Los entusiasmos de María Corina Machado por el capitalismo -cuando
éste está en sus últimos estertores- trajo a la memoria una anécdota
familiar: El último día de su vida, el abuelo fue llevado de urgencia al
hospital. En la sala de emergencias le desnudaron para hacerle
evaluaciones y exámenes. Permaneció así largo rato, mientras a su
alrededor circulaban doctoras y enfermeras. La hija que le acompañaba,
un poco avergonzada, le dijo: “Papá: cúbrase. ¿No le da pena que la
doctora lo vea desnudo?” El abuelo, que aun maltrecho conservaba su
característico buen humor, ripostó: “El problema no es que me vea. El
problema es que se entusiasme. Porque en estas condiciones… ¡no puedo
hacer nada!”
Emmanuel Wallerstein ha dicho que el capitalismo está en su fase final y que su crisis estructural ha sentenciado su muerte como sistema.
Carlos Marichal, quien ha estudiado las grandes crisis financieras, afirma que el sistema capitalista está en la “unidad de cuidados intensivos y el diagnóstico sigue siendo reservado”.
Slavoj Zizek no duda en sostener que estamos en pleno apocalipsis y de aquí surgirá una nueva historia.
Los más connotados economistas, avocados al inútil
esfuerzo de prolongarle la existencia, están convencidos de que esta es
la crisis más grave que ha confrontado el capitalismo en toda su
historia.
Pero esta perspectiva gris no está restringida al plano de lo
teórico. Veamos los entusiasmos seguidos de frustración con que Europa
acompaña sus decisiones prácticas en el terreno de la economía.
Fijémonos en la caída libre de la montaña rusa en que se han convertido
las cotizaciones de las bolsas de valores. Pongamos nuestros sentidos a
sintonizar el inmenso movimiento de protesta que está tomando cuerpo en
las calles del mundo.
María Corina, más respeto a los moribundos. ¡No le pidas lo que ya no pueden darte!
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