Pensión Miraflores

El inquilino y los caseros

En el principio fue el verbo y, desde entonces, también el verbo precede todo acto humano, llámese guerra o amor, conspiración o acuerdo. En la llamada sociedad de la información, las palabras, signos o mensajes van adelante, como responden nuestros abuelos cuando alguien, dándoselas de vivo, manda a cantar a otro. “Su palabra vaya a’lante”. En la aldea global de hoy, toda conspiración -paro, golpe o sabotaje- debe ser precedida por una campaña para desmoralizar al adversario o ganar adeptos. La oposición mediática venezolana conocía esta lección básica y, aunque la aplicó al pie de la letra, sobrepasó la dosis o la dirigió al público equivocado, es decir, a sus propios convencidos seguidores, sin hacer mella en las tropas contrarias.

Lo primero que se propuso la conspiración fue presentar a su adversario como déspota, dictador, tirano y autócrata, o sea, un gobernante con mano de hierro. Lo segundo, desacreditarlo como presidente o jefe de Estado. Estas investiduras serían sustituidas por sobrenombres que le restaran toda majestad: “locutor de Sabaneta”, “loco Hugo”, o “el que te conté” o “el innombrable”. Aquí los mensajes chocaban, se contradecían: el dictador con mano de hierro no podía ser al mismo tiempo un descriteriado que no gobernaba. Si el déspota permitía que le pusieran todos los apodos y le lanzaran todas las ofensas e insultos públicamente, ¿dónde estaba el despotismo? La oposición estaba enredada en su papagayo semántico.

El apodo más “light” pero no el menos eficaz que le pusieron al presidente Chávez fue el de “inquilino de Miraflores”. En rigor, todo jefe del Estado electo, por no ser suyo el palacio y tener un límite su mandato, sería un inquilino. Pero en el caso del comandante bolivariano el mote tenía como fin inculcar en chavistas y antichavistas, sobre todo en estos últimos, que Hugo Chávez era un hombre de paso y que pronto se le pediría que desalojara la pensión o el hospedaje. Se trataba de un provinciano de Sabaneta que llegó a Caracas, pasó con su vieja maleta frente a Miraflores, se tocó los bolsillos, contó los cobres y decidió alquilar una habitación para pasar allí la noche, máximo dos. Por la mañana tendría que irse o…lo echamos.

Los noticieros de radio y televisión, sin mayor empacho y lanzando al cesto la voluntad de cuatro millones de electores primero y seis millones después, oficializaron el remoquete de “inquilino de Miraflores”. Era una forma de desconocer al presidente constitucional de la República, electo, relegitimado y ganador de ocho procesos electorales y un referéndum popular. Los manuales de periodismo, libros de estilo y el código de ética fueron incinerados en la pira del inmediatismo político y la estupidez mediática. “Mañana por la mañana le cobramos la noche y lo ponemos de patitas en la calle”, discurrían los que se asumían dueños de la casa presidencial y rentistas del palacio.

El hombre, sin embargo, seguía allí. Decidieron entonces desalojarlo por la fuerza y activaron el asalto al palacio un 11 de abril de 2002. Lograron su objetivo pero el vecindario reaccionó y el 13 de abril, devolvió al “inquilino” al lugar que le había asignado. Los caseros –Fedecámaras, jerarcas eclesiásticos, CTV, Coordinadora Democrática y la embajada gringa- optaron entonces por cortarle todos los servicios, con un largo sabotaje a la industria petrolera, mientras pegaban alaridos y lanzaban partes de guerra desde una plaza. De nuevo salieron con las tablas en la cabeza. Desesperados, propiciaron trancazos, pusieron bombas, prendieron la guarimba y trajeron paramilitares. Derrotados en todos esos terrenos, aceptaron por fin recurrir a la constitución y consultar al vecindario. Seis millones de parroquianos les dijeron categóricamente que el vecino mayor se quedaba en el palacio hasta el 2006, con opción de hacerlo hasta 2013.

Esta mañana oía la radio y veía la televisión y ningún locutor o periodista hablaba del “inquilino de Miraflores”. De buena o mala gana, pero por categórico mandato popular, los escuché referirse al ciudadano Presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Los que se habían asumido dueños de la posada o pensión, hacían antesala en los pasillos del palacio para plantearle “algunas cosas interesentes” el señor jefe del Estado. Vea usted.


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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