Estamos persuadidos de que esta cosmovisión responde a las necesidades propias
de un sistema económico, político y social que se nutre de la violencia: EL CAPITALISMO. Estamos arribando a un
punto culminante en la construcción consciente del principio de
autodestrucción. Es la estructura del sistema la que propicia y necesita de
este escenario general. Es la competitividad sin límites la que requiere de
este clima erigido en principio.
La competitividad fortalece preponderantemente el valor fundamental de la
economía capitalista: EL EGOÍSMO. Este se presenta como el motor base de todo
el sistema de producción y consumo. Quien es más capaz (fuerte) en la
competencia en cuanto a los precios, las facilidades de pago, la variedad, la calidad o la capacidad para el saqueo es el
triunfador. En la competitividad opera implacable el darwinismo social: ganan
los más fuertes. Estos “merecen” sobrevivir pues dinamizan la economía. Los más
débiles son peso muerto por eso han de ser incorporados o eliminados. Esa es la
lógica feroz y terrible del sistema capitalista.
La competitividad invadió prácticamente todos los espacios sociales: los
lugares de trabajo, las universidades, las escuelas, los deportes, las iglesias
y hasta las familias. Para ser eficaz la competitividad tiene que ser agresiva.
El que más produzca, el que más consuma, el que más cabezas pise, ese será el
Jefe. No es de admirarse que todo pase a ser oportunidad de ganancia y se
transforme en mercancía, desde los electrodomésticos hasta la religión, desde
las cremas adelgazantes hasta la cultura. Los espacios personales y sociales,
que tienen valor pero que no tienen precio, como la gratitud, la cooperación,
la amistad, el amor, la compasión y la devoción, se encuentran cada vez más
arrinconados, como una especie exótica en vías de extinción. Sin embargo, estos
son los espacios donde respiramos humanamente, lejos del juego de los
intereses. Su debilitamiento nos hace anémicos y nos deshumaniza.
En la medida en que prevalece sobre otros valores, la competitividad provoca
cada vez más tensiones, conflictos y violencias. Nadie acepta perder ni ser
devorado por otro. Lucha a cuchillo defendiéndose y atacando. Ocurre que luego
del desmoronamiento del socialismo real, con la homogeneización del espacio
económico de cuño capitalista, acompañado por la cultura política neoliberal, privatista
e individualista, los dinamismos de la competencia fueron llevados al extremo.
En consecuencia, los conflictos recrudecieron y la voluntad de hacer la guerra
no fue refrenada sino estimulada. La potencia hegemónica, EE.UU., es campeón en
la competitividad; emplea todos los medios, incluyendo las armas, para siempre
triunfar y saquear a los demás.
¿Cómo romper esta lógica férrea? Rescatando y dando centralidad a aquello que
otrora nos hizo dar el salto de la animalidad a la humanidad. Lo que nos hizo
dejar atrás la animalidad fue el principio de cooperación y del cuidado mutuo.
Nuestros aborígenes salían –y aún salen entre muchas de nuestras poblaciones
indígenas- en busca de alimento. En lugar de que cada cual coma sólo y para sí,
traen lo conseguido al grupo y lo reparten solidariamente entre todos. De ahí
nació la cooperación, la sociabilidad y el lenguaje. Por este gesto inauguramos
la especie humana. Ante los más débiles o enfermos entre nosotros, en lugar de
entregarlos a la selección natural, inventamos el cuidado y la compasión para
mantenerlos vivos entre nosotros.
Hoy como ayer, son los valores ligados a la cooperación, al cuidado y a la
compasión los que limitan la voracidad de la competencia, desarman los
mecanismos del odio y dan rostro humano a la fase superior de la humanidad. La
fase socialista. Importa comenzar ya, ahora, para que no sea demasiado tarde.
Podría ocurrirnos lo que le aconteció al personaje que perdió el cielo porque
dejó cerrar la puerta abierta sólo para él, o como le ocurre al periodista,
humorista y escritor venezolano, Roberto Malaver, quién admite no ser
multimillonario –en dólares- porque “tiene el vicio de no jugar” Este envite no
lo podemos dejar pasar sin consecuencias gravísimas. Los venezolanos estamos
hoy frente a este dilema hamletiano: ser o no ser. Elegir la opción que nos
conduzca hacia una sociedad basada en los principios de la cooperación, la
solidaridad y el respeto: el socialismo, o tomar el atajo oscuro y perverso de
la competencia a cuchillo. A eso queda limitado el campo de batalla. Por la
vida o por la muerte. Por la solidaridad o por el odio y el desprecio social.
Por el humanismo o por la competencia salvaje. La decisión está en nuestras
manos. Yo sé muy bien cuál es mi elección, entre otras cosas porque mi madre
parió un hombre y NO un consumidor.
¡CHÁVEZ ES SOCIALISMO!
¡CHÁVEZ ES HUMANIDAD!
¡VENCEREMOS! martinguedez@gmail.com