El verano habanero de 1997 estuvo brillante de sol y de alegría; decenas de miles de jóvenes inundaron la capital cubana para pedir por la paz en el mundo y rechazar al imperialismo, en el marco del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes.
La noticia del hallazgo de los restos mortales del Che Guevara y varios de sus compañeros caídos en Bolivia, le dio a toda la jornada un toque emotivo muy especial.
La repatriación del cuerpo del Guerrillero Heroico hizo que la conmemoración de su gesta fuese noticia cotidiana. El Gobierno de Cuba inauguró el solemne monumento de Santa Clara y realizó un conjunto de eventos en homenaje a su inolvidable héroe.
Fue por esos días que visitamos la casa de Alberto Granado, quien celebraba sus setenta y cinco años. Mi compañero de viaje, el “Ciudadano” Alejandro Hernández, otro adulto mayor de espíritu irreductiblemente joven, grabó con gran entusiasmo la exclusiva conversación con el “Amigo del Che”.
Granado era un hombre extremadamente humilde. Su amistad con Ernesto –como lo nombraba siempre- trascendió todas las limitaciones existenciales.
Habiéndose casado con su novia venezolana y estando en plena entrega profesional junto al doctor Jacinto Convit, Granado no duda en irse a Cuba para respaldar a la naciente Revolución Cubana, donde su amigo Ernesto le pide que invite a otros médicos, ya que escasean en la isla martiana.
Alberto funda la Facultad de Medicina de Santiago de Cuba y es pionero en los estudios de biotecnología e ingeniería genética, que tantos aportes han hecho a la ciencia de la salud y otras ramas, como la alimentaria.
Padre amoroso, esposo ejemplar, el doctor Granado es un hombre de principios sólidos, comunista de raigales convicciones, y con un humor envidiable. Gustaba recordar que “Ernesto no bebía vino ni nada, no le gustaba andar de fiesta”, para rematar con una pícara sonrisa: “Bueno, algún defecto debía tener”.
En noviembre de 2007, diez años luego de aquella visita en La Habana, tuvimos el inmenso honor de tener a Albertico como invitado especial del Segundo Encuentro Antiimperialista de Nuestra América que organiza el Centro Nacional Antiimperialista Simón Bolívar.
Fueron trece días que gozamos de su extraordinaria personalidad, junto a su querida hija Delia Granado Duque, profesora de economía de la gloriosa Escuela Superior del Partido Comunista de Cuba, y seis especialistas más en diversos temas sobre la vida y obra de Ernesto Guevara de la Serna.
Granado irradiaba una inusitada energía a pesar de su avanzada edad, y contagiaba alegría, tal fue su desiderátum vital.
Su discurso, sencillo y traslúcido como su alma, es un llamado permanente a la unidad. “Es nuestra arma más poderosa”, nos decía, “para cuidar esta Revolución Bolivariana, que es garantizar todas las otras revoluciones, hay que mantener la unidad de los revolucionarios, es condición sine qua non”, y se reía con amor.
La bondad de su vida como científico, el brillo de sus ojos, su hermosa sonrisa, quedarán en nosotros eternamente como su sagrada valoración de la amistad y la militancia socialista.
Constituyente de 1999
Simón Bolívar, El Libertador. Guayaquil 5 de agosto de 1829.