentar aparejar. Menos aun puede tirar bola pie una atarraya -no soporta er dolor de los riñones- Ya perdió todos los dientes en er trajín con los cordeles y los plomos-. Antier lo lleve conmigo de guatanero y er pasmo no lo deja ahora caminar. Reparte  er  resto der  pescao, entre Melida, Octaviana y La Cela que están solas y sin marío -Con er tropel de muchachos que tienen-, no les arcanza er bastimento.  No  tienen suficiente que comer.  

¿Pelón?; alzo la voz interrogativo Pedro, -llamando a Diógenes Hernán el mayor de su seis hijos-. Diga paíto… Llévele esta carta a Simón José allá en la bodega. Dile; -que la vaina esta jodia-. Que la Laguna esta durce. Que esperaremos que pase menguante para abrir la boca de Los Tres Lamentos y rogar a San. Rafaer que er  agua de la mar lave er  fondo de la laguna y haga avanzar er lebranche y er camarón que están jullendo costa afuera. ¡Anda, corre, llévale er recao,  la carta y espera la respuesta! 

A media cuadra de la bodega, vio venir Simón José al mandadero. ¿Qué pasa Pelón?; ¿Me mandó Pedro argo contigoSi; que le dijera que la vaina esta jodia y que…….no dejo concluir Simón el recado verbal. Iracundo emplazo: -¿Qué más me traes?-  bueno; unas ruedas y dos cabezas de Jurel; y esta carta cerrada  -¡Que vaina carajo pero que vaina!- exclamo Simón José, con ceño fruncido. Molesto, y guindándose los espejuelos para leer los casi indescifrables garabatos remitidos por Pedro María. 

  “Estimado  Simón”:  

Me  imagino  la tibiera que tendrás ar no remitirte con Pelón, argo de plata para  abonar la cuenta, pero de vaina bordeando en la mar desde la madrugada saque para medio comer. Como sabrás, por los vergatarios  aguaceros que han caído,  la laguna esta  durce y er lebranche  esta jullio mar adentro. Te mando dos ruedas y dos cabezas de Jurel y; -no pienses que te estoy amansando-. Necesito para torear la hambrazon acá en la casa, me surtas de medio kilo de espagueti, un pote de aceite, un papelón, dos cajas de fósforo, seis velas de cebo, diez cucharadas de leche en porvo, un sobre de café, un cuartillo de mantequilla -que no esté muy rancia-, cazabe,  y argo de frijol der que esta picao por los gorgojos que es er mas barato;  y tu mezclas con er fino de primera………… 

Iracundo y amenazante; -inconclusa la lectura- Simón José;  alzando la mirada y fulminando a Pelón, le enrostra: Bueno: ¿Que carajo piensa tu papa? ¡Creerá acaso que soy su marío!  ¿Qué le pasa a ese culero? Pelón, imperturbable ante el acceso de cólera del viejo y cicatero bodeguero del pueblo;  -ya acostumbrado a los improperios de este, y los enfrentamientos de su padre y el pichirre comerciante- calla, y deja que el anciano cascarrabias continúe la lectura.………….....….Te repito “Simoncito”, que me imagino  tu tibiera ¡No te calientes conmigo “papi”! todo tiene solución. Como sé que mi tía Ernestina murió hace años y eres un viejo viudo, verde y solitario, -Reberde que no ha querido encuerarse con arguna de las mujeres der pueblo- y a quien supongo te hacen farta unos besos, un poquito de amor y argo mas; te propongo en estos momentos de sacrificio y hambrazon; rogándote -¡por lo que más quieras!-  si es que quieres a arguien, no le digas nada a paíto, ni a maíta,  y -menos a los jodedores der pueblo-, que aceptes er presente pacto de obligado cumplimiento que firmo con sangre:……………....… Me mandas los bastimentos que te indico; y esta noche en er patio de la bodega, -debajo der Yaque- te doy er fundillo y me esguazas……Te quiere con deseos de estar entre tus brazos; besarte, y mimarte; (Firmado) Pedro María Rigual.......................

Pelón; asombrado e ignorante del texto de la carta, no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Aquel anciano de ochenta y tres años de edad; quien hacia brevísimos instantes permanecía frío y distante, -cual serpiente turca- de ceño fruncido y amenazantes gestos, ahora; -irreconocible-, en espasmos de hilaridad, se apoyaba con su mano derecha en el mostrador, y su siniestra en la frente, dando  rienda  suelta a incontenibles oleadas de carcajadas.  

Ahora, desguañangándose de la risa. Lloroso; mocoso. Con accesos de tos; leía y releía la proposición de Pedro María. Doblado sobre sí mismo. Incapaz  de recobrar la cordura. Entre jadeos. -Se le escuchaba balbucear-: Que vaina señor;  que vaina Dios mío con este grandísimo vergajo. Que vaina con las ocurrencias de este grandísimo bolero. Mire Ud. San Rafaer bendito lo que se le ha ocurrido  a este muérgano para sacarme er fiao…… Y se le fue el pensamiento…. Recordando que habían transcurrido treinta y ocho años cuando recién nacido, y parido por su cuñada Hortensia, cargaba entre sus brazos a Perucho. A Pedro María. Su sobrino político. Rememorando, que inexorables; doce amargas marcas del tiempo. Punzándolo en su dolor, en su orgullo y dureza de carácter; le abatían inmerso en su viudez. Nutriéndole en su inalterable amor por Ernestina su mujer; quien ausente  y sin retorno se marcho dejándole desolado. Ayuno de esperanzas. Huérfano de amor. Amargamente consternado. De pronto, recuperándose anímicamente; dejo de lado la amargura y la soledad de la viudez y los recuerdos. Dando paso como un bálsamo regenerador; a sentimientos de plenitud y amor. Sentía Simón, como despertando de sueños -luego de llamar y abrirse la puerta de su existencial presente-; que era conducido a la presencia de venerables maestros; que ceñían a su cintura el sacro  delantal y los símbolos de la cadena de la fraternidad universal. Sintió fluir cristalino, el afecto hacia su sobrino político. Comprobando, ensimismado; el portento de la mágica realización personal. Y, a continuación; silbando. Agradecido de la vida. Feliz como nunca al admitir que por fin las penas que le envenenaban el alma cedían ante el prodigioso obsequio del Gran Arquitecto, de vivir plenamente y aprender de nuevo a reír -ya transcurridos doce años de viudez-, pletórico de buen humor. Divertido. Acometer, el llenado de las bolsas con los bastimentos requeridos por su sobrino Perucho.  

Al frente; al otro lado del mostrador. Atónito, sorprendido; el Pelón  observaba al anciano transfigurado, apacible y generoso. Nunca en sus cortos catorce años de edad y en plena y vigorosa  adolescencia le había visto tan humano y accesible. Diógenes Hernán, -¡regreso a casa con el doble del bastimento!-; y Perucho, estoico. Se lleno de valor y aplomo para soportar las increpaciones de Hortensia su mama, y Encarnación de Jesús su papa: ¡Ahora si nos jodimos en la casa con tus culerías! Ahora resurta que tu;  nuestro hijo mayor, negocia las estrecheces  de la familia a punta de fundillo. Y a continuación, Encarnación, - falsamente amenazante-; en la certeza de la masculinidad de su hijo, y en conocimiento  del infinito buen carácter  y capacidad de armar las más insólitas y descabelladas y graciosas situaciones; blandiendo una bastón de yaque con una verga de toro en la punta; le hacía huir… En la calle, entre guasas -lejos de enojarse-  Pedro María disfrutaba muerto de la risa, con las puyas de los jodedores y borrachones del pueblo, que agolpados a las puertas de la pulpería, leían entre sonoras carcajadas el texto de la carta, la cual malévolamente Simón José remitiera copia a Hortensia y a Encarnación de Jesús; y asimismo, claveteara a la puerta principal con el manifiesto empeño de divertirse a costilla de su sobrino político. -¡Estas equiiiiifero Perucho!-, búscate otro novio, -exclamaba divertido el viejo Simón-; cuando lo vio pasar amoscado por la acera del frente; y todo el pueblo de punta a punta, y emparentados nexos, se desgañitaba de buen humor por la ocurrencia. 
 

Engreído Cronista y Trasnochado Escribidor de Cuentos.

Militante de la Revolución Socialista de Venezuela y Pueblos Irredentos del Mundo

Fragmento de Relatos en Curso.

Cua, Estado Miranda, Republica Bolivariana de Venezuela

Febrero 14 de 2.011 

julioc_br@hotmail.com



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Julio Cesar Belisario

Revolucionario. Contador Socio Director de la firma Secoafin, SC. Belisario, León & Asociados. Contaduría. Auditoría. Impuestos. Asesoramiento Gerencial, etc.

 juliocesarb72@gmail.com      @SigloXXII78

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