Hoy la universidad venezolana está llamada a ser la trinchera en que se libre una de las confrontaciones definitorias del proceso social.
El agotado modelo populista, cuyo signo fue el de la contradicción radical entre apariencia y esencia, consolidó una universidad a su imagen y semejanza, la cual sirve en última instancia a sus designios. La universidad, pese a su respeto formal por la gratuidad y los servicios estudiantiles, responde a un modelo de exclusión social implacable, a tal punto que en el sistema de educación superior hay una mayor proporción de estudiantes provenientes de las clases populares en los institutos universitarios y de educación técnica privados, que en las universidades públicas.
El espectro de la movilidad social y la igualdad de oportunidades
fue el arma ideológica con la que la seudo democracia apuntó al
reblandecimiento de la combatividad popular y el desmantelamiento de la conciencia de clase. En este ejercicio demagógico la universidad como institución jugó un papel de primer orden, esto muy a pesar de la valiosa labor de un número importante de universitarios.
Precisamente el desgaste del discurso, la ruina de su fatuidad
frente a la inconmovible realidad social, significó el derrumbe del espectro populista.
La sociedad fetichista reconoce el título universitario, pero
desprecia el conocimiento y la creatividad. En el orden social
decadente, el título certifica "el derecho a ser alguien". En contra de este hecho brutal, el orden social emergente debe borrar todo rastro de lógica mercantilista en la concepción de la nueva universidad.
El hijo terrible de la instrucción superior pública es el
profesional carente de sentido de responsabilidad social, que asume como un sacrificio su tránsito por la universidad, y cree que los privilegios económicos son una recompensa proporcional a tal sacrificio. Ciertamente sus estudios han significado un sacrificio, pero para la sociedad, que ha destinado recursos a su educación universitaria, antes que a la salud o a la educación básica del pueblo. Cuando la universidad forja estos antivalores, la tarea revolucionaria del universitario es contestar enérgicamente: el privilegio es estudiar, el estudiante está moral y materialmente en deuda con la sociedad. Saldará esta deuda en la medida en que logre desterrar el culto a la mediocridad. Los estudiantes tienen el deber de fiscalizar la labor docente de los profesores, de alimentar la crítica en un medio con frecuencia cómodo y autocomplaciente. Las labores de investigación, financiadas con el dinero de todos, deben tener pertinencia social y verdaderamente significar un aporte al conocimiento.
En la designación original de la palabra, una Facultad la componía un grupo de personas que se reunían para compartir. Cada Facultad era parte integrante de un colectivo cooperativista llamado Universidad. La Universidad era un gremio de maestros y estudiantes, organizado para el beneficio mutuo y la protección legal de sus miembros. En la actualidad, producto de la desidia moral, las Facultades tienden a actuar, pese a depender económicamente de la burocracia central, como parcelas independientes que defienden cuantiosas cuotas de poder, antes que la academia.
La Universidad dista mucho de ser un modelo de democracia. El cuadro electoral se asemeja a una caricatura, en la que algunos rasgos se magnifican, otros se minimizan, y otros están ausentes: un enorme peso del voto de los profesores diluye el voto estudiantil, empleados y obreros simplemente no tienen participación. No existenmecanismos efectivos para ejercer la contraloría social de la administración del gasto.
La miseria de la Universidad está íntimamente ligada a las miserias del populismo. La Universidad popular, tiene su luminoso antecedente en la tentativa robinsoniana de hacer efectiva la independencia política de América a través de la instrucción popular. La palabra del preclaro maestro mantiene toda su vigorosa vigencia:
"La mayor FATALIDAD del hombre
en el ESTADO SOCIAL
es NO TENER con sus semejantes
un COMÚN SENTIR
de lo que conviene a todos
la EDUCACIÓN SOCIAL remediaría este mal..."
Todo estudiante está en la obligación de estudiar, y de hallar en
este compromiso un sentido de trascendencia, no sólo un medio para obtener un título. En cada estudiante ha de estar la libertad y la disposición de hallar el área de conocimiento que su talento y aptitud aspire; encaminarse en sus oficios no sólo como una manera de sustento y aporte en la sociedad, sino también como su forma de expresión, búsqueda y justificación de una sociedad más atenta con sus emociones y razones, por la verdad, la justicia, y el bien de todos.
La casa vencerá la corte de eminencias grises. La universidad
popular será un instrumento de liberación. El estudiante aprehenderá el sentido histórico de su condición, ya no soñará con escalar la pirámide social, sino con demolerla. La academia se orientará hacia los oficios más útiles y necesarios, con autonomía, pero con honestidad.
Hoy asistimos al insólito acontecimiento, el pueblo se empieza a
reconocer en cuanto tal y toma las riendas de su propio destino. La reacción se aferra violenta, inútilmente, a la universidad. Pero ya no hay marcha atrás posible. Por la universidad hablará la nueva sociedad.
* Candidato a la Federación de Centros Universitarios de la ULA