La verdad es que no es fácil hallar la palabra "rentismo" en alguna obra seria o medianamente seria sobre economía política, salvo aquí entre nosotros, donde los neologismos están a la orden del día por nuestra particular forma de ser. Y sin que represente, por supuesto, una exclusividad... No somos tan ambiciosos, al menos en esto.
Además, aquí nosotros tenemos una gran habilidad –diría que alquímica– para desnaturalizar todo, particularmente lo que resulta bueno (si es que alguna vez hemos dejado algún muñeco bueno con cabeza) porque de desnaturalizar lo malo hacia lo bueno, lo consideramos malísimo, y hasta pésimo, incluso por resultarnos burda de obsceno en nuestra también tan particular concepción de lo ético. Es más, pudiera ser que consideremos que realizarlo resultaría una banal y reprochable transmutación, muy poco digna de nuestro pillador gentilicio.
Partamos entonces de una obviedad: que rentismo viene de renta. Y que renta es en principio la utilidad o beneficio que rinde algo en un período. O quizás, y más técnico desde el punto de vista conceptual, sería que siempre la renta es la gratificación de un servicio hecho en el acto de la producción por la industria, por la tierra, o también por los capitales; caso éste en el que el capitalista hace trabajar por sí mismo su capital, o que también se lo da al jefe de una empresa, para que se lo haga trabajar en función de su beneficio. Estos dos últimos supuestos entonces son los que intuyo que pudieran configurar, en primer término, la idea esta de rentismo.
Pero dentro de esta compulsiva tendencia a la desnaturalización de todo, algunos economistas definen el rentismo solo como gestión económica centrada en la búsqueda de amparos y mercedes estatales, que postran supuestamente el efecto productivo, creativo y competitivo de esa pléyade de honestos emprendedores que, buscan nada más que el beneficio del país, produciendo bienes y servicios cada vez más (y a precios más módicos), para la felicidad de su pueblo… Entonces, el Estado tiene que ser lógicamente rentista, dado que vende una mercancía de la que es propietario. Los torcidamente rentistas resultan por tanto los que andan detrás de las divisas que genera el Estado por la venta de su mercancía, donde se las inventan todas y sin límites para desvalijárselas en beneficio exclusivo de ellos y de sus cómplices populares. Confunden así, rentismo con corrupción, aunque pudieran guardar cierta relación insana.
Entonces, en tal orden de ideas, quizás una de las neurastenias que tenemos los venezolanos y venezolanas originadas desde que somos neonatos y neonatas (para luego trocarla en la ideológica) es la generada en la eliminación demasiado prematura de nuestro natural "rentismo lácteo"… Es decir, del inmenso beneficio que nos reporta saber –incluso desde el mismísimo coito, según sostienen algunos psicólogos recalcitrantes– que contaremos con una fuente ilimitada y fluida de alimentación –que ni el beber agua, nos haría necesitar– hasta que la razón natural lo aconseje, o lo permita. Esto no hay duda que representa nuestra primigenia felicidad, pero que como todo en la vida y sobre todo cuando depende de afuera aunque sea de nuestra mami, se acaba; dependiendo incluso del umbral del dolor que tenga nuestra mami con motivo de nuestros entusiásticos mordisqueos de pezones, que, incluso generan en algunas, las primeras y conmovedoras lágrimas de su puerperio... Y que resulta tan fuerte, el "rentismo lácteo", que cuando luego de seis meses de nacido, se le da por primera vez al bebé la primera cucharadita de alguna compota frutal, arruga la cara, de manera tan deforme, que, con tal lenguaje simbólico le dice a la mami: –¿Pero qué te pasa? ¿Cómo crees tú que yo puedo cambiar esa lechita tuya por semejante poción diabólica? Te agradezco que me dejes como estoy.
Y no le falta razón, vista, sobre todo, desde la perspectiva de un bebé venezolano.
El segundo es el "rentismo hidrocarburífero", denominado también, a propósito, "rentismo petrolero", al que bien podemos aplicarle, casi textualmente la descripción del anterior, salvo en lo de las lágrimas del eterno puerperio de nuestra mami, que, generalmente han sido de sangre y nunca de felicidad, razón por la que también se ha trocado luego, dicho rentismo, en neurastenia ideológica. Entre nosotros hay varios rentistas petroleros que no es que se beben el petróleo directamente de la teta entrañable de los pozos, sino a través de los acaramelados dólares que genera y que vendrían a ser un sucedáneo lácteo, para lo que implementan la infantil argucia de montar parapetos a fin de justificar sus pingües amamantamientos, donde llegan hasta el extremo, incuso, de que luego de haberle destrozado los dos pezones a la Patria madre, con sus pedestres mordisqueos, le piden al FMI que les trasplante los pezones, para seguir mamando y mamando, indefinidamente, con cargo a la ominosa cuenta de todo el pueblo venezolano. No creo que haya necesidad de dar el nombre del mayor y más conspicuo "rentista petrolero" de la Venezuela de hoy. Y es bueno aclarar, para tratar de entender un poco más, que el petróleo es un producto industrial elaborado por la naturaleza, sin sospechar ella que se convertiría en mercancía y por tanto en capital adictivo, de estos caballeritos.
Pero existe un tercer rentismo que resulta por cierto ya muy cínico, ni más ni menos. Y es el denominado "rentismo del náufrago lactante"... Que es el pretendido beneficio político que aspira obtener el fracasado o la fracasada que, habiendo tenido responsabilidades importantes en el inminente naufragio de la nave maternal, pretenden, destetados ya, culpar a un grupo (e incluso a uno solo) de tal inminente naufragio. Vale decir, que pretenden derivar inmorales beneficios políticos de sus fracasos cuando fueron remadores, para pretender convertirse luego, en sobrevivientes, de la letal tormenta que desfachatadamente contribuyeron a formar. También en este renglón vergonzoso de rentistas, hay cierto lote…
No hay duda que en Venezuela hay rentistas de rentistas.