“Fue la última vez que vi a mi querida
ciudad natal; de allí salí el 5 de julio de 1827,
para no regresar jamás y ya estoy seguro de
no volverla a ver; pero quisiera que mi cadáver
reposara en Caracas”
Ω
VII
Sentía esperanzas de sanar o mejorar, aunque se preguntó el día 6 de diciembre ¿Cómo saldré yo de este laberinto? Sin embargo en lo íntimo de su pensamiento i corazón, sabía que estaba camino hacia el sepulcro. Esa frase de epígrafe, que viene a su voz cuando trata de problemas que tiene con Páez el héroe de Carabobo, pero a la vez el primer gran traidor al ideal bolivariano, i ya piensa donde desea descansar su cadáver, aunque en otro momento pregunta por qué debe hacer testamento i pensar i decidir si recibe los sacramentos de una iglesia que siempre miró con respeto, pero sin fe. Teresa decía que Bolívar llevaba la incredulidad hasta el ateísmo.
Estaba en manos del doctor de Santa Marta, pero ya en Soledad, había estado mal, guardando cama i lo vio el doctor Gastelbondo, médico residente de la pequeña ciudad, aunque él prefería los cuidados de la señora María Josefa, quien le daba las medicinas que tanto rechazaba, aunque eran recetadas por el doctor. Por ello escribe ese día a Urdaneta para decirle: “mi salud se ha deteriorado tanto que realmente he llegado a creer que moría; con este motivo tuve que llamar al médico del lugar para ver si me hacía algún remedio, aunque no tengo confianza en su capacidad y voluntad; pero el pobre, me ha parado de la cama, dándome una fuerza ficticia; pero dejando las cosas como estaban, porque no hay un buen medicamento para quien no los toma, pues esta es mi mayor enfermedad y lo peor es que es irremediable; porque prefiero la muerte a las medicinas: ni aun la coacción del dolor me persuade, pues le tengo una repugnancia que no puedo vencer”(Ángel R, Fajardo, Camino a Santa Marta. Cita tomada de V. Lecuna). El Libertador tenía una enfermedad con varios años de evolución, pero cuyos síntomas se fueron acentuando de una manera continua, por lo menos tres años atrás, o tal vez casi siete.
Por esto es interesante el acontecimiento de su enfermedad en Pativilca un pueblo ya distante de Lima, en un estrecho valle, subiendo hacia los Andes i sucedido en 1823, cuando con presentimiento de graves irregularidades desarrollándose en Lima, deja a Sucre en el norte i se decide a retornar a la capital del Perú “por el camino de la costa, formado por un desierto de arena –según él mismo describe− desierto de arena de 500 leguas de longitud y cuya anchura varía desde siete hasta cincuenta millas”(Miller, John, Memorias. 1828). “Su superficie −prosigue− presenta muchas desigualdades y tiene una apariencia de haber estado en otros tiempos cubierta por el mar que baña sus escarpadas costas según el geográfico decir del general John Miller”.
“En el extremo de un estrecho valle angosto que se interna hacia Los Andes, habitado por enorme peñascos solitarios, se encuentra el pueblo de PATIVILC, distante a tres jornadas de Lima, donde permanecí desde el 1° de enero hasta el 28 de febrero de 1824 y en donde habría de vencer la primera y más terrible enfermedad que tuve que dominar en mi vida y a la cual se agregó, la dura y decepcionante de la entrega de los castillos del Callao, a los españoles consumada, el 5 de febrero de 1824 por la guarnición encargada de su custodia”. (Liévano Aguirre. Ob.cit.) En carta del secretario José D. Espinar, destinada al coronel Tomás de Heres, había notificado que el Libertador llegó al pueblo bastante malo i continúa nada bien. I el 4 de enero agrega Espinar “que su excelencia el Libertador amaneció bastante despejado pero sumamente débil”. Aquí la referencia a despejado, hace alusión a su estado de lucidez mental, aunque le sentaron mal el suero i otros brebaje que le ocasionaron vómitos, ignorándose la composición de aquellas tomas para su alimentación i O’Leary señala que necesitaría unos ocho días para restablecerse. A eso dice Bolívar, excepcional paciente cuyo interrogatorio o anamnesis ha quedado escrito por sí mismo. “Efectivamente fui mejorando y a pesar de mi debilidad, pude escribirle el 7 de enero de 1824 al general Santander para tratar ciertos problemas militares y políticos, lo cual aproveché para reconstruir mi enfermedad”. Son seis años o casi siete, antes del 17 de diciembre de 1830, el tiempo en el cual la salud del Libertador Simón Bolívar se va deteriorando, percatándose de ello sus generales, servidores, personas que le conocían, artistas que lo retrataron, pueblo en general que le quería, i constancias de sus palabras i abatimientos espirituales, no como se trata de afirmar que apenas su enfermedad o un supuesto envenenamiento crónico, era de tan sólo tres meses antes de morir. Solamente una persona carente de conocimientos médicos, de cómo se escribe la historia, qué cosa en la verdad i la objetividad de la historia, puede tergiversar a su gusto lo que ha escrito el mismo paciente, a menos que quiera negar la autenticidad de las cartas del Libertador i decir que todas son apócrifas. Sería algo digno hoi, de los Records o marcas de Guinnes. ¿Qué quiso decir Bolívar, con reconstruir mi enfermedad? A continuación de lo anterior dice que se irá a Bogotá a restablecerse de sus males –episodios i complicaciones nosológicas en un organismo que está propenso a todo por una enfermedad fundamental, evolucionando solapadamente− como suele acontecer en la tuberculosis o en la diabetes. Ese pseudo historiador, ignorante de conocimientos médicos, filosóficos e históricos, recientemente pone como premisa o hipótesis un dogma: ¡A Bolívar lo mataron! Jamás ha leído ni siquiera textos de filosofía médica como las obras de Blanco Soler, de Cajal, Laín Entralgo, Jiménez Díaz i Von Weizsäcker, para que tenga la osadía de asomar una opinión totalmente carente de pruebas.
El Libertador escribe: “He llegado hasta aquí y he caído gravemente enfermo. Lo peor es que el mal se ha entablado y los síntomas no indican su fin. Es una complicación de irritación interna y de reumatismo, de calentura y un poco de mal de orina, de vómitos y de dolor cólico. Todo esto hace un conjunto que me ha tenido desesperado y me aflije (sic) todavía mucho. Ya no puedo hacer un esfuerzo sin padecer infinito. Ud., no me conocería porque estoy muy acabado y muy viejo, y en medio de una tormenta como esta, represento la senectud. Además, me suelen dar, de cuando en cuando, unos ataques de demencia, aun cuando estoy bueno, pero pierdo enteramente la razón, sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor. Este país con sus soroches en los páramos, me renueva estos ataques, cuando los paso al atravesar las sierras. Las costas son muy enfermizas y molestas porque es lo mismo que vivir en Arabia Pétrea. Si me voy a convalecer a Lima, los negocios y las tramoyas me volverán a enfermar, así pienso dar tiempo al tiempo hasta mi completo restablecimiento”. ¿Qué nos puede hacer pensar esto −actualmente− en un paciente que sabemos traía desde niño una primo infección tuberculosa i que más adelante se comprueba con un gran nódulo pulmonar en la necropsia? ¿Qué veneno estarían usando miles de cómplices i conspiradores que el autor de la hipótesis disparatada que hemos visto, siendo los principales posibles sicarios envenenadores, José Palacios, Manuelita, O’Leary, Revered , Joaquín de Mier, Montilla i todos los otros generales que estuvieron con él en su deceso, así como pueblo, curas i soldados? ¿La Junta Investigadora, puede dar alguna pista siquiera, de determinado veneno en los restos?
Dos días más tarde de lo que hemos visto escribió el Libertador en la “reconstrucción” de su enfermedad, se dirige al señor Presidente del Gobierno de Colombia “renunciando el cargo de Presidente de la República y a los treinta mil pesos anuales que la munificencia del Congreso ha tenido la bondad de señalarme y expongo la razón de que yo no puedo continuar más en la carrera pública; mi salud no me lo permite”. ¿Estaría o no, enfermo el Libertador Simón Bolívar para tomar esta decisión i expresar que no puede seguir en la carrera pública, pues su salud no se lo permite? ¿Se puede ser tan irresponsable para argumentar algo que no es verdad, i rechazar miles de pesos que no lo haría ningún político de antes ni de ahora, excepto el general Rafael Urdaneta cuando devolvió los viático correspondientes de París a Madrid, cuando iba a morir i dejaba solamente una viuda i 11 hijos en la mayor pobreza? Esto está consignado, como dice el improvisado, en cartas i cartas para él sin valor documental histórico, rechazadas por su voluntad infalible, única en el mundo, porque ahora no admitimos ni la del Papa en Roma.
Por lo contrario, este es el genio de América, sabio, veraz i hombre de honor, que consigna la razón de una renuncia, en la pérdida de su salud que, irá siempre en declive paulatino, hasta las orillas de Santa Marta i el lecho mortuorio en San Pedro Alejandrino. Es lo que Beaujón i otros historiadores destacan como el Enfermo de Pativilca. El que no volvería a ver a su amada Caracas, pero deseaba ya convencido del destino casi inmediato, que su cadáver reposara en ella.
(CONTINUARÁ)
robertojjm@hotmail.com