Aquel penitente mundo donde habían nacido, y donde luego vivirían, lucía tejido como con mil escenarios donde se hacía gala a diario de histriónicas actitudes.
Era
más (sin duda) que los anales de sus familias opulentas; más que los
miles de espacios verdes que ofrecía; más que los miles de lugares donde
se abrigaba a la muerte en sus ajetreos plenos y más que los típicos
lugares donde todas las potenciales amistades enaguazaban sus ropas en
aguardiente. Tal vez era por eso que un gran rompecabezas parecía, pero
sin motivo único. Cada ciudad, cada pueblo, cada barrio y cada sitio,
tenía su particular manera de yacer, su ambiente característico, su
propio pequeño enredo donde juntos todos alcanzaban conformar pues aquel
intermedio y penitente mundo donde nacieron y luego vivirían. Pero que
en curioso
disparate no parecía haber uno más entrañable, porque los viajeros que
llegaban de solaz decían al irse que les habría de resultar como aquel
amor esperado con ardor, vivido en contrariedades y recordado luego con
nostalgia inexplicable.
Y
cuando se veía aquel mundo desde el espacio exterior, se veía al mismo
tiempo todo lo que el mundo este, por aquel entonces, podía brindar. Por
ejemplo: al pesquisa detrás del ejecutor del horrendo crimen; el color
tierra de los niños desamparados; los palacios agraviantes; las ráfagas
que desmelenaban a los árboles en las apacibilidades y hasta los embates
que poco a poco barrenaban los cuerpos de los inocentes, ya que
Montaraz y Polcasa serían dos víctimas de una descomedida insuficiencia
renal que debían –por semejante y por tan imperativa razón– acudir con
frecuencia a la sala de diálisis de uno cualquiera de los hospitales
centrales
sin que nunca se hubieran visto antes de aquella primera vez, allí
mismo. Fue como a la quinta sesión de tratamiento cuando ambos
tal vez comenzaran a litigar sobre cuál podía ser la exacta temperatura
de la sala donde hallábanse, y, habiendo comenzado la disensión con un
tono muy cortés, poco a poco iría adquiriendo calor hasta un día cuando
Montaraz no soportara más la terquedad desquiciadora de Polcasa y
decidiera desconectarse de su máquina para ir hasta la suya con
siniestra amabilidad a fin de decapitarlo de un certero machetazo ante
la mirada sumisa de otros pacientes que también conectados estaban. El
verdugo, once años más joven que el condenado, huiría con
flemático estilo de la sala no pudiendo ser interceptado en su carrera,
ni por ninguna de las tetonas enfermeras de guardia, ni por ninguno de
los guardias dentro de los que había algunos
tetones también debido a lo fornidos y que muchas veces actuaban a
guisa de enfermeros.
Porque que lo anterior –que luce como inequívoca horribilidad– quedaría rezagado al puesto de canción de cuna
con lo que se descorchara no mucho tiempo después en otra región.
Resulta que la policía desmantelaría un grupo de pederastas que violaba
niños y distribuía fotografías de sus crímenes por Internet. Afirmaban
los pesquisas que la acción de los pederastas sobrepasaba los límites de
la perversión y de la ignominia. Eran horripilantes vejámenes difíciles
de concebir ni siquiera por una mente muy estropeada. Muchos niños
–hasta bebés de pocos meses, algunos de ellos– eran filmados
mientras eran abusados además con inédita sevicia. Alguna de las
imágenes mostraba a uno de un año de edad siendo violado al menos por
dos de los sórdidos seres, cuando un boleto de tren, que
sostenía en la manito aquel tan precoz desdichado, llegara a ser lo más
útil para que la policía pudiera rastrear el sitio de consumación de
esta no se sabe si infamia humana en pandémica ebullición. Alguien por
allí muy importante, y que alguna vez fuera juez de la República,
esperaba que los pederastas fueran castigados con todo el peso de la ley
sin aclarar cuánto debía pesar esa ley… Y se determinaría, con
posterioridad para fines de estudiarse adminiculado a su cuadro clínico,
que la madre de uno de ellos le había festejado sus catorce años de
edad haciendo en su honor un guateque cuyo papel estelar estaría a cargo
de una almea que les bailoteó en
desnudo total, acompañado de diez párvulos más que la observarían con
los ojos desorbitados por una muy larga jornada que a su término seguro
fugaz les parecería, y con las secuelas del caso, obligándolos a
sospechar (por supuesto, con toda razón) que sólo una inmensa nobleza
podía estar detrás de la exquisitez de semejante dádiva. Y lo peor era
que una hermanita del cumpleañero se aproximaba ya a cumplir sus quince…
Pero llegó a considerarse esto como el más visible antecedente de lo
que más tarde sería el programa televisivo en vivo, Mételo y Sácalo, y que luego, en una nueva versión de primer mundo, pasaría a llamarse Spuiten en Slikken..
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