La tan modesta y sencilla frase, de "el mundo al revés", repercute paradójicamente como enmarañada e insondable. Porque es que resulta incomprensible, pero además indescifrable, tener que admitir que lo que llaman tan consoladoramente amor, pudiera acabar con el mundo. Y lo peor es que de un momento a otro. Y no habría sobre tiempo ya para intentar detenerlo; piensa quien, como yo si por algo se distingue, es por lo optimista. Por lo desmedidamente optimista, me atrevo a decir.
Pero notoriamente se ve, que la cosa está que arde.
Y confieso que no he hallado aún ninguna razón (sobre todo lógica), que me haya podido hacer desistir de la idea de que todo lo malo y además perverso que podemos hacer en este mundo, lo hacemos, o bien en nombre de la libertad, o por amor.[i] Porque en este mundo al parecer lo único que se necesita para hacer el mal, no es más que practicar el amor, y, mientras más apasionadamente resulte su práctica, muchísimo mejor. Por eso es que no se necesita para nada, y menos para hacer el mal, que el odio exista. El odio resulta por tanto uno de los pertrechos más inútiles para hacer el mal. Y tanto es así, que el odio ha tendido a desaparecer de la faz de la tierra. Bastaría solo con haber visto el rostro reciente de Obama en su gira por Cuba y Argentina, para terminarse de convencer de que ya el odio está boqueando a nivel mundial. Que lo que le espera a la humanidad no es más que regodearse dentro de una divertidísima y, al mismo tiempo sensual, ola de amor… Ya incluso es muy raro ver por allí algún rostro que pudiera reflejar odio. Porque además, pareciera que definitivamente el bien ya triunfó sobre el mal. Y esto sí pareciera ser, más bien –por Dios- el fin de la Historia…
Incluso, todo lo que la nueva, amorosa y casi absolutista Asamblea Nacional declara y re-declara a través de sus iluminados voceros, es que la totalidad de sus leyes, y demás actos parlamentarios, lo que buscan como único e inamovible objetivo de su férrea voluntad de poder, es favorecer al pueblo, y sobre todo, muy amorosamente. Porque la verdad es que nunca ninguno de ellos hubo de perder la capacidad de amar… (Al pueblo). Y que el que haya dicho, o diga lo contrario, lo haría por irrecuperable, dada su amotinada y pervertida conciencia.
Y lo último que viera, como para confirmar esta afortunada certeza, es el caso del avión de EgyptAir que, en un vuelo entre la ciudad del Faro y El Cairo, fuera secuestrado por un apasionado enamorado sexagenario que obligara al piloto a ponerlo en un aeropuerto de Chipre, puesto que pretendía ver, a como diera lugar, a su chipriota ex amor. Muchos pasajeros eran británicos y estadounidenses, quienes pudieron confirmar (con ese del secuestrador) los incontables actos de amor que sus respectivos gobiernos le han infligido a la humanidad, desde siempre.
En principio se pensó que tal loco de amor llevaba explosivos debajo de sus testículos, pero no, las autoridades comprobaron que lo único explosivo del tan romántico pasajero, era simple, y llanamente, su bigbándico ardor por su chipriota ex mujer...
No obstante, el ministro policía egipcio aseguró que, seguirían interrogando al viejito ardoroso, a fin de poder descubrir cuáles fueron los ciertos motivos (¡reales!) que le llevaran a cometer semejante acto, tan propio más bien de un joven pirata erotómano.
Y me pregunté alarmado, ante tanta incredulidad del ministro: ¿Y es acaso, por Dios, que no le bastaba que hubiese sido por amor? ¿Es que acaso el amor no justifica ese, u otro mucho más romántico, incluso? ¿Pero qué descreimiento tan pernicioso es ese en tiempos como estos, tan amorosos?…
Y no había terminado de salir de mi estupefacción, cuando acto seguido leo el análisis preliminar del presidente chipriota, que me produciría una conmoción, tan sísmica, que tuve que apelar al auxilio de un sedante… De los que soy enemigo, por cierto, pero que los tengo cerca para recurrir a ellos, a la hora de alguna emergencia tan emocional como esta.
Diría el presidente chipriota, con rostro y tono muy adustos: "!Para mí eso no fue el acto de un terrorista, sino el de un idiota!". ¡Coño! exclamé justo antes de preguntarme: ¿Pretendió Nikos significar que un acto de amor, es idiota, cuando el amor está acabando con este mundo? ¿Cómo puede resultar idiota un acto más de los infinitos que están ya acabando con él?
Ante esto, no tuve más opción que la de quedarme haciendo cruces, para apoyar al sedante.
Pero mi imaginación entonces se activó, y pensé en la señora Tintori de López, quien anda tan desesperanzada por el mundo tratando de convencerlo de que su marido no es más que un adorable angelito de Charlie... Y no vaya a ocurrírsele, como al viejito ardoroso de marras, secuestrar algún avión y solicitarle al piloto que oriente su trompa (la del avión) hacia Ramo Verde, donde la espera su incontinente amor para entregarse a él y evitar así seguir corriendo los riesgos inmanentes, y, sobre todo funcionales, de un mundo donde lo que más se consigue, es justamente mucho amor.
En fin, no es fácil entender sus cuitas, que resultan a veces, como una especie de estiércol de aves.
[i] Por amor a algo que está dentro de alguien, sobre alguien, o fuera de alguien; pero siempre referido a alguien: sea persona natural, o jurídica.