Aunque duela reconocerlo Chávez se ha metido en el bolsillo, con excepción del PCV y de los irreductibles, a lo que queda de la izquierda venezolana. Esto se pone en evidencia por el silencio cómplice de los revolucionarios, de otrora, ante la entrega de Joaquín Pérez Becerra, figura de comprobado compromiso antiimperialista, por una decisión omnipotente del Presidente Chávez. Qué pasó, dónde están, por qué permanece callada la gente de izquierda del PSUV supuestamente reforzada por los cuadros políticos emigrados de la disuelta Liga Socialista, del PPT ya en vías de desaparición, del PCV, y de otras organizaciones. No es posible esconder la cabeza como el avestruz ante un problema eminentemente ético que obliga a fijar una posición pública porque el que calla otorga.
Es verdad que la izquierda venezolana no se puede vanagloriar por sus grandes triunfos del pasado, más han sido sus errores y derrotas, pero nadie puede negar su contribución a las luchas democráticas y antiimperialistas del pueblo venezolano. Hay además un legado histórico encarnado en hombres como Alberto Lovera, Víctor Soto Rojas, Alejandro Tejero, Cornelio Alvarado, Fabricio Ojeda y Jorge Rodríguez, para citar sólo algunos, quienes, por negarse a entregar a sus compañeros revolucionarios, fueron torturados salvajemente hasta causarles la muerte. Por eso la izquierda venezolana no puede ser alcahueta, encubridora ni cómplice por la entrega de un revolucionario a las garras del imperialismo. Es verdad que esta acción de Chávez tiene sus antecedentes y nadie dijo nada en aquella oportunidad, pero eso no justifica ni puede ser una patente de corso para permitir la persecución y represión de Chávez a los revolucionarios de nuestra América.
La gravedad de la situación tiene que ser vista en su momento histórico, precisamente se produce este insólito hecho cuando se está reclamando claridad y firmeza en la transición de un Estado Capitalista a un Estado Socialista. Las recientes concesiones a la derecha tales como la devolución del Proyecto de la LEU aprobado por la Asamblea Nacional, los convenios con la ultraderecha estudiantil, el pacto Lobos, Chávez y Santos refrendado por Hillary Clinton que de hecho legalizará el golpe en Honduras, fueron lamentables eventos políticos que no tienen el impacto ético de la entrega al imperialismo de un revolucionario. Cuando José Martí visitó a Caracas en 1981, el Presidente de Venezuela para ese entonces, Guzmán Blanco no simpatizó con la presencia del político cubano en Venezuela pero no lo deportó a España en un acto de traición con la gesta emancipadora y libertadora del continente. Ese es el concepto de la infortunada
decisión del Presidente Chávez sin pretender comparar a Joaquín Becerra con José Martí.
Uno se admira y nunca se cansará de respetar la dignidad ética y revolucionaria de Fidel Castro y de la Revolución Cubana. Al territorio cubano, procedentes de diferentes países, entraron ilegalmente revolucionarios, secuestrando aviones, sin la aprobación del gobierno cubano que condenaba firmemente la piratería aérea, pero jamás en ninguna oportunidad fue deportado y entregado a sus perseguidores, un revolucionario alzado en armas por la liberación nacional.
Para tratar de remendar el capote y no quedar tan mal parada con la base chavista impregnada de valores éticos socialistas, ni darle la espalda a las justas demandas nacionales y continentales solidarias con el periodista revolucionario Juaquín Pérez Becerra, lo menos que pueden hacer la Dirección del PSUV y la mayoría de la Asamblea Nacional es solicitar al gobierno colombiano que se garanticen la integridad física del prisionero, su vida, sus derechos humanos y un juicio ajustado al derecho internacional mientras se organiza un movimiento popular por el rescate de su libertad.
*Profesor Universitario Jubilado
sergiobricenog@yahoo.com