El movimiento estudiantil ha venido sufriendo a lo largo de muchos años ya, de un proceso de desgaste en su legitimidad, y esto ha ocurrido en una relación directa con el empobrecimiento moral de su dirigencia. Los altos índices de abstención en los procesos electorales, así como la casi nula participación de la gran mayoría de los estudiantes en la vida política de la universidad hace pensar que se aproxima un punto de quiebre en esta tendencia, pues se trata de la expresión de un rechazo mayoritario hacia la dirigencia estudiantil tradicional y sus prácticas mafiosas por parte de los verdaderos estudiantes que hacen vida dentro de la universidad.
Se aproxima el fin de ese viejo modelo de representación en el que hablan en nombre de los estudiantes sujetos que no estudian, y que sólo ven en la universidad una oportunidad para acaparar espacios de poder político y económico.
Coincide con este proceso un creciente malestar con la calidad y el sentido de la educación que se recibe en la universidad. Prácticamente no hay alumno que no haya sufrido del encuentro directo o indirecto, con alguna expresión de corrupción, autoritarismo, o mediocridad en el cuerpo docente. Además de luchar por asegurar la seguridad social de los estudiantes, ya es hora de asumir las reivindicaciones académicas, que nunca han sido defendidas por la antigua dirigencia, como eje central de la acción política del movimiento estudiantil. Pues los beneficios sociales tienen la función de asegurar las condiciones para que todo estudiante pueda dedicarse al estudio, y la forma y el contenido de ese estudio deben ser nuestra mayor preocupación.
El modelo universitario actual le otorga al estudiante un rol pasivo, como mero receptor de conocimientos, y al profesor un sentido de autoridad incontestable. Si a esto sumamos la presencia de una representación estudiantil clientelar, carente de todo compromiso social o académico, tenemos bastante identificado el origen de nuestra problemática, y la razón de su inalterada inercia.
Son los estudiantes los llamados a cuestionar las convenciones institucionalizadas, a realizar las preguntas incómodas. ¿A qué intereses sirve la universidad que tenemos?¿Para qué estudiamos?¿Nuestro tránsito por las aulas nos prepara para propiciar en nuestro ejercicio profesional una sociedad más justa y libre, o sólo para perseguir nuestra isla de bienestar material individual?
Ya es hora de participar, junto con una dirigencia ejercida por estudiantes política y académicamente comprometidos, en las luchas históricas por una educación universitaria para la liberación social.
* Estudiante de 4to año de Música, candidato a la presidencia de la Federación de Centros Universitarios de la ULA.