El debate cobró
fuerza ante el impulso del acuerdo de Brasil con estados unidos para
el impulso de los “biocombustibles”. Por su parte Venezuela consideró
y considera que el etanol lleva a una reducción de las tierras destinadas
a la producción de alimentos y a la generación de monocultivo que
desincentivan la producción de alimentos.
El presidente Chávez dijo que Venezuela aceptaba el consumo de "agrocombustibles cuando no afecta a los alimentos", y es "complementaria al petróleo" de tal manera de "no quitarle el maíz a la gente, a la cadena alimenticia para alimentar los automóviles".
Este debate ha ido cobrado
una significación mucho más grande en la medida que los agrocombustibles
se configuran como el elemento estructurante en la crisis alimentaria
mundial. El impacto es claro si valoramos que para producir cinco litros
de etanol se necesiten 230 kilos de maíz, una cantidad que alimentaría
a un niño durante un año.
A pesar de las inercias
heredadas en la producción agroalimentaria, Venezuela ha optado por
una estrategia de alimentar a la gente, mientras al inicio del gobierno
Bolivariano en 1998, el promedio de kilogramos consumidos por cada persona
en una año era de 396.39, el indicador fue ascendiendo de manera
sostenida durante los últimos 10 años para ubicarse en el 2010, en
499,76 kg/persona/año.
La producción del maíz
se incrementa para garantizar nuestra arepa y la salud de nuestros hijos,
no para incrementar las ganancias del capital transnacional que lo dedica
cada día más a la producción de etanol, elevándose la producción
de maíz blanco y amarillo de 983.121 toneladas en 1998, a 2.995.712
toneladas en el 2008.
Pero lo anterior solo
es posible en una sociedad que se construye con criterios socialistas,
en el resto de América latina y el mundo, la rectoría del capital
ha llevado a la consolidación de un nuevo patrón agroindustrial soportado
en los agrocombustibles.
El nuevo patrón capitalista
de desarrollo del campo, trae aparejada la concentración de la tierra
por parte de las trasnacionales, la expropiación del campesinado, su
expulsión violenta o reorganización como proletariado agrícola dependiente
de las grandes empresas de agrocombustibles, o se les articula en modelos
de tercerización desde cooperativas “campesinas” con las cuales
se subcontrata la explotación de extensas zonas sin incurrir en relaciones
laborales. Asistimos a la radicalización y consolidación del capitalismo
en el agro y a la descomposición del campesinado como clase y su configuración
como proletarios.
Otro impacto dramático
de los biocombustibles es la deforestación de selvas y bosques
en todo el mundo. En Brasil particularmente, los bosques del Mato Grosso,
han ido desapareciendo en los últimos años. La agricultura mecanizada
para cultivos como la soya ha destruido los bosques, es posible ver
la imagen de la deforestación y la depredación en http://www.cubadebate.cu/coletilla/2011/05/24/sos-en-mato-grosso/
Estos impactos han llevado a los ambientalistas y movimientos sociales a concluir que la supuesta receta que se nos quiso presentar con los agrocombustibles para frenar la emisión de gases efecto invernadero, no es más que una nueva estafa del desmedido interés capitalista.
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