Linda su norte
Guazimal del Puerto, con finos arenales de playas. Frondosos y
enormes guayacanes. Numerosas Uva de Playa; y costeando diseminados
cual guardianes del tiempo: cocotales abatidos en sus ramajes con isocronicos
y perennes movimientos de sus brazos en cruz, implorando misericordia;
y haciendo frente a los crueles embates marineros del viento. Más allá,
también al norte, -La Tierra de Jugo-. El Cementerio. Impregnado con
el infinito silencio de las tumbas, que se han quedado estáticas. Solas;
abandonadas. Y al fondo como regalo de la providencia: la mar. De infinito
azul. -¡Inmensa, apacible, generosa!- Al sur, el cerro de los venados.
Celoso y altivo; bordeando al pueblo y a la laguna. Mitigando con su
orogénica cima, los inclementes elementos climáticos que a veces,
desbordados abaten al poblado. Igualmente generoso, -los venados-; hacen
frente, encierran, y dispersan a la plaga; que asesina y
sedienta, se abalanza contra los pobladores cuando feroces los copiosos
aguaceros y corrientes de aire; -en invierno-, se desplazan de los llanos
infinitos y trastornan los geográficos espacios del pueblo. Al este,
en confluencia con la desembocadura del río; -los amaneceres de inenarrable
belleza-, al hacerse presentes en su oriente; los rayos
del sol, e iluminar las aguas de la laguna que apuesta invitando
a sus hijos marineros, al tesón por la vida. El afán y la esperanza;
y -mas allá- , en lontananza; distante. La capital del
estado. Quien hipócrita y cerril, ignora la existencia
del pueblo. Su anhelo de redención. Su pertenencia. A su oeste, cerrando
su ubicación en el tiempo y el espacio; humillada: la pica semi-transitable
de acceso al pueblo en conexión, con la ciudad, -mostrando a cada lado,
vergonzosos malezales espinosos que le devoran y doblegan-
Guazimal, asombra
en su maravillosa quietud. Su paz; su gratificante silencio. Su imponente
belleza; su inocencia. En los atardeceres, al ocaso portentoso de los
benignos rayos del sol; alumbrando los primeros luceros de la
noche, o al amparo de la amarillenta luz de los faros y bombillos que
se alimentan de la planta de gas-aceite, el sosiego reúne a su laboriosa
gente que apretujada, -en la plaza- al derredor de Dimas, Víctor Ortiz,
Juan Quiaro, o Roberto, -venerados ancianos del pueblo-; en interminables
conversas y expectativos relatos, narran historias de cofres y tesoros
enterrados, cuando piratas y arcabuceros holandeses e ingleses, pateaban
las costas del entrañable terruño.
Era usual,
que en algunos amaneceres; luego de la brega. Concluida la faena
en la mar o la laguna, -con indicios de poquedad en la captura-
¡nadie a posteriori en el pueblo se quedaba sin el bastimento!
y era natural, que en casa de cada pescador se escuchase palabras más,
palabras menos, el siguiente dialogo increpando la mujer
a su marido: Perucho; -mi amor- anoche en la madrugada
cuando te fuiste en er bote a bordadas, soplaban los vientos
der sur. Tú sabes corazón que er peje se Julle y se van los
avances. Consulte con Chila y me indico ar picar las cartas por
la casa, que er tres de espadas anunciaba pasajeras estrecheces
económicas; y picando por er amor, la reina de oros ar revés presagiaba:
¿risas y cuchufletas por irrealizables, forzosos, y raros amores
por encargo de un hombre con otro? ¿Qué
pegaste en la bordada Perucho dime?..............mijita: -de vaina
dos Jureles, un Carite, y argunos Catacos-……nada, para
las cavas. Tú sabes para la venta. Se tibiara
Simón José pero no tengo para abonar la cuenta.
Y continuando el marido con la anuencia de su mujer concluía:
compón y sala en ruedas los Jureles y er Carite. Mándale dos
ruedas grandes y las cabezas de los Jureles ar vergajo de
Simón José para aquietarlo. -¡Me va a matar er care pipe ese
pero yo lo amanso!- Deja para la casa lo necesario. Aparta para
maíta algunas ruedas, que paíto como tú
sabes esta viejo y enfermo, no puede palanquear. Se cae der bote ar
intentar aparejar. Menos aun puede tirar bola pie una atarraya -no soporta
er dolor de los riñones- Ya perdió
todos los dientes en er trajín con los cordeles y los plomos-. Antier
lo lleve conmigo de guatanero y er pasmo no lo deja ahora caminar. Reparte
er resto der pescao, entre Melida, Octaviana y
La Cela que están solas y sin marío -Con er tropel de muchachos que
tienen-, no les arcanza er bastimento. No tienen suficiente
que comer.
¿Pelón?;
alzo la voz interrogativo Pedro, -llamando a Diógenes Hernán el mayor
de su seis hijos-. Diga paíto…
Llévele esta carta a Simón José
allá en la bodega. Dile; -que la vaina esta jodia-. Que
la Laguna esta durce. Que esperaremos que pase menguante para abrir
la boca de Los Tres Lamentos y rogar a San. Rafaer que er agua
de la mar lave er fondo de la laguna y haga avanzar er lebranche
y er camarón que están jullendo costa afuera.
¡Anda, corre, llévale er recao, la carta y espera la respuesta!
A media cuadra
de la bodega, vio venir Simón José al mandadero. ¿Qué
pasa Pelón?; ¿Me mandó Pedro argo contigo? Si; que le
dijera que la vaina esta jodia y que…….no dejo concluir Simón
el recado verbal. Iracundo emplazo: -¿Qué
más me traes?- bueno; unas ruedas y dos cabezas de Jurel; y esta
carta cerrada -¡Que vaina carajo pero que vaina!-
exclamo Simón José, con ceño fruncido. Molesto, y guindándose
los espejuelos para leer los casi indescifrables garabatos remitidos
por Pedro María.
“Estimado Simón”:
Me
imagino la tibiera que tendrás ar no remitirte con Pelón, argo
de plata para abonar la cuenta, pero de vaina bordeando en la
mar desde la madrugada saque para medio comer. Como sabrás, por los
vergatarios aguaceros que han caído, la laguna esta
durce y er lebranche esta jullio mar adentro. Te mando dos ruedas
y dos cabezas de Jurel y; -no pienses que te estoy amansando-. Necesito
para torear la hambrazon acá en la casa, me surtas de medio kilo de
espagueti, un pote de aceite, un papelón, dos cajas de fósforo, seis
velas de cebo, diez cucharadas de leche en porvo, un sobre de café,
un cuartillo de mantequilla -que no
esté muy rancia-, cazabe, y argo de frijol der que esta picao
por los gorgojos que es er mas barato; y tu mezclas con er fino
de primera…………
Iracundo y amenazante; -inconclusa la lectura- Simón José; alzando la mirada y fulminando a Pelón, le enrostra: Bueno: ¿Que carajo piensa tu papa? ¡Creerá acaso que soy su marío! ¿Qué le pasa a ese culero? Pelón, imperturbable ante el acceso de cólera del viejo y cicatero bodeguero del pueblo; -ya acostumbrado a los improperios de este, y los enfrentamientos de su padre y el pichirre comerciante- calla, y deja que el anciano cascarrabias continúe la lectura.………….....….Te repito “Simoncito”, que me imagino tu tibiera ¡No te calientes conmigo “papi”! todo tiene solución. Como sé que mi tía Ernestina murió hace años y eres un viejo viudo, verde y solitario, -Reberde que no ha querido encuerarse con arguna de las mujeres der pueblo- y a quien supongo te hacen farta unos besos, un poquito de amor y argo mas; te propongo en estos momentos de sacrificio y hambrazon; rogándote -¡por lo que más quieras!- si es que quieres a arguien, no le digas nada a paíto, ni a maíta, y -menos a los jodedores der pueblo-, que aceptes er presente pacto de obligado cumplimiento que firmo con sangre:……………....… Me mandas los bastimentos que te indico; y esta noche en er patio de la bodega, -debajo der Yaque- te doy er fundillo y me esguazas……Te quiere con deseos de estar entre tus brazos; besarte, y mimarte; (Firmado) Pedro María Rigual.......................
Pelón; asombrado
e ignorante del texto de la carta, no podía dar crédito a lo que veían
sus ojos. Aquel anciano de ochenta y tres años de edad; quien hacia
brevísimos instantes permanecía frío y distante, -cual serpiente
turca- de ceño fruncido y amenazantes gestos, ahora; -irreconocible-,
en espasmos de hilaridad, se apoyaba con su mano derecha en el mostrador,
y su siniestra en la frente, dando rienda suelta a incontenibles
oleadas de carcajadas.
Ahora, desguañangándose
de la risa. Lloroso; mocoso. Con accesos de tos; leía y releía la
proposición de Pedro María. Doblado sobre sí mismo. Incapaz
de recobrar la cordura. Entre jadeos. -Se le escuchaba balbucear-:
Que vaina señor; que vaina Dios mío con este grandísimo vergajo.
Que vaina con las ocurrencias de este grandísimo bolero. Mire Ud. San
Rafaer bendito lo que se le ha ocurrido a este
muérgano para sacarme er fiao…… Y se le fue el pensamiento….
Recordando que habían transcurrido treinta y ocho años cuando recién
nacido, y parido por su cuñada Hortensia, cargaba entre sus brazos
a Perucho. A Pedro María. Su sobrino político. Rememorando, que inexorables;
doce amargas marcas del tiempo. Punzándolo en su dolor, en su orgullo
y dureza de carácter; le abatían inmerso en su viudez. Nutriéndole
en su inalterable amor por Ernestina su mujer; quien ausente y
sin retorno se marcho dejándole desolado. Ayuno de esperanzas. Huérfano
de amor. Amargamente consternado. De pronto, recuperándose anímicamente;
dejo de lado la amargura y la soledad de la viudez y los recuerdos.
Dando paso como un bálsamo regenerador; a sentimientos de plenitud
y amor. Sentía Simón, como despertando de sueños -luego de llamar
y abrirse la puerta de su existencial presente-; que era conducido a
la presencia de venerables maestros; que ceñían a su cintura el sacro
delantal y los símbolos de la cadena de la fraternidad universal. Sintió
fluir cristalino, el afecto hacia su sobrino político. Comprobando,
ensimismado; el portento de la mágica realización personal. Y, a continuación;
silbando. Agradecido de la vida. Feliz como nunca al admitir que por
fin las penas que le envenenaban el alma cedían ante el prodigioso
obsequio del Gran Arquitecto, de vivir plenamente y aprender de nuevo
a reír -ya transcurridos doce años de viudez-, pletórico de buen
humor. Divertido. Acometer, el llenado de las bolsas con los bastimentos
requeridos por su sobrino Perucho.
Al frente;
al otro lado del mostrador. Atónito, sorprendido; el Pelón observaba
al anciano transfigurado, apacible y generoso. Nunca en sus cortos catorce
años de edad y en plena y vigorosa adolescencia le había visto
tan humano y accesible. Diógenes Hernán, -¡regreso a casa con el
doble del bastimento!-; y Perucho, estoico. Se lleno de valor y aplomo
para soportar las increpaciones de Hortensia su mama, y Encarnación
de Jesús su papa: ¡Ahora si nos jodimos en la casa con tus culerías!
Ahora resurta que tu; nuestro hijo mayor, negocia las estrecheces
de la familia a punta de fundillo. Y
a continuación, Encarnación, - falsamente amenazante-; en la certeza
de la masculinidad de su hijo, y en conocimiento del infinito
buen carácter y capacidad de armar las más insólitas y descabelladas
y graciosas situaciones; blandiendo una bastón de yaque con una verga
de toro en la punta; le hacía huir… En la calle, entre guasas -lejos
de enojarse- Pedro María disfrutaba muerto de la risa, con las
puyas de los jodedores y borrachones del pueblo, que agolpados a las
puertas de la pulpería, leían entre sonoras carcajadas el texto de
la carta, la cual malévolamente Simón José remitiera copia a Hortensia
y a Encarnación de Jesús; y asimismo, claveteara a la puerta principal
con el manifiesto empeño de divertirse a costilla de su sobrino político.
-¡Estas equiiiiifero Perucho!-, búscate otro novio,
-exclamaba divertido el viejo Simón-; cuando lo vio pasar amoscado
por la acera del frente; y todo el pueblo de punta a punta, y emparentados
nexos, se desgañitaba de buen humor por la ocurrencia.
Engreído Cronista y Trasnochado Escribidor de Cuentos.
Militante de la Revolución Socialista de Venezuela y Pueblos Irredentos del Mundo
Fragmento de Relatos en Curso.
Cua, Estado Miranda, Republica Bolivariana de Venezuela
Febrero 14 de 2.011
julioc_br@hotmail.com