Poco a poco han ido bajando los índices de desempleo en el país. Las catastróficas cifras que exhibíamos luego del paro de diciembre 2002, han experimentando un notorio declive, atribuible tanto a la reactivación económica como a los empleos que generan las misiones.
Sin embargo, la multiplicación de puestos de trabajo no se ha dado en todos los órdenes deseables. Por ejemplo, esta semana el Fiscal General de la República informó a la Asamblea Nacional que en ese organismo reposan un millón 830 mil casos sin resolver y que a cada Fiscal le corresponde al menos dos mil 800 expedientes por atender. En la Dirección de Salvaguarda, tan sólo, existen más de seis mil denuncias que no han sido resueltas porque los 16 funcionarios adscritos no se dan abasto.
Si consideramos que la misma situación se repite en todas las direcciones de la FGR, en donde vemos que un mismo Fiscal acumula innumerables e importantísimos casos, podemos sin mucho esfuerzo llegar a la conclusión de que aquí en Venezuela es muy difícil que se imparta justicia.
El cuadro se repite en los tribunales donde los casos sin resolver suman millares. En las policías sucede otro tanto. Ya muchas veces hemos escuchado que tanto la Policía Metropolitana como las municipales, el Cicpc y la Disip, tienen carencia de efectivos. No nos sorprendería leer en algún momento que las estadísticas deben rondar entre dos y tres policías por cada mil ladrones.
Eso, si es que no contamos también a muchos agentes entre los delincuentes.
El mismo cuadro se repite en otras instancias de la administración estatal: sobran los empleados públicos perdidos en la maraña ineficiente de la burocracia, pero escasean donde más hacen falta. En otras palabras, abunda el vago cobrando sueldo y el que hace las cosas bien está demasiado ocupado para hacer más.
En todos los niveles del gobierno encontramos esa historia y se ve a más de un ministro ocupando dos puestos, aún cuando las cargas sean excesivas para una sola persona y ello permita dudar de la eficiencia de la gestión. Las mismas caras van de un lado a otro, de un puesto a otro, como los fiscales saltan de caso en caso.
¿Qué es lo que está pasando?
¿Acaso sobra gente en las bases pero falta confianza en las cúpulas? ¿Es tal vez un problema de lealtad? ¿No hay más fiscales porque dudamos de que los otros sean corruptos? ¿No hay policías por temor a que se cometan más delitos? ¿No hay más jueces por temor a que los que vengan sean venales? ¿No hay caras nuevas en los ministerios porque los candidatos a ministros tienen la traición pintada en el rostro?
Si eso es así, estamos mal, muy mal. En esta patria se requieren barrenderos que limpien las calles, médicos que suban cerros, periodistas que hagan periodismo tanto como fiscales que metan presos a los delincuentes.
Pero más que todo, hace falta gente honesta que se dedique a hacer lo suyo yno que piense que detrás de cada cargo que se le ofrezca hay un botín que puede robarse. Esas personas tienen que aparecer y el Estado es el primero que tiene que arreglárselas para convocarlos y sumarlos donde se necesiten.
No todo el mundo es traidor y aquí está más que demostrado que los buenos somos más.
Periodista / MSc. en Ciencia Política