Pueblo, contempla con amor este lugar sagrado…

…aquí brillo el sol esplendoroso del 19 de abril de 1810”. Algo así dice una placa hecha en mármol que está cerca de la puerta de entrada a la Catedral de Caracas. Este lugar lleno de historia, ha compartido espacio con lo sagrado y lo profano, lo ideológico y lo simplemente político. A un lado, en donde casi podemos leer esta placa de mármol, los más entusiastas la convirtieron en “la esquina caliente”, convocando allí las burlas más terribles del pueblo, las opiniones más radicales y a lo más reaccionario ante cualquier jerarquía. Aquí, emblemático sitio, en frente mismo de los lugares de carácter político y eclesiástico, en las propias narices de los más altos gobernantes de esta ciudad, la gente sacudió conciencias a punta de escupir en la idea de autoridad. En estas cuadras del centro de Caracas, hecho centro a partir de una plaza que otrora fue origen de la vida caraqueña y alrededor de la cual creció una urbe incontrolable, vemos arrastrarse la inconsistencia de las formas que quieren dar la espalda a la venezolanidad.

Frente a esta catedral, ahora ignorada por la alta jerarquía eclesiástica, y eso tal vez por el enorme poder de convocatoria popular que este lugar genera, ocurrieron los hechos que para la historia han sido aglutinadores como punto de partida de ideas de libertad latinoamericana. Si atravesamos la plaza Bolívar podemos divisar los brazos imaginarios de quienes nos llaman a incorporarnos a cualquier expresión religiosa o política. Aquí los ancianos que ocupaban los bancos dieron también paso a los revolucionarios de esquina, gente “sabedora” de muchas cosas, según la forma en que habitualmente la academia ha entendido el saber del pueblo: algo sin derecho a ocupar un espacio en los planes de gobierno y de vida “social”. El mundo occidental y capitalista sigue su tendencia de convertirlos en seres inexistentes, y ellos siguen en sus acciones que hacen de aquéllos, en la actualidad, personas y, en el fondo, entidades sin valor alguno. Los planes cayeron, las aventuras de creer que este espacio sociohistórico era similar a otros para generar un comunismo igual que en el resto del mundo se han ido cayendo estrepitosamente ante las forzadas y porfiadas posiciones de interpretación.

Creo que hemos llegado a un punto en donde es imposible la interpretación, y ello tal vez a raíz de la pérdida del sentido mismo de la ciencia, que se ha forjado en la técnica, en el progresismo sin ánimo de verdadero conocimiento, en la instrumentalidad que surge como resultado del sometimiento a las necesidades de la productividad y del consumo. En fin, un tiempo en el cual la interpretación no puede constituirse ni aún desde la idea de incertidumbre, porque si hay algo cierto, eso es la conciencia de lo que no somos. ¿Qué es lo que no somos? ¿Constituye esta pregunta una plataforma para el avance de nuestra mal llamada ciencia? En realidad, la comunidad científica debería aceptar que sólo está ejerciendo en las universidades y en los centros de “producción” del conocimiento, una pseudo ciencia que ha hecho valer a costa de maltratar los términos originarios de la filosofía y de los saberes en general. Tal vez por ese animus de tratar de interpretar cosas no pueden ver cómo los brazos y las voces salen de los espacios para hacernos estar presentes. ¿No han visto acaso a Lina Ron, la muy criticada líder popular? En la televisión, sus brazos, sus manos, su rostro (bastante duro y muchas veces de mirada agresiva), hace que los camarógrafos se muevan como peso pluma a través de los estudios para captar a aquellas cosas que señala, que intenta ver ella y mostrarlas a otros que están detrás de la pantalla. Ese algo está en cuatro dimensiones, y sólo gente como ella, como Chávez, ha podido hacer. Por algo el brazo de Bolívar se asoma, espada en mano, y nosotros, el pueblo, lo vemos.


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Carolina Villegas

Investigadora. Especialista en educación universitaria

 saracolinavilleg@gmail.com

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