Sin conocerla, ni siquiera haberle visto personalmente y menos intercambiado palabra alguna con ella, tampoco haber leído algunos de los artículos que publicó en medios de prensa caraqueños, sólo sabiendo de ella lo que medios noticiosos solían publicar sobre sus acciones y opiniones generalmente llenas de entusiasmo, amor por el pueblo y deseos que Venezuela fuese más acogedora para los ahora humildes, me formé una opinión muy favorable.
Le concebí, por encima de su apariencia agreste, exacerbada por los medios que la combatían, como un ser lleno de bondad y desprendimiento. Pese a su aspecto externo de persona de poca cultura y malas pulgas, siempre la percibí como un ser lleno de amor y pletórica de deseos de justicia. Quizás, no lo sé bien, por las razones dadas antes, fuese una persona de poca densidad cultural, delicadeza y hasta formación de eso que habitualmente llaman ideológica, pero le sobraba afecto para abrazar la causa del cambio que ha venido liderando el presidente Chávez. Su humildad, combatividad y hasta evidentes muestras de desprendimiento la hacían hermosa ante desperjuiciados y no propensos a la alineación y manipulación. Y como pocos, pese a haber estado bastante cerca del líder, amarle con el fuego que animaba su vida y se la llevó, tenía disposición, valentía y pundonor para asumir, frente a él, más que decir, posiciones críticas.
Ese profundo amor por la causa y el dirigente, aunado a los rasgos de su personalidad, le llevó en veces a asumir posiciones que le valieron la crítica de sus compañeros y hasta amigos, incluyendo su adorado comandante. Pero, muchos, entre quienes esto escribe, intuyendo el carácter sincero, limpio y espontáneo de sus gestos, siempre supimos, por encima de todo, guardarle afecto, respeto y admiración. Ella se atrevió a hacer lo que muchos deseaban, por lo menos en veces, a ejecutar y hasta liderar.
Su independencia, por encima del amor y la solidaridad de ideas que tenía por el comandante, le permitió asumir un gesto que pocos valoraron en su oportunidad; me refiero a aquello de no atender al llamado de incorporarse al Psuv y mantenerse dentro de la organización que creo, sin temor a las consecuencias que de aquello pudiesen derivarse.
Si, admiración, eso dije sin duda alguna. Porque las personas que asumen la vida, obligaciones y defensa de sus principios como ella se desbordó en hacerlo y a cambio de nada, son merecedoras de ese bello sentimiento.
Lina Ron, fue la primera y única presa de de este gobierno por acciones vinculadas estrictamente hablando, a su participación política, a sus ideas. Curiosamente lo fue del gobierno a favor del cual combatía y al entregó con pasión los últimos años de su vida.
Pasión, esa es otra palabra que se aviene a la personalidad y ejecutorias de esta noble compañera, lo que de paso me hace asociarla en el recuerdo a Dolores Ibarruri, “La Pasionario”, otra gran revolucionaria como lo fue Lina Ron.
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