Hay temas que dan tristeza. El que nos ocupa hoy es demasiado triste y complicado pero debe evitarse colocarlo entre los tabúes que se callan por cuanto afectan demasiado a un pueblo. Tiene la cuestión tres aristas espinosas: el significado para la cultura impuesta a la mujer y a no pocos hombres, lo relativo a la moral de quienes practican el adefesio y en tercer lugar el padecimiento de quienes presenciamos con dolor los extremos de la degradación social. Es decir, víctimas, victimarios y mirones. Veamos.
Antes de abordar el tema es indispensable situarlo fuera del contexto de las cuestiones llamadas despectivamente moralizantes y a quien se atreve, de moralizadores de otoño.
Es imposible negar que algunas mujeres, víctimas de la poderosa alienación o enajenación mental que las ha hecho creer que ser más sexy o atractiva las conduce directamente al éxito social y económico, convertidas de la noche para la mañana en señuelos sexuales irresistibles, serán dotadas del poder de seleccionar entre la manada de turulatos seguidores a quien ellas consideren que es el mejor “partido”. Esta aseveración puede resultar ofensiva pero hace parte de esa realidad, de ese hecho concreto: la mujer que se expone a las cirugías “reconstructivas”, también llamadas con rimbombancia tramposa, esteticismo escultural, está enredada en una maraña psicológica que ni Segismundo Freud podría desentrañar. Les resulta impensable que las empresas que financian la preeminencia del esteticismo, léase los reinados de belleza, los desfiles de moda, los cosméticos mágicos, son las mismas que se lucran con las prótesis, las clínicas al alcance de algunos bolsillos y los “avances de la cirugía estética”. Es decir un negocio tan redondo como las nalgas o las tetas antiestéticas que ofrecen.
No se trata de despreciar el atinado sentido estético que cultiva toda mujer, porque en el orden de la naturaleza y de las proporciones existe una belleza intrínseca educada por el sexo femenino con esmero, seguramente emparentado con los niveles de estrógenos séricos. Pero una cosa es la belleza y otra bien diferente es querer aparentar estar más buena de lo que en realidad está, más atractivo de lo que permite su fisonomía, es decir, darle más valor al envoltorio que a la cosa en sí. Conozco una pareja afectada por este morbo social que ha llegado a unos extremos misérrimos por efecto y gracia del esteticismo escultural alborotado. Ni él ni ella pueden dormir boca arriba como cualquier mortal para no afectar el “derrier” reconstruido, además de que él no puede acariciarla a sus anchas en sus encuentros íntimos porque las “lolas” no se tocan, son solo para ver. Ni qué hablar de lo útil que les han resultado las maromas del kama sutra. Es necesario detener aquí los comentarios frívolos porque el asunto es demasiado serio. Solo resta dejar constancia que para el vulgo es bien conocido el tormento postoperatorio de todo aquél o aquélla sometidos a tales barbarismos quirúrgicos para intentar ser más después de haberse convencido de que eran menos. Dejémoslo de ese tamaño.
Obliga este repaso a hurgar un poco en la responsabilidad profesional de los cirujanos que están haciendo su agosto todo el año. Aparte del escándalo mundial con las prótesis llamadas PIP por 21 casos de cáncer de mama en mujeres francesas usuarias de estas extravagancias, se han documentado las advertencias en contra que venía haciendo desde el año 2000 el organismo estatal para la salud de Estados Unidos. El argumento en contrario de que no se ha demostrado relación causal entre la prótesis y el cáncer resulta fútil. Al mismo tiempo, la posible introducción de contrabando en algunos países de los disparates para aumentar el volumen de la autoestima conduce directamente a un delito porque la introducción fraudulenta está fuera del control de las autoridades de la salud. La impaciencia de muchos y muchas conducía hacia las clínicas mediante la publicidad masificada para buscar su propia desgracia. Muchas de ellas se encontraron directamente con la muerte durante el acto operatorio y que se sepa nunca prosperaron las demandas judiciales porque era más fuerte el argumento de que estando advertidas de los peligros, insistieron en someterse al riesgo. Peor aún, muchas quinceañeras cambiaron la absurda fiesta de cumpleaños por la aberrante implantación de unos bultos pectorales más grandes que ellas mismas y su mentalidad para entrar al mercado con algo voluminoso por delante.
Saltan preguntas ingenuas: ¿el cirujano es inocente del daño ocasionado? ¿La ética profesional no les alcanza para neutralizar la ambición de lucro? ¿Y las clínicas que se han enriquecido absurdamente están fuera del alcance de la ley? La respuesta puede ser tan simple que incrementa la tristeza: esas inmoralidades no estaban tipificadas en la ley. Dicen que dijo la presidenta de la sociedad venezolana de cirujanos plásticos: “No hay que alarmarse ni se necesita ir de urgencia a retirar las prótesis. Sólo se requiere vigilancia de parte del cirujano para decidir cuándo retirarlas”. Es decir, aquí no ha pasado nada. Nos queda el recurso de llorar el deterioro de una sociedad en franca decadencia y de reeducar al pueblo con una conciencia social diferente que coloque al ser humano más allá del volumen de unas tetas postizas absurdas.
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