A este país hay que cerrarlo, echarle una buena fumigada, y volverlo a abrir después de una larga cuarentena. De otra manera, lidiar con el fantasma de la corrupción, con la cultura del robo, de la comisión por los favores recibidos, del soborno, es bastante difícil. ¿Será que de verdad Dios nos dio una tierra de riquezas incalculables y el diablo nos endosó por maldad un gen ladrón a los venezolanos para equilibrar las cargas?
Algo por el estilo debe haber pasado.
De lo contrario, no se explica la proliferación de vagabundos que se quitan y se ponen las ideologías de encima sólo por cambiar de ramo en los negocios.
Un paseo por el centro de Caracas muestra una ciudad nauseabunda, caótica, plagada de porquería, anárquica y llena de miserias de todo tipo. La sorpresa y el asco caminan junto al transeúnte que tiene tiempo sin transitar por esos lados. Para no caer en el lugar común de endilgarle la responsabilidad exclusivamente al gobierno capitalino, uno empieza a inventar excusas que comienzan por atribuirle la culpa a los adecos, o llega a la filosófica conclusión de que simplemente lo que sucede es que la pobreza bajó de los cerros, donde siempre había estado escondida. Al final, la respuesta nunca llega a ser satisfactoria. Simplemente porque no hay nada que justifique semejante estado de cosas.
El mismo panorama se pinta en muchos poblados venezolanos.
Afanados por ser ricos, terminamos siendo muy pobres.
Tanto, que exhibimos los harapos a la orilla de las autopistas o arrumados bajo un árbol que le da cobijo a un cartón, debajo del cual generalmente hay un ser humano durmiendo.
Pero no es sólo el estado físico de las ciudades el que nos preocupa más, con sus habitantes dentro sobreviviendo en esas deplorables condiciones.
No. Peor es el estado moral.
Más triste aún es la sensación de que los gobernantes en esta nación tienen que descansar con los ojos bien abiertos, porque los ladrones están agazapados en todos los rincones esperando a ver a cuál botín le ponen la mano.
No es sólo que el tesorito de Citgo probablemente haya enriquecido a unos cuantos funcionarios.
Es que las compras en algunas alcaldías se hacen sin licitación, que se pagan sobreprecios por medicinas, por equipos médicos, por insumos para las misiones, que se compensan con jugosas comisiones las colocaciones bancarias.
En fin, más de lo mismo de ese gusto por la riqueza fácil que tanto nos ha caracterizado en el pasado y que ha engordado a unos pocos a costa de las miserias de esos muchos que hoy pululan por los centros de las ciudades.
Ala par de la batalla ideológica que tiene que emprender este gobierno, para darle soporte filosófico y conceptual a su proyecto tiene que darse una cruzada una cruzada, tal vez aún mayor, por el rescate moral de los venezolanos, sin distingo de ideologías.
Quién sabe, tal vez lo mejor que podría sucedernos es que a alguien se le ocurriera cerrar el grifo de petróleo a ver si de una buena vez aprendemos a ganarnos las cosas con el sudor de la frente. Probablemente siendo pobres, podamos volver a ser ricos en decencia.
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