En su columna dominical publicada en el diario Últimas Noticias, Luz Mely Reyes, al referirse al “escándalo” desatado por el Presidente Chávez entre sus seguidores cuando habló de socialismo, recuerda lo escrito por el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique en su obra “Vida exagerada de Martín Romaña”, que trata “de un director de lectura de un grupo ñángara en el París de los años 60 que pasó todo un semestre leyendo el Manifiesto Comunista. Romaña veía con sospecha que el hombre, Vladimir Illich, usaba unos mocasines de cuero, muy cómodos, parecidos al calzado de los burócratas. Intuyó –como ocurrió- que este supraizquierdista terminaría pateando los pasillos de un ministerio, convertido en un demagogo extremo, engordándose con la buena vida, mientras el pueblo –en este caso, el peruano- se enflaquecía radicalmente”. Hasta ahí la larga, pero muy elocuente cita. El parecido con la realidad del proceso revolucionario bolivariano no deja de ser casual. Acá nadie niega que éste haya sido conducido, por ahora, en su mayor parte, por dirigentes que proclaman a voz en cuello “todo el poder al pueblo”, pero que no mueven un dedo para hacer todo lo posible para que dicho poder pase realmente a manos del pueblo.
Según la misma Luz Mely Reyes, “estos izquierdistas con fines de lucro serían los primeros en saltar la talanquera si les exigen que dejen de disfrutar de tanto bienestar. Para lamento de quienes de corazón y acción son ‘revolucionarios’ la baja moral de sus ‘camaradillas’ va ganando la partida, porque como saben, frente a la capacidad de perversión del dinero en organismos debilitados no se conoce antivirus”. Esta situación nos golpea impúdicamente a todos. Cada vez que escuchamos al Presidente Hugo Chávez referirse al trabajo que se debe llevar a cabo para favorecer la organización, la formación ideológica y el crecimiento económico del pueblo venezolano y lo comparamos con la realidad circundante, no deja de ser decepcionante confirmar el abismo existente entre lo que predica Chávez y lo que hacen los “chavistas” en cada región y en cada localidad, sobre todo, quienes ocupan posiciones de autoridad en el gobierno o en los diferentes partidos políticos y han maniobrado constantemente en contra de los mismos postulados de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela que formulan la democracia participativa y protagónica. Todos somos testigos del cambio sustantivo sufrido por aquellos que, desprovistos de poder e influencias hace unos seis años atrás, criticaban la opulencia, la impunidad y el descaro nuevoriquista de la dirigencia puntofijista y, en el día de hoy, han reproducido con creces y obscenamente los mismos vicios y el mismo estilo de vida que éstos. Todo ello ha conducido a las mayorías populares a una especie de desencanto e, incluso, a un sometimiento al dictado de estos boli-burgueses con el convencimiento amargo que no hay otra salida. Si esto persiste, a pesar del reclamo diario de Chávez al pueblo para que asuma el protagonismo y la conducción del proceso bolivariano, nada raro tendría que éste naufragase irremediablemente, aún más cuando elementos de derecha son quienes tienen el control de todo el aparataje partidista y estatal, impidiendo la concreción y avance revolucionarios.
Esto sería motivo suficiente para que los sectores revolucionarios emprendieran, forzosamente, una labor educativo-ideológica a fin de darle a las mayorías populares las herramientas básicas con las cuales enraizar el nuevo modelo de desarrollo económico, social, cultural, militar y político que puede extraerse, primeramente, de la Constitución y, luego, de la teoría revolucionaria sustentada en la experiencia vivida por dichas mayorías. Para ello es necesario que haya la buena disposición de confrontar, sin dogmatismo ni sectarismo, las ideas que profesamos; de modo que éstas puedan adaptarse y nutrirse de acuerdo a lo que se vive. En este caso, una de las fallas más notorias de este proceso revolucionario, reconocida, incluso, por el Presidente Chávez, es la referente al marco teórico que debiera caracterizarlo. De ahí que ésta deba cubrirse en un tiempo perentorio, dadas las diferentes amenazas que gravitan en torno al proceso bolivariano, entre ellas, su desviación por parte de la actual dirigencia “chavista”, penetrada como está por factores provenientes de la derecha puntofijista que nominalmente abandonaron sus predios y hábitos adecos. Lo que viene, entonces, es la necesidad de fomentar la difusión, la formación y el debate ideológicos, de manera tal que sea el pueblo organizado quien inicie la depuración del proceso bolivariano y se permita no sólo controlar, sino también dirigir los cambios estructurales planteados.
Tal labor generará, sin duda, enfrentamientos con quienes ostentan la dirección actual del proceso y no están dispuestos a compartir el poder con el pueblo, utilizando todos los mecanismos legales y extralegales a su alcance. De lo que se trata, entonces, es de generar la apropiación por parte de esas mismas mayorías populares que respaldan al Presidente Chávez y, por consiguiente, al proceso bolivariano, de todo lo que comprenda, y pueda comprender, la ideología de dicho proceso. Ello hará que disminuya la presencia e influencia nefastas de estos boli-burgueses, “izquierdistas” que buscan usufructuar el poder en nombre del pueblo, traicionando sus expectativas y amparándose bajo la sombra de Chávez. A medida que sea el pueblo quien marque el camino a seguir, este proceso revolucionario dará sus frutos en su favor y no en el de una minoría, igualmente parasitaria, antidemocrática y antisocial como la que la antecedió durante el puntofijismo. Ya se sabe, por lo que se desprende del contenido de los diez objetivos estratégicos delineados por el Presidente Chávez, que esta meta podría concretarse en un corto tiempo, si se mantiene como requisito indispensable que se alfabetice ideológicamente al pueblo, de forma tal que todo lo derivado del ejercicio de la democracia participativa y protagónica sea un hecho cotidiano, dejando de ser una mera aspiración de todos. Ésta es la dirección que debiéramos promocionar todos los revolucionarios, con suficiente humildad para admitir la recomposición de nuestro ideario, de acuerdo al aporte que genere ese mismo pueblo al cual está orientada. Más que las armas, es la convicción ideológica de las masas la que fortalecerá y profundizará el proceso revolucionario, con un liderazgo propio y raigalmente revolucionario. -
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