Maradona sin balón

No es fácil borrar con titulares sesgados, preguntitas con piquete, humor facilón e índice acusador propio de los limpios de pecado, la portentosa trayectoria futbolística de Diego Armando Maradona. El Pelusa. El Pibe de Oro. El Mago. El Genio. Y, para los argentinos, el dios. Ni el mismo Diego, con sus actos fuera de los estadios, ha logrado disipar un ápice la magia y el arte que, en vida, lo elevaron a la inmortalidad en la historia del balompié. De ayer y de siempre.

No es él primero ni será tampoco el último héroe trágico que en el mundo ha sido. Hay toda una deslumbrante galería en el deporte, pero mucho mayor es la lista en la historia del arte y la ciencia. Vénganse desde la antigüedad griega, hurguen en el romanticismo, asómbrense en el surrealismo y deténganse si quieren en el pop art y la generación beat. Más allá de su vida, verán a cada genio y su obra ajenos e inmunes a los mezquinos juicios de su tiempo. Los ladridos de los perros no impidieron el paso de la caravana de la genialidad.

Considerado por una buena parte del planeta el mejor futbolista de todos los tiempos, Diego Armando Maradona luce indefenso fuera de la cancha y sin balón. Sin embargo, en su paso reciente por Venezuela, se me ocurre que ejecutó una gambeta, una finta magistral que dejó sin vista a sus espontáneos adversarios. Estos, por el compromiso que el Pibe expresó haber asumido con el proceso bolivariano que lidera el presidente Hugo Chávez, lo quisieron llevar al terreno de la droga, un área de penalty donde Diego siempre queda pagando. Las adicciones ni se explican ni se justifican, simplemente se sobrellevan, como una cruz. Y Maradona lo sabe y lo asume. Los cobradores voluntarios, los impolutos lanzadores de la primera piedra, están en cada esquina.

Fastidiado con el asunto, el Pelusa decidió driblarlos en un terreno que no es el suyo. Consciente de que el escudo y la muralla de aquellos es la “moralidad”, les disparó un balón por ese costado donde suele agazaparse la hipocresía. “Me gustan las mujeres –les chutó Maradona- pero salí enamorado de Chávez”. “Ay, papá”, saltaron los entrevistadores y opinadores de la Cuarta. Todos se olvidaron de la droga y la adicción y corrieron tras ese balón más apetecible. Diego sonrió, como cuando con un drible genial dejaba a cinco rivales en el camino. Pronunciada la frase, guardó silencio, vio el efecto en los impactados rostros y soltó la carcajada. Les había metido una vaselina, un gol de sombrerito. Todavía los tiene corriendo detrás de un balón cuyo sexo quieren conocer para optar, sin lugar a dudas, a un premio Pulitzer.


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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