Poco a poco y un tanto a la deriva, algunos de los aspectos esenciales del proceso revolucionario bolivariano se han venido definiendo. Unos se han conseguido al calor de las masas. Otros por iniciativa del Presidente Chávez. Esto, a pesar de no existir una correspondencia entre las expectativas que alberga el pueblo venezolano y aquello que hace y cree una parte de la dirigencia “chavista”, aun la mejor intencionada; lo cual representa un abismo que nadie desmiente, salvo la misma dirigencia cupular.
El mismo Chávez ha estado pendiente de esta realidad y trata de solventarla. De ahí su insistencia por conformar o por darle nacimiento a una vanguardia revolucionaria que conduzca el proceso bolivariano, primeramente, a través, del comando político de la revolución, el MBR-200, los comandos Ayacucho y Maisanta; sin obviar las organizaciones de base representadas por los Círculos Bolivarianos, las Unidades de Batalla Electoral y las Patrullas Electorales. Todo ello dirigido a elevar el sentido de la organización política y social del pueblo, de forma que sea éste quien se haga sujeto social del cambio estructural, no sólo en el plano político, sino también en lo económico, lo social, lo cultural y, hasta, lo militar.
Sin embargo, esta ha sido una lucha ardua y un tanto desigual. Algunos de los que detentan el poder en nombre de la revolución insisten en mantenerse de espaldas a las exigencias populares, aplicando los mismos procederes del puntofijismo y luchando a muerte por impedir ser desplazados por una cohorte generacional que esté más dada a impulsar estos cambios estructurales, logrando que el proyecto bolivariano no naufrague en manos de la reforma. Aunque momentáneamente tienen la sartén por el mango, es de preverse que esto no continuará indefinidamente. En ello trabaja el mismo Chávez al delinear lo que será el país según los diez objetivos estratégicos.
Por ello hace falta que los revolucionarios hagamos un mayor esfuerzo en la tarea de hacer la revolución, de manera que se asiente realmente la democracia directa y, con ella, se erradique el viejo Estado puntofijista y se constituya un nuevo Estado, más identificado con las demandas populares y, por ende, radicalmente opuesto a las directrices que dominan el viejo modelo democrático representativo al servicio de las cúpulas. Esto exigirá, innegablemente, de una preparación política e ideológica de las masas populares que rompa definitivamente con los paradigmas dominantes de la escena política del país, dándonos la oportunidad de inventar y redefinir algunas cosas que sostengan la revolución. En este sentido, la confrontación por el poder escenificada entre quienes insisten en la profundización del proceso revolucionario y quienes sólo se contentan con copar todas las instancias gubernamentales, incluyendo las más inocuas, pero sin originar cambio alguno, sólo usufructuando el poder; tiene que definirla el pueblo venezolano día a día, a medida que vaya adquiriendo la suficiente madurez y práctica para asumir los desafíos que supone hacer avanzar el proceso bolivariano.
No obstante carecer tal confrontación de un debate serio y continuo que ayude a caracterizar el proceso bolivariano, éste comienza a generarse, a pesar de minimizarse en algunas cuestiones puntuales. Por ahora, únicamente se ha centrado en acusar a la dirigencia “chavista” por los desaciertos cometidos, por su corrupción y por la escasa o nula conexión con la línea estratégica del Presidente Chávez. Algunos grupos, en cambio, aprovechando la invitación de Chávez a redefinir el socialismo, proponen definir el proceso bolivariano bajo los parámetros del materialismo histórico, pero otros, más comedidos, prefieren seguir los lineamientos heterodoxos de Chávez, esperando que las cosas se superen por sí solas, antes que complicarse la vida recurriendo a fórmulas aparentemente superadas y que terminarían por espantar a quienes sólo quieren que las cosas funcionen bien, especialmente en su propio interés. Lo que algunos no entienden es que la revolución bolivariana no puede continuar dependiendo nada más del carisma de Chávez. Es necesario que ella cuente con un abecé ideológico con el cual evaluar sus alcances y sus deficiencias, dado que ello redundará en el afianzamiento del liderazgo del mismo Chávez.
Estos abismos en la revolución son los que representan su mayor amenaza. La única manera de conjurar tal amenaza será a través de una formación ideológica sistemática, no dogmática, arraigada en la tradición libertadora e igualitaria del pueblo venezolano, desde sus mismos orígenes. No será de otro modo, ya que existen resabios puntofijistas que obstan su avance, retrotrayendo el país a etapas y maneras que debieran superarse por completo. Por ello el combate a la corrupción, al reformismo y a la burocracia pasa a convertirse en el orden del día para todos los revolucionarios, puesto que en estos tres elementos se halla el germen del desviacionismo del cual podría ser víctima la revolución venezolana. Asimismo, tiene que propenderse a crear un contrapoder que le dé experiencia suficiente al pueblo para que asuma correspondientemente la construcción de una sociedad de nuevo tipo, en todos sus órdenes. Cuando esto comience a ocurrir, se habrá afianzado la revolución.-
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