Sí, no cabe duda que hay izquierdistas que como con una nada disimulada neurastenia ideológica, tachan con cierto o mucho encono a otros izquierdistas, incluyendo a Nicolás Maduro, con un rostro de odio ciertamente deforme.
Una categoría que se muestra pues hostil hacia los izquierdistas puros y simples, y que por ello se los denomina ultra izquierdistas, cuya característica tal vez primordial sea la de ser “patriarcal o matriarcalmente conservadores, que marginan hasta por razones de género y de condición social e intelectual,” y que por ello sus columnistas fungen de especialistas en eso de coser el balance crítico de lo que consideran el fracaso de esas restantes corrientes que se manifiestan dentro de la izquierda, incluso utilizando hasta el sarcasmo y la quemazón…
Y que quizás lo peor sea que hablan, como si se apoyaran en grandes experiencias triunfantes, cuando en verdad lo que más los ha caracterizado es la derrota tradicional y la traición.
Una ultraizquierda que, dizque tiene mucha responsabilidad en el actual retroceso latinoamericano, por no aceptar ningún otro pensamiento que no sea el de la testarronería que la nutre, y donde militan “editores, periodistas, intelectuales, sociólogos, politólogos, y demás personajes”, que tienen el poder de censurar, “con toda la cólera, con toda la envidia, con todo el desprecio, a articulistas que defienden logros”...
Por lo que parecen más bien ultra derechistas, en lo que muchos de ellos y ellas han terminado, para gloria “reflexiva” de la contrarrevolución.
En fin, es algo de lo que se afirma en cuanto a esto del ultra izquierdismo en Latinoamérica, a lo que por supuesto no escapa Venezuela, y sin que estuviera infamándose a nadie (creo), puesto que resulta y ha resultado ello una realidad objetiva, y puede que hasta prolífera.
¿Pero qué otras cosas pudieran caracterizarlos?
Pues al menos que no resultan como los rayos ultra-violeta, ya que pueden ser percibidos por los ojos humanos sin la ayuda de ningún aparato, ya que sus vibraciones están más acá de nuestros sentidos, ni tampoco porque sea necesario ser un ocultista célebre para detectarlos de acuerdo con el color ultra de sus áureas, salvo el color ultra-violeta, que indica desarrollo psíquico cuando es utilizado en un plano eminente y benévolo, pero que, cuando se ve el color infra-rojo indica, que la persona tiene también desarrollo psíquico, pero esta vez utilizándolo para propósitos egoístas e indignos de un revolucionario, que incluso, hasta pudieran asimilarse a magia negra…
Ciertamente pareciera que las características de la personalidad ultra izquierdista resultan inconfundibles.
Ante todo resaltan la auto suficiencia y el aterrador orgullo y la tremebunda vanidad fundamentada en las teorías. Y que si pudieran aparecer cotidianamente en la televisión, tuvieran entonces a los y las chavistas envenenados con sus diversos tipos de tóxicas vibraciones. Pero es que además tienden a mirar con desdén al pueblo, puesto que se creen súper ideologizados, creyéndose por consiguiente haber llegado al non plus ultra del conocimiento de lo que debe indefectiblemente hacerse, dentro de un perfeccionismo que pudiera resultar, a la postre, muy sospechoso. Es tal su orgullo que pareciera que han conquistado el infinito revolucionario, riéndose a carcajadas de las “supersticiones” de los revisionistas.
Y lo tremendamente arduo resultaría por tanto, poder hacerles comprender, que pudieran estar equivocados.
Y en tales condiciones cuanto más se indaga en el porvenir de la Revolución (que como sabemos, está colmado de problemas complejos y serias amenazas), más pareciera descubrirse que el principio creador de su unificación no debe buscarse, ni en la sola devoción a una misma verdad, ni en el solo deseo suscitado por algo, sino en la común atracción ejercida por un mismo alguien...
Y ese mismo alguien, existe entre nosotros, como en una especie de trinidad, sin que llegue a ser santísima: El Pueblo, Bolívar y Chávez.
Capaz, por una parte esa común atracción, en efecto, de realizar en su plenitud la síntesis del espíritu revolucionario dentro de la Constitución y la ley (en lo que estribaría la única definición posible del progreso turbulento), que, a fin de cuentas no quedaría bien ponderado, sino por el encuentro de nosotros y nosotras, tal como solo pudiera realizarlo un afecto recíproco común.
Y que por otra parte, entre elementos humanos innumerables por naturaleza, sólo existe una manera posible de afecto: el saber súper centrarnos todos juntos sobre un mismo ultra-centro común, al que no pudiéramos llegar permaneciendo cada uno en el extremo de nosotros mismos, sino, reuniéndonos.
Algunas veces me he puesto a pensar como ultra izquierdista. (Aclarando: sin sentirme ultra nada). Y al acudir a mí sin restricción, esas dos palabrejas plus ultra, digamos así, siento que me generan una tentación; es decir, una intención de realización. Y al sentirme en ese momento ultra izquierdista, comienzo entonces a saberme más allá de cada cosa; como fuera de ella, y como a notarme libre para terminar luego encarcelado dentro de mi propia libertad. Y es cuando conciencio entonces la poca utilidad, dentro de mi discurso, de las dos palabrejas. Entonces vuelvo con mi fe no indiferente, pero tampoco hostil a la Revolución, para saborear muchas realidades inolvidables de ella, y a contribuir en lo que pueda a la evolución de un ultra-ego revolucionario común, que me refuerce (y que nos refuerce) el porvenir de ella.
Horacio, uno de los ultra poetas de Roma escribió, entre otras obras, sátiras y epístolas. En sus sátiras abordó cuestiones éticas, como el poder devastador de la ambición, la majadería de los extremismos (¡a propósito!) y la avidez por la riqueza o la posición social. Y en sus cartas expuso sus observaciones sobre la sociedad y la filosofía, con su lógica del “punto medio” (lo he denominado para m,í “síntesis de las verdades”) a favor de doctrinas como el epicureísmo, pero siempre abogando por la moderación, incluso en lo referente a la virtud. Y en una de tales epístolas, diría Horacio, por supuesto en latín: Est quadam prodire tenus si non datur ultra. O lo que es lo mismo: «Se puede avanzar hasta un cierto punto, si no es posible ir más allá»… Y siempre, agrego yo: ¡Por ahora!... Palabras últimas pronunciadas hace ya 24 años y que se revelaron como una especie de ley estructural esencial de lo que hemos denominado, “el proceso”, y que parecieran haber entrado como en una especie de campo científico de las energías cósmicas, y de nuestras leyes necesarias…