La Venezuela de hoy con su especie de neocriticismo sin saberse a ciencia cierta de cuál pensamiento y de quién tendríamos que iniciar la renovación, en esta especie también como de "neofiticismo" que salta por todas partes como paraparas dentro de una crisis económica que sin embargo nos coloca como cuarta entre las economías de la CELAC, y donde luciera que la crisis, además del manejo de lo conceptual, obedeciera más bien a una guerra que hoy no sé si en el mundo sería una variable, incluido a la vez nuestro no sé si inconsciente eurocentrismo económico en detrimento del árbol de las tres raíces (y, en economía no sé quién, ¿Giordani, será), sin embargo me resulta afortunada esta Venezuela no obstante las incomodidades e incertidumbres incordiantes que por tales razones nos presenta como mortales indiscriminados que somos.
Porque es que cuando hablo de nuestro inconsciente eurocentrismo económico es porque giramos en torno a Adam Smith y David Ricardo, donde el primero, comenzando como filósofo y luego como profesor de retórica y literatura, terminaría escribiendo la "Riqueza de las naciones", publicada en 1776, según también por la influencia de su estrecha amistad con David Hume, quien se inscribió en la universidad a los 12 años y que se frustrara en ganar la cátedra de filosofía por ser tildado de escéptico, e incluso de ateo, por lo que terminaría entonces como bibliotecario del colegio de abogados.
Interesante cómo funcionaba la meritocracia por aquellos tiempos…
Intentó Smith, por primera vez, precisar los factores concluyentes del capital y del desarrollo de la industria y el comercio entre los países europeos, que permitiría crear la base de la moderna ciencia económica con su laissez-faire y su "mano invisible" que, presuntamente permitiría alcanzar la mejor meta social, sin interferencia por supuesto del Estado. Y donde el segundo, David Ricardo, por cierto, extraño economista posterior al primero, que luego de dejar la escuela a los 14 años para trabajar en una agencia de corretaje, terminara millonario a los 25 invirtiendo en la bolsa; es decir, partiéndose el lomo especulativamente, pero no dejando sin embargo de escribir sus reflexiones económicas en su obra, "Principios de Economía Política y Tributación", en 1817, donde lanzara su teoría del valor del trabajo, afirmando que los salarios dependían del precio de los alimentos; es decir, de la cantidad de trabajo que se necesitaba para producirlos, afirmación quizás muy pertinente para nosotros hoy, excluyendo por supuesto el análisis de las variables "contrabando de extracción, acaparamiento y especulación", también muy actuales en nuestra vernácula teoría económica. Lo cierto es que el extraño economista sostenía que el precio de un producto está determinado por la cantidad de trabajo necesaria para fabricarlo, y no por la oferta y la demanda.
¡Colosal atrevimiento sobre el que tomaría pronta nota Marx!
Pero es que Ricardo también pensaba que el crecimiento de la población provocaría una escasez de tierras productivas, por lo que su teoría de la renta está basada, justamente en la productividad de la tierra, lo que nos conduce a otro economista algo anterior a él, Thomas Robert Malthus, hoy otra vez de moda por el deterioro ambiental que se le atribuye al aumento de la población pobre (y además, quien la responsabilizaba de su propia desgracia) y quién espoleado por su oposición al progreso del hombre hacia la perfección -sostenida por Jean Antoine Condorcet y William Godwin- había pronosticado, basado en sus dos postulados, de que el alimento es necesario a la existencia humana amén de que la "pasión entre los sexos", por necesaria se mantendrá siempre, razones por las que la población crecerá en una proyección geométrica y que, la producción de alimentos lo haría también, pero esta vez, en una proyección aritmética.
Lo cierto es que La riqueza de las naciones se cristianizó como el máximo ejemplo de la comúnmente denominada escuela clásica del pensamiento económico, encarnada además de por Smith, por Thomas Robert Malthus, David Ricardo, John Stuart Mill, quien señalaba en su obra "Sobre la Libertad" (1859), que podía ser ella objeto de amenaza tanto por la desigualdad social como por la tiranía política, habiendo también estudiado el socialismo pre marxista y, aun cuando no se consideraba socialista, bregó sin embargo activamente en favor de la mejora de las condiciones laborales, y, nuestro José Guerra, además como ilustre despilfarrador de elocuencia dialéctica en materia económica, quien, con urticante "fehaciencia" ha denunciado, al mundo, que el contrabando de extracción, el acaparamiento, la especulación y el trapicheo, constituyen una especie de nudista simpático que ha puesto a deambular, el gobierno, para su bien.