Hace poco pasé una noche sin dormir, angustiado por tantas cosas que veo. Es la misma angustia que siente mucha gente del pueblo ante la evidencia de que hay sombras que agrisan el proceso revolucionario, sombras que proceden de nuestro propio cuerpo. En todas las luchas revolucionarias se mueven distintas tendencias, es lo natural, siempre ha sido así. La profundidad que reclaman los cambios para la verdadera liberación de la humanidad, no sólo de las cadenas políticas, económicas y sociales sino sobre todo de las culturales, imposibilita los objetivos cortoplacistas y obliga a una lucha prolongada, que durará varios siglos, con marchas y contramarchas, batallas ganadas y batallas perdidas, ensayo, error, aprendizaje. En la revolución moderna, la revolución socialista, la historia lo ha corroborado. Ha corrido mucha agua bajo el puente desde la victoria de los bolcheviques en 1917. Es un tiempo histórico breve, podemos decir que fue apenas ayer cuando se dio el primer gran triunfo de los socialistas (asumiendo que la Comuna de París fue un experimento hermoso mas demasiado limitado en el tiempo), pero muy rico en experiencias y aprendizaje. En fin, volviendo al principio, esos cambios culturales radicales, que son cambios de conciencia, de concepción de la vida, de la relación individuo-sociedad, de valores, de la relación del hombre con la naturaleza son los más difíciles, los que se completarán al final de los finales, cuando hayamos superado la pobreza en el mundo, cuando toda la Humanidad haya derrotado al capitalismo y la práctica social vaya empujando hacia un hombre nuevo, un ser que privilegie el interés colectivo sobre el interés individual. Por supuesto, esa lucha cultural transformadora se da simultáneamente con las otras, las políticas, económicas y sociales, sólo que sus resultados definitivos se verán como culminación de todo el proceso. No puede ser antes, aun cuando lo queramos, porque esa nueva conciencia universal, de todos los hombres, requiere de una base material socialista igualmente universal, de todos los hombres. Sólo el logro de otro mundo social permitirá la consolidación de otro mundo ideológico. Aunque la práctica y la teoría, lo material y lo ideológico, se complementan y retroalimentan, es la práctica, lo material, el dato principal en la transformación de la realidad. Ruego al lector me disculpe esta disquisición aparentemente filosófica (en realidad fundamentalmente política), pero era imprescindible para abordar los temas que ahora presentaré.
Dentro del proceso revolucionario venezolano, aun incipiente, se dan contradicciones internas que no son ajenas a ninguna revolución en el mundo. En líneas generales, y con no pocos matices, esas contradicciones expresan, dentro del proceso, las tendencias de derecha y las tendencias de izquierda. Las primeras están conceptualmente empeñadas, desde el punto de vista de la conciencia social, en frenar los cambios profundos. Defienden el pasado en su constitución estructural: se oponen a que se generalice la participación y el protagonismo directo del pueblo, se oponen a la cogestión de los trabajadores y a la contraloría social, se atrincheran en sus espacios burocráticos y producen mil argumentos para prefigurar la configuración de nuevas élites, nuevas cúpulas que deciden en cenáculos, en oficinas y hasta en bares el destino final de cualquier asunto que concierna al colectivo: cambian normas, reestructuran, aprueban presupuestos, definen estrategias y planes sin ninguna consulta. Muchas veces consultan tardíamente, apenas cuando el pueblo coge la calle y arma su berrinche. En fin, se oponen al socialismo y trabajan por alguna nueva versión del capitalismo. Muchos de ellos lo hacen de manera inconsciente, ignoran que son conceptualmente de derecha. Inclusive, hay buenas personas, no necesariamente contrarrevolucionarios, que cometen estos errores, pues carecen de profundidad en la consciencia estratégica. No saben que no estamos luchando por reformar el mundo, sino por cambiarlo radicalmente. Otros son contrarrevolucionarios embozados: es en este último sector donde cunde la corrupción material y moral, la vanguardia de la derecha. Por otro lado está la izquierda, donde habitan los revolucionarios socialistas (igualmente, a veces son socialistas y no lo saben). Son quienes abogan por la participación protagónica del pueblo en todos los espacios, por la cogestión de los trabajadores en las empresas públicas y privadas, por la conformación de una poderosa estructura de contraloría social que frene la corrupción. A diferencia de los ultraizquierdistas, los revolucionarios socialistas persiguen estos objetivos no de manera voluntarista, sino tomando en cuenta las condiciones sociales objetivas, la correlación de fuerzas, midiendo los pasos, actuando con firmeza pero con prudencia, tratando de ser eficientes en las luchas, lograr resultados y no sólo descargar el resentimiento.
Lo cierto es que mi angustia de esa noche se basaba en una acumulación de preocupaciones, al ver como la derecha burocrática trata de consolidar espacios en el aparato del Estado, en las instituciones y en las organizaciones políticas revolucionarias. Todo el mundo lo sabe, todo el mundo lo comenta en la calle, mi angustia la comparte la mayoría de los compatriotas que frecuento, lo digo yo que no soy funcionario ni dirigente partidista y me codeo con muchísima gente del pueblo.
Esa es la base de algunos inquietantes resultados que nos asoma la encuestadora Hinterlaces (marzo 2005), una de las más serias del país. Mientras el 53% expresa su agrado por el presidente Chávez, sólo el 38% lo rechaza (8% no sabe o no contesta). Mientras las misiones sociales (el conjunto de programas más revolucionario del gobierno y el de mayor participación protagónica del pueblo) son aprobadas por el 73% de la población, sólo el 23 % las desaprueba (3% no sabe o no contesta). Pero miren la otra cara de la moneda: ¡el equipo de gobierno tiene un rechazo del 63% y una aprobación de sólo el 25%! Y además: ¡El 73% desea cambios en el equipo de gobierno y sólo el 11% piensa que no hacen falta cambios!
¿Qué significa esto, más allá de justificaciones y explicaciones acomodaticias? ¿Por qué el pueblo quiere a Chávez pero malquiere a su equipo? La respuesta es clara como el agua: el pueblo se siente cerca de Chávez, pero lejos de la burocracia gubernamental. Una vez Jean Paul Sastre le preguntó a Fidel Castro: ¿Qué haría usted si el pueblo le pide la luna? Y Fidel respondió con sabiduría: si el pueblo me pide la luna, es porque la necesita. Parafraseando digamos que si el pueblo quiere cambios, es porque los necesita.
Pero no es tan fácil ¿A quién cambiar y por qué? ¿Cómo hacer los cambios siendo justos, ecuánimes, y pasándole por encima a la competencia, a veces espinosa, por el control del poder? ¿Quiénes en las instituciones representan a la derecha burocrática que mantiene al pueblo alejado y quién a los verdaderos revolucionarios? ¿Quién define estos asuntos?
La encuesta Hinterlaces menciona a algunos líderes chavistas que son los mejor valorados por el pueblo: Diosdado Cabello, José Vicente Rangel, José Vielma Mora, Jesse Chacón, Aristóbulo Istúriz, Juan Barreto. Pero aun esto no es un “certificado de bondad” porque, si nos fijamos bien, se trata de los más “mediáticos” y además todos son hombres (recordemos que somos un pueblo machista). Tal vez haya un funcionario (o funcionaria) de imagen débil, poco “mediático”, con una actuación revolucionaria destacada y el pueblo no lo sabe.
Hay otros datos en Hinterlaces que alivian un tanto pero no liquidan la angustia: al 83% le desagradan los “líderes” de la oposición y sólo al 10% le agradan. El 81% considera que la oposición no tiene líderes y sólo el 9% cree que sí.
Pienso que tanto el desagrado por el equipo de gobierno como el descomunal desagrado por los “líderes” de la oposición, dan como resultado el crecimiento de los que se autodefinen como “ni-ni”, señalado en la encuesta: del 43% en vísperas del Referéndum a 51% en marzo de 2005.
Otras cosas es necesario acotar: cuando la gente habla del “gobierno” no sólo se refiere a los poderes centrales. Gobierno también son muchos alcaldes chimbos con boina roja, por ejemplo, que no sólo le niegan participación verdadera al pueblo, como si le tuvieran asco o miedo, sino que además están tocando el piano al revés, dándose algunos una vidorria que nadie sabe de dónde la sacan.
Por otro lado, justo es decir que nuestro gobierno ha estado sometido a extraordinarias presiones y conspiraciones que le han dificultado el trabajo. Pero también son extraordinarios los recursos y constante el apoyo del pueblo. Si bien es verdad que nos han jodido bastante, es hora de ver hasta donde nos estamos jodiendo nosotros mismos.
Hay grandes logros innegables de nuestro gobierno y del proceso revolucionario que no pueden dejarse de mencionar, además de las muy exitosas misiones sociales y los aciertos económicos y en política petrolera. La misma encuesta muestra algunos interesantes resultados alcanzados por el método de “focus group” (dinámicas de grupo), por ejemplo:
“El país cambió y (por supuesto) los ciudadanos. Los cambios son profundos, inéditos y definitivos. En el terreno político y social, las transformaciones son particularmente más nutridas, sorprendentes y penetrantes”
Esto es cierto. Es grande la distancia que hay entre la Venezuela de 1998 y la de 2005. Somos otro pueblo, más consciente, más politizado, más activo. La mayoría creemos en un proyecto estratégico de país y tenemos un liderazgo personificado en Hugo Chávez Frías, pero todo esto no disipa nuestras aprehensiones.
Nunca olvido lo que pasó en la Unión Soviética. El gran Lenin y sus camaradas diseñaron la estructura de los soviets, organizaciones de base conformadas por obreros, campesinos y soldados, destinadas a tomar el poder revolucionario. Inclusive, una de las consignas principales de la Revolución de Octubre fue “¡Todo el poder a los soviets!” Pero una vez que muere Lenin, la derecha burocrática del partido bolchevique, amparada en el poder del Estado, inicia su infiltración, su desconocimiento y su suplantación de los soviets. Aunque el pueblo soviético, avanzando con el legado leninista y unido en la defensa de la Patria ante las múltiples agresiones externas, alcanzó grandes logros económicos y sociales a lo largo de décadas, no pudo evitar el entronizamiento en el Estado de la derecha burocrática, que finalmente restauró el capitalismo, que es la esencia de esa tendencia y el gran peligro que representa en todos los países que han tomado el camino revolucionario.
He expuesto, pues, la base de mis angustias. Esa noche insomne me preguntaba ¿Qué puedo hacer? Cruzarme de brazos no es, por supuesto, una opción. ¿Me sumo a uno de estos proyectos vanguardistas dominados por la ultraizquierda? No, me opongo a la ultraizquierda, creo que puede hace mucho daño. Como quiere correr más rápido que la realidad, pues se tropieza y se cae. Habla todo el tiempo del pueblo, pero no lo convoca. Sus supuestos líderes no tienen arrastre popular y, en el fondo, son también burócratas aunque anden en la calle. Pretenden suplantar igualmente el papel que corresponde al inmenso pueblo. Llenan la realidad con sus propios fantasmas y prejuicios, sus “análisis” son pueriles, carentes de profundidad. No se esfuerzan por ver todas las facetas de esa realidad sino sólo aquellas que creen convenientes a sus fines. Los mueve el resentimiento y no la consciencia. Definitivamente no soy de ultraizquierda, me considero revolucionario socialista y me muevo, por lo tanto, con otros parámetros.
¿Uso como plataforma a La Hojilla? Es un espacio bastante limitado y no facilita el debate directo con el pueblo: estamos en un estudio de televisión. Hemos creado la “Asociación de Camaradas de La Hojilla”, pero hay acuerdo en que esa no sea una instancia propiamente política, sino un instrumento para respaldar las luchas unitarias del pueblo contra el imperialismo y la oligarquía y para colaborar en algunas fases de la contraloría social.
¿Me lanzo solo como un Quijote a una plaza y convoco a la gente? En realidad, el Quijote no es un personaje real sino literario y quienes han pretendido imitarlo en algún sentido, han fracasado, porque el “quijotismo” es foquista, individualista.
Llegué a sentirme deprimido, como encerrado, sin alternativas para mí y mis inquietantes reflexiones. Avanzaban las horas en la madrugada y en medio de mis cavilaciones vino a mi mente una frase que me envió un hombre del pueblo como colofón de una desgarradora denuncia, una frase exagerada pero al mismo tiempo significativa. Cada vez que la he comentado la gente se sorprende por su económica brillantez: “Chávez es un revolucionario infiltrado en el gobierno”.
La evocación de esta frase me hizo ir a la búsqueda de algunas expresiones del Presidente que guardo conmigo:
“Sin un pueblo despierto, consciente y en movimiento, no hay revolución posible, no hay Mesías, no hay caudillo que pueda conducir un proceso revolucionario, sólo es el pueblo y esa es la condición sine qua non para que haya proceso revolucionario”
(19/04/1999)
“Nunca debemos olvidar ni podemos olvidarlo, que la tarea estratégica más importante, en mi criterio, es la organización del movimiento popular. Eso es algo fundamental, estratégico: organizarlo, ideologizarlo, concientizarlo, politizarlo, para que el pueblo tome conciencia de qué es lo que está ocurriendo aquí”
(19/04/1999)
Si a ese pueblo lo defraudamos, si a ese pueblo no lo ayudamos a que él mismo se organice, si ese pueblo no consigue una orientación histórica consciente, también estaremos perdidos, nos pasaría, en ese supuesto, que quiero pensar como negado, lo de aquella llamada "maldición de Sísifo", aquel que fue condenado a llevar una roca a la cumbre de la montaña y cuando iba llegando ya, después de tanto esfuerzo, se le caía la roca y debía ir abajo a buscarla nuevamente y a subir. Se le caía, y así pasaba años y años”
(19/04/1999)
“No a la burocracia, a la frialdad del espacio. Luchemos contra eso, gobernadores, a la batalla; a la misma, a lo de siempre, a los pueblos, a los barrios, a los caseríos, a llegar de mañanita a la escuela a ver si es verdad que los muchachitos están desayunando en la Escuela Bolivariana, a la hora del deporte a ver si es verdad que tienen la pelota y el entrenador, a llegar donde están haciendo las viviendas a ver si es verdad que las están haciendo y además, si las están haciendo como dice el contrato. Hacer asambleas populares por todas partes; a reunir a los campesinos, allá en las tierras donde sufren, donde sueñan; a ir con los pescadores, a oír sus cuitas, a oírles el alma; hablar con los estudiantes en las universidades; con los muchachos de los liceos, con los desempleados, con las mujeres, con los niños en la calle, con los vendedores de verduras, con los soldados. Vamos, ese es el camino, no hay otro camino”
(Juramentación para el período 2000-2006)
“…entendamos que nosotros, los representantes del pueblo, jamás, pero jamás de los jamases, podemos pretender sustituir a la masa, al colectivo, al dueño, al soberano que nos eligió, ellos son los dueños del poder, no somos nosotros los dueños del poder. Esa es una concepción básica de la revolución bolivariana”
(Juramentación para el período 2000-2006)
“Había un frío mortal en los barrios, en las calles. Frío en los actos en las regiones; muchas quejas de la gente sobre un partido sin contacto con el pueblo. Yo lo sentía, porque –como sabes- yo no me he encerrado nunca en Miraflores. Y eso a mí me helaba la sangre”
(Harnecker, Marta. Hugo Chávez Frías, un Hombre, un Pueblo)
Partes de estas frases comenzaron a martillar mi mente:
“sólo es el pueblo…organizarlo, ideologizarlo, concientizarlo, politizarlo…no a la burocracia, a la frialdad del espacio…a lo de siempre, a los pueblos, a los barrios, a los caseríos…el soberano que nos eligió, ellos son los dueños del poder, no somos nosotros los dueños del poder…una concepción básica de la revolución bolivariana…muchas quejas de la gente sobre un partido sin contacto con el pueblo”
¿El pueblo? Me pregunté. ¿Y dónde está el pueblo verdaderamente el pueblo? ¿Dónde se concentra, sin eufemismos, el pueblo revolucionario? ¿A dónde ir y encontrarlo y juntarse con él? ¿En qué espacio llenar de pueblo este debate, esta lucha por “todo el poder a los soviets” y en defensa de los altos intereses de la revolución, del socialismo y por la participación protagónica de las mayorías?
Días antes había hablado con Luís Tascón y me propuso que me censara en el MVR. Le dije que soy marxista y que no puedo incorporarme a un partido que no se defina expresamente como marxista. Igualmente le acoté que no comparto la práctica de los partidos que se definen como marxistas en Venezuela, por lo tanto estaba decidido a permanecer independiente.
En aquella reciente noche de desvelo me abandonó ese dogma. En la búsqueda de respuestas a mis preguntas, recordé que se acaban de censar en el MVR más de dos millones trescientos mil militantes, la inmensa mayoría de ellos trabajadores desposeídos, pobres. Como una iluminación, me dije: “allí está, ése es el sitio donde se concentra el pueblo organizado, la vanguardia social; es ésa la más grande organización popular de Venezuela”.
Reconozco valores en el MVR que pueden hacer sentirse orgulloso a cualquiera de sus militantes: es el partido del presidente Chávez; el que hizo posible, desde el punto de vista organizativo, su victoria en 1998. También el principal factor organizador de las grandes marchas y concentraciones de la revolución, así como de las resonantes victorias electorales. Es el mayor y más importante partido de la revolución venezolana.
También tiene sus problemas el MVR. No podemos decir que tenga una clara definición ideológica que guíe de verdad su práctica política y social. Es un partido aluvional, donde no están todos los que son ni son todos los que están. Como toda la sociedad venezolana, arde en contradicciones y sus bases populares están pugnando, activamente, por participación y protagonismo. De hecho, ya han logrado una gran victoria a lo interno con la realización de sus elecciones directas de candidatos para las elecciones de 2005.
Pero el resumen de todo esto es que el MVR es hoy por hoy el partido masivo de los pobres venezolanos.
Ya agotado, pero satisfecho de los resultados, se cerraron mis largas horas de reflexión. A la mañana siguiente llamé a Luís Tascón y le comuniqué mi intención de incorporarme a la militancia en el MVR. Ya llené mi planilla y fijé el monto de mi cuota mensual. Se preguntará el lector: “¿y qué piensa hacer Néstor Francia en el MVR?
Como persona responsable que intento ser, primero que nada cumpliré mis deberes como militante: cancelaré religiosamente mis cuotas, participaré en las actividades del partido, respetaré las decisiones de la mayoría y cumpliré con las instrucciones de la dirigencia, siempre que no vayan contra mis principios. Estoy dispuesto a ejercer cualquier rol que se me asigne: desde ser miembro de mesa en procesos electorales, o de los equipos de apoyo, hasta contribuir en lo que más conozco: la comunicación y la propaganda.
Igualmente ejerceré mis derechos: participaré en los debates internos con mis propias ideas, trataré de mantenerme en comunicación directa con la militancia a través de foros, reuniones, contactos. Divulgaré las ideas socialistas y promoveré la participación protagónica del pueblo, la cogestión de los trabajadores y la contraloría social.
No deseo comenzar por arriba ni participando en instancias de dirección. No, lo que me interesa ahora es vivir la experiencia de la militancia popular. Quiero militar en mi parroquia y además ir a los barrios, a los lugares de trabajo, si es posible a los campos, donde vive y sufre la militancia de base. Quiero saber cómo viven ellos el partido, de qué están hablando, cuáles son sus expectativas y sus luchas. Ellos son, como siempre y en cualquier circunstancia, el alma de la organización. Quiero conocerlos y compartir políticamente con ellos. Confío en la sabiduría estratégica y en la honestidad de la amplia mayoría. Sigo siendo marxista, revolucionario, socialista.
Tengo amigos en distintos niveles del partido. Con ellos hablaré para que me ayuden a este acercamiento. Me declaro solidario de mis compatriotas, todo lo que haga será hecho a cara abierta, no estoy interesado ni en intrigas ni en conspiraciones. Por encima del poder político, me interesa el poder social.
Por todo esto he decidido incorporarme a una colectividad organizada: solo, individualmente, es poco lo que puedo hacer. He escogido la colectividad más grande y popular de la revolución: el Movimiento Quinta República.
Así lo asumo ante el pueblo, así lo manifiesto públicamente, así lo proclamo. Que Dios me ayude, por no decir que me agarre confesado.