La ferocidad y el descaro con los cuales el imperialismo plantea un escenario de peligro permanente está teniendo el deplorable efecto de actuar como un paralizador del análisis crítico. Así lo estoy percibiendo al menos por estos lares occidentales por donde andamos. Es como si estuviésemos empeñados en mirar para otro lado. El segmento temporal al que deberíamos dedicar al análisis y la reflexión del proceso muere a manos de un insufrible inmediatismo. No obstante, siempre hemos de sosegar los espíritus y abrir espacio a la comprensión racional del torbellino que nos envuelve.
Es bueno entonces que poseamos la conciencia de que todo cuanto está pasando no sólo es inevitable, sino que es el mejor signo de que estamos en el camino correcto. De modo que la clave no está en acomodar el escenario para que nos “perdonen” Creo que los más lúcidos cerebros del establecimiento oligarcoburgués, que los hay, han comprendido muy bien la naturaleza del proceso revolucionario que se está verificando en Venezuela. Han percibido suficientemente que no están frente a un fenómeno caudillesco decimonónico de consecuencias más o menos manejables para el sistema capitalista. Están seriamente persuadidos del peligro que representa para sus sempiternos privilegios el proceso revolucionario bolivariano, de allí la mencionada ferocidad y salvajismo de la bestia, de allí el desespero, la tenacidad y la consecuencia con la cual buscan fabricar la coyuntura que les permita borrar de una buena vez a la Revolución Bolivariana causa de sus pesadillas más horribles.
Por cierto, saben muy bien que la pesadilla no es Chávez en tanto persona sino en tanto conductor y guía de un proceso histórico. Intuyen correctamente que están frente a un fenómeno de dimensiones muy superiores a los “administrados” históricamente por ellos.
Veamos: saben que están frente a un pueblo que ha ido adquiriendo conciencia de su condición de dependencia y esclavitud. Un pueblo, motor y actor de su propio destino que se ha descubierto a sí mismo, gracias –de esto no tenga duda nadie- al fenómeno catalítico que encarna Chávez. Con Chávez se ha descubierto –a pesar de las insufribles deficiencias del liderazgo intermedio- capaz de su libertad. Un pueblo que se apresta con sabiduría a romper la red de dependencias que lo separa de un estadio superior de igualdad: el socialismo
Por tanto, no importa cuantas veces repitamos la consigna de que somos una revolución pacífica y democrática, la zamarra oligarquía sabe que esta revolución popular significa el fin de siglos de opresión y privilegios. Así que será cada vez más difícil impedir que la ruptura no alcance estadios de violencia y dolor. No porque el pueblo en su camino busque tales situaciones, sino porque la oligarcoburguesía jugará la carta más determinante de su poder aún intacto. Jugará la carta del contraataque cruento y brutal, la carta de la violencia (¡ah! Salvador Allende)
Estamos en momentos en los cuales la ruptura deviene en conflicto violento. Ignorarlo es suicida. Estamos ante un conflicto que se inicia –o debería iniciarse de inmediato por parte de las fuerzas revolucionarias- con el desenmascaramiento ideológico que ponga de relieve ante los ojos del pueblo los mecanismos de dependencia y dominación del capitalismo. Un trabajo ideológico socio-político que conduzca a un estado de autorrealización, participación y protagonismo capaz de romper con los mecanismos de la dependencia y hacerse inmune a las manipulaciones de la burguesía.
Debemos trabajar sin descanso en un proceso de “contagio” de la espiritualidad socialista que lleve consigo un valor ético superior que haga posible en la mente y el corazón de nuestros proletarios y campesinos, no sólo la constatación de su propia situación de dependencia sino la convicción de saberse autores de su propio destino bajo la dirección del Líder de la Revolución. Por tratarse de un proceso que acontece entre dos categorías de correlación opuesta: dependencia-independencia, éste no acontecerá en forma armónica recorriendo fases sucesivas y lineales, sino que se dará en el marco de una ruptura con el estatus, no para buscar a otros de quienes depender sino para alcanzar un estado de convivencia libre, igualitario y universal.
Por otro lado, nada ni nadie puede conquistar el nuevo estatus para o por el pueblo obrero y campesino sino que ha de ser él mismo quien conquiste su propia liberación e independencia, pasando de un estado de conciencia ingenua, apenas suficiente para detectar su propia situación de excluido, hasta un estado de conciencia crítica por la cual adquirirá noción de sí mismo y de su propio estado, extroyectará las categorías dominantes que anidaban en su interior y se abrirá al proceso crítico dando paso a toda su incontenible y hermosa creatividad. Todo esto ocurrirá, casi indefectiblemente, si la vanguardia apostólica y comprometida es capaz de comunicar desde la ortodoxia, la ortopraxis y la ortofrenia (el pensamiento, la coherencia y la acción) los valores superiores, humanistas y plenos del socialismo.
Es bueno entonces ir transmitiendo ese estado de conciencia crítica que nos permita hacer frente al sinnúmero de provocaciones que la oligarquía irá colocando en el camino. Estamos en el umbral de una nueva época histórica para nuestro continente, y quizás para el mundo, estamos en una época de desastre o plena emancipación. Vivimos una época de integración colectiva, algo que puede percibirse claramente en el horizonte del tiempo histórico, algo así como el preanuncio de la dolorosa gestación de una nueva civilización basada en la igualdad, la justicia plena y el amor o el final de la humanidad misma.
¡VACILAR ES PERDERNOS!
¡CON CHÁVEZ AL MANDO DE LA NAVE VENCEREMOS!
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