La Revolución Bolivariana, pacífica y democrática está llegando al llegadero de las definiciones. Las declaraciones del subsecretario de Estado de los EEmásUU, afirmando que el “caso Libia demuestra que existe otra forma más eficaz y menos costosa de salir de regímenes incómodos” así lo demuestran. En momentos de definiciones el equilibrio condescendiente es un suicidio. Es tiempo de radicales. Veamos: La palabra “radical” tiende a levantar un muro de sospechas. No pocos la asocian a fanatismo, oscurantismo y otras menudencias. Un radical, de acuerdo al concepto más generalizado es un extremista, un imprudente, un desequilibrado, alguien que no está en la “madurez” de ese “medio” tan reivindicado por el reformismo claudicante.
Pero esto no es así en la vida de un revolucionario verdadero. En la línea de la acción revolucionaria el distintivo real del verdadero revolucionario es que hace la revolución, y resulta que no hay otro modo de hacerlo que siendo radical, cualquier grado de “equilibrio” conduce casi siempre a la ambigüedad. Radical es el que va y se nutre de la raíz de las cosas, el que no se queda en la superficie y en lo apariencial, el que asume el compromiso con el pueblo irredento con todas sus consecuencias, sin ambages ni sucedáneos. Visto de este modo la radicalidad es condición insoslayable en el camino del revolucionario y el “equilibrio” representa más bien tibieza y mediocridad. El verdadero equilibrio en el camino revolucionario se verifica en la radicalidad de la entrega y tiene poco o nada que ver con la “sensatez” o la “prudencia” de los bienpensantes.
En términos cristianos, por ejemplo, una de las luces de la revolución bolivariana, Jesús de Nazareth, fue un verdadero radical. Así fue percibido por los sectores gobernantes, por los ricos y por los sacerdotes, e incluso por sus propios discípulos. Más aún, para muchos de sus familiares y amigos esta radicalidad fue un signo de cierta locura. Su radicalidad intransigente lo condujo a la muerte y a una muerte de cruz. La muerte de Cristo en la cruz está inserta en esta verdad. No muere en la cruz por la voluntad de un Padre duro y casi sádico que tiene “necesidad” de su sacrificio, sino que es llevado a la cruz por los poderosos de su época y como consecuencia de su irreductible radicalidad en la lucha por los más pobres.
Con los asuntos de la Revolución hay que hacer buenas las palabras de ese revolucionario que fue Jesús de Nazareth: O se es sal de la tierra o que nos pisoteen los cochinos porque no servimos para nada. El compromiso es ser luz para el pueblo o nada. Por eso los fines de la Revolución deben estar en primer lugar por sobre cualquier otro interés incluyendo la propia vida. ¿De qué sirve la vida de los tibios, de los ambiguos o de los traidores? La Revolución exige un compromiso absoluto con sus fines hasta las últimas consecuencias y excluye la posibilidad de servir a “dos señores” al mismo tiempo. El camino del revolucionario no es cómodo ni ancho sino radicalmente estrecho.
Un revolucionario de verdad debe estar dispuesto a no tener donde reclinar la cabeza, debe romper con los compromisos y las componendas por legítimos que estos puedan parecer, y una vez puesto en marcha no debe mirar atrás. El ejemplo de Bolívar nos muestra esa radicalidad y sus consecuencias, su camino estuvo marcado por las dificultades, las traiciones y las emboscadas, hasta morir expulsado de su propia patria y pobre como el más menesteroso de la tierra.
Este radicalismo revolucionario puede y debe causar tensiones y conflictos, es, por decirlo de algún modo “navegar contra corriente”, deberá soportar con dignidad odios y envidias, incomprensiones y persecuciones, su actitud radicalmente revolucionaria causará dificultades y escándalos, será signo de contradicción. Es alguien cuya conducta denuncia y desenmascara las hipocresías y las ambigüedades calculistas.
El revolucionario, en contraste con las teorías sociales del éxito personal, descalifica y reprueba la falsa felicidad y el egoísmo de los “hombres de éxito”, reivindica en cambio la radicalidad, la solidaridad y el amor que se encuentra en los pobres, los excluidos, los expulsados, los desdichados, los insultados y los perseguidos a causa de su pobreza. El revolucionario verdadero, como José Martí, debe hacer norma de vida el precepto de “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”, todo lo demás no tiene substancia ni sentido, es pura falsía y desfachatez hipócrita por más que nos aplaudan y defiendan.
Igual ocurre con otra serie de sentimientos naturales. El amor fraterno del revolucionario no puede tener nada de sensato, de racional o prudente, debe ser total y pleno, debe amar a los que requieren de su amor, es decir a los pobres y a la Revolución, instrumento de su reivindicación con un radicalismo sin límites. Un revolucionario tiene que ser alguien que encarna el ideal revolucionario, debe ser el símbolo del ideal puesto al alcance del pueblo. Podemos decir que el verdadero revolucionario puede identificarse por la ortodoxia y por la ortopraxis. Por la ortodoxia, porque participa del cuerpo doctrinal revolucionario, lo conoce, lo ha hecho conciencia profunda, y por la ortopraxis porque debe garantizar con su ejemplo la verdad de la vida de un revolucionario, con humildad y despego por las bienes materiales y el negociado oportunista.
Un revolucionario debe ser un cuestionamiento y una protesta sobre las propias estructuras revolucionarias y sobre la sociedad. Sobre las estructuras revolucionarias en la medida en que estas sean ambiguas o pierdan su dinamismo radical y sobre la sociedad por su carácter deshumanizado fuente de opresión y de injusticia. El radicalismo de vida de un revolucionario es probablemente la forma más eficaz y ruidosamente silenciosa de reprochar todos los vicios y corruptelas que existan entre sus hermanos revolucionarios. Esto ha sido siempre así y seguirá siendo así, nada conquista más, denuncia más y enseña más que el testimonio de vida de un revolucionario verdadero. Esta debe ser la meta radical de todo revolucionario siempre, pero particularmente en tiempos de tormenta, de lucha y de camaleones y ambiguos en sus propias filas.
¡CON LA VERDAD VIVIREMOS Y VENCEREMOS!
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