En Venezuela se ha expandido una onda de regocijo a raíz de la captura de Carlos Ortega a quien se le acusa, no sin razón, de una serie de cargos como rebelión civil, agavillamiento, instigación a delinquir, traición a la patria y ahora usurpación de identidad o algo así. Todos asocian su retorno a Venezuela con un nuevo intento de desestabilizar el sistema o el "Rrrrégimen" como él lo suele calificar, basándose en aquello de que "Piensa mal y acertarás" que la malicia del venezolano antepone a cualquier otra explicación cuando tiene dudas respecto a la actitud de una persona ante determinada situación. Yo, por mi parte, no comparto esa actitud tan generalizada entre nosotros y más bien me acojo a la sentencia del derecho romano "In dubio pro reo", equivalente a concederle el beneficio de la duda al que va a ser juzgado.
Tengo la profunda convicción de que el Carlos Ortega que regresó a Venezuela no es el mismo que salió de ella en calidad de asilado político, sino que es un hombre totalmente diferente en virtud de las profundas meditaciones a las que se entregó en su triste exilio entre Costa Rica, Bogotá y Mayami, sometido a privaciones económicas que nunca antes había conocido. Producto de esas meditaciones, Carlitos se dio cuenta de las gravísimas faltas en que había incurrido y de los irreparables daños que causó a Venezuela y a millones de venezolanos, y en un momento de éxtasis casi místico, se propuso enmendar, aunque fuera en parte,las secuelas de su irresponsabilidad. A tal efecto, decidió regresar a Venezuela aun a riesgo de perder su vida si lo capturaban las fuerzas represivas del "autócrata", pero su "misión" estaba por encima de esas pequeñas consideraciones. Para minimizar los riesgos asumió una falsa identidad y se disfrazó de Juan Charrasqueado, luego de lo cual con los pocos fondos que le quedaban y el auxilio de algunos amigos que se condolieron de su actitud mendigante, se dirigió a una casa de juegos con la firme convicción de que iba a desbancarla y que las ganancias obtenidas servirían para compensar los inconmensurables daños que había causado.
Mientras se dedicaba a tan encomiable empresa, para no desentonar de los demás participantes en el juego, se vió obligado, en contra de sus principios (in)morales y éti(li)cos a ingerir bebidas espirituosas de procedencia escocesa y francesa acompañados de una "reina pepeada", y ya estaba a punto de lograr su meta de desbancar a la casa de juegos y cobrar el premio que le permitiría redimirse de sus pecados, cuando un funcionario de un organismo de seguridad del Estado le puso la mano en el hombro y le dijo: "Pajarito, ven a tu jaula" y no pudo cobrar el premio.
Y yo pregunto:
¿Hay derecho a que un hombre arrepentido, preñado de buenas intenciones, se le impida redimirse?
¿Por qué no dejaron que Carlitos cobrara lo que honestamente se había ganado?
¿Por qué van a condenarlo a 120 años de prisión por haber cometido los simples delitos de los que se les acusa y de los cuales está profundamente arrepentido?
Yo entiendo el arrepentimiento de Carlitos y admiro el valor que tuvo al exponerse a ser víctima de un "Rrrrégimen" en el cual no hay estado de derecho ni se respetan los derechos humanos, como sí los respetó él, por tanto vuelvo a preguntarme ¿por qué en lugar de condenarlo a 120 años de prisión no se lo rebajan a sólo 60 años?