Para estos tiempos la expresión “pitiyanqui” resulta genial recordarla, sin duda, pues nos retrata muy bien y de forma rápida a esos sujetos que intentan hacer política denigrando del país y ensalzando en todas las horas el día las maravillas el "paraíso del norte" y haciendo todo cuanto le ha sido tradicionalmente útil al imperio yanqui para justificar sus agresiones a los pueblos del mundo, cuando sus gobernantes se resisten a doblegarse ante él y más aún, cuando deciden de manera soberana junto a su pueblo, echar a andar procesos de cambios sociales para acabar con la miseria, las injusticia y la exclusión...
El mote “pitiyanqui” no fue inventado por chavistas y ni siquiera por comunista alguno. Ser pitiyanqui es ser adorador del imperio norteamericano, es soñar que la patria pueda ser algún día parte del mismo, sin importar si pasamos a ser una estrella más de su bandera, o sólo un Estado Asociado o, simplemente, un Protectorado. Lo importante y lo dice a voz en cuello el pitiyanqui, es que quien debe gobernarnos tiene que ser un gringo y si "marine", mucho mejor (recordar a la inefable Angela Zago).
El término “pitiyanqui” tampoco lo inventaron los revoltosos marxistas leninistas castristas, sino para sorpresa seguramente de muchos de la llamada “sociedad civil”, lo fue el gran poeta costumbrista puertorriqueño, Luis Llorénz (1876/1944). Dice Mario Briceño Irragorri en su libro “Aviso a los navegantes” (1953), que él la utiliza como un excelente calificativo para distinguir a aquellos “compatriotas prestados a hacer juego a los intereses norteamericanos, en perjuicio de los sagrados intereses de Venezuela.”
Agrega Don Mario Briceño que “la voz piti, como alteración del francés petit, entra en la palabra pitimí (..) con la cual se designa (según el DRAE), el rosal de ramas trepadoras que echa rosas menudas y rizadas (..) Llórénz, más que en la rosas, debió pensar en la actitud trepadora de los compatriotas que se rindieron al colonialismo.
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