Esta lección la conoce a la perfección la oligarquía zamarra. Bien formada e Ilustrada tanto por vieja como por diabla, exacerba pasiones, hurga heridas, alimenta egos, manosea urgencias, todo con un solo fin: destruir la conexión del líder con la masa.
Cuando Simón Bolívar les resultó indomable comenzó la artillería oligarca a disparar sus dardos satisfaciendo orgullos heridos, principios etéreos o valores morales ofendidos. La metralla contra el líder dio para todos los gustos y todas las impertinencias. Masón, mal hijo de Dios o aventurero para unos; megalómano, ambicioso, ególatra o vanidoso para otros; inconsciente, botarate, precipitado o irreflexivo para aquellos; desequilibrado, desordenado en sus pasiones, ejemplo de inmoralidad en su vida afectiva para algunos otros; dictador con vocación de rey para muchos de ellos. Lo cierto es que no hay persona –por angelical que sea- en este mundo que no posea algún elemento reprobatorio de alguien. Eso lo sabe la oligarquía zamarra y lo explota, logra que cada quién mire sólo hacia su exigencia insatisfecha y que termine abandonando al líder que adolece de algunas de las virtudes que para él es imprescindible. El arbolito –peor aún, el dedito- no le deja ver el bosque. La mentalidad pequeño burguesa fragmentaria y egoísta termina imponiéndose.
De abandono en abandono, de desencanto en desencanto Bolívar terminó sólo, abandonado y apuñaleado en San Pedro Alejandrino y con él, la patria grande destrozada. “Mis enemigos me han traído a las puertas del sepulcro… han abusado de vuestra credulidad…” De nada sirvieron las lágrimas amargas del líder, había arado en el mar, la oligarquía devolvió todas las conquistas de independencia, justicia y libertad a estadios más crueles que los sufridos a manos del imperio español. La primera Constitución de la IV República –la de 1830- es un poema, una lección del horror de lo que sobreviene cuando la oligarquía alcanza su objetivo. Con el asesinato –primero moral- del líder murió Colombia y con ella se enterró el sueño de la Patria Grande al menos por doscientos años ¿cómo que hay quienes quieren enterrarla definitivamente y de nuevo con tal de que su urgullo personalísimo quede satisfecho?
Hoy llueve la metralla sobre el líder de la Revolución Bolivariana. Cada quién tiene su razón para despotricar del líder. Cada una de las “razones” pudieran tener –acaso tienen- asideros válidos para cada persona. Cada quién tiene su heridita particular, su deseo insatisfecho, su piojito molesto, cada quien tiene su hilito para atar a Gulliver, tiene su razón, es la suya y lo hace… ¡faltaría más, punto, a mí no me calla nadie!, al final entre todos los liliputienses inmovilizan y atrapan al líder. Ninguno de ellos –al final- obtendrá más satisfacción que la que deriva de un orgullo pequeñito satisfecho, pero la oligarquía fragmentadora y zamarra se habrá salido con la suya: la restauración del horror oligarca.
No podemos permitirlo compatriotas. Aprendamos de una buena vez de ese profeta que mira hacia atrás: la historia. Superemos orgullos y suficiencias particulares. “No podemos optar entre vencer o morir” Debemos vencer, estamos obligados a no protagonizar nuevos episodios que terminen en El Gólgota, en San Pedro Alejandrino, en el horror del Quinto Regimiento o en el no menos terrible quebranto del 23 de Enero de 1958. Hay que sacudirnos del sindrome del CHIRIPERO. Bien que lo decía Alí.
CHÁVEZ ES REVOLUCIÓN
¡VENCEREMOS!
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