Una eventual desaparición de Chávez por cáncer o por cualquiera otra causa incluida la violenta, es una aspiración ortodoxa del antichavismo salvaje vista la imposibilidad material de abatirlo electoralmente, por lo que su muerte viene a resultar, pues, su más importante aliado electoral. Y digo que es una aspiración ortodoxa, porque para el capitalismo doméstico y sus representantes arquetípicos (y sin que necesariamente haya de estar desesperado) la muerte de un adversario tan significativo como él es una realidad hasta desiderativa como práctica política. Se ha visto a granel. En ellos (los seguidores fanatizados del capitalismo), es realmente una patología. Pareciera incluso ser una pulsión atávica. Esta recaída de Chávez, luego de ocho meses de la operación de su tumor canceroso, los pone a frotarse las manos segregando babaza. Esta recidiva tumoral, en un año electoral, para mayor hacienda, es para ellos el principio del fin. Ahora sí…
Critican por tanto el “desastre informativo bolivariano”; hablan sin pichirreo de sátiras sobre los chavistas más infamados anunciando un lóbrego panorama para Venezuela y América Latina que pone a la vista sus uñas, sobre todo por el problema de quién sustituiría a Chávez como candidato de la Revolución para las elecciones de octubre de los corrientes, y, además, de quién lo sustituiría en la patria grande en la vanguardia política revolucionaria donde ellos –los posibles sustitutos- son del mismo modo descalificados.
Se ha llegado incluso al extremo de que un especialista en nutrición con un relumbroso apellido que insinúa sapiencia capitalista, ha hilvanado una parábola que pretende demostrar que el mismo Chávez, con sus acotaciones y enunciaciones, ha aceptado, convencido ya, el destino de la muerte por haber dado cinco pasos que, según este nutricionista, constituyen un patrón predecible: Primero la negación con la que se busca mitigar el dolor ante un anuncio inopinado, cuando, luego de la primera operación, se declaró curado… Nada de extraño, porque así era clínicamente. Segundo la aparición de la rabia y los insultos. Proferir un ¡qué vaina!, ante la nueva situación, luce muy humano. Y sobre los presuntos insultos no creo que lo que Chávez dice de la oligarquía sean insultos. Insultar no es decir lo que alguien, o algo, objetivamente es. Tercero una negociación que se hace con un poder superior para prometer el cambio en el estilo de vida, y proteger así la salud. Es lo que ha hecho, sin negar que llegue a extralimitarse sin ninguna necesidad. Cuarto una depresión y algunas lágrimas con motivo del diagnóstico. Nada que no sea humano, y hasta demasiado humano. Y quinto la aceptación de que la Revolución no tiene marcha atrás y de que la mayoría del país va a sufrir con motivo de su enfermedad. Nada de raro que la Revolución sea irreversible (eso lo dirá el pueblo) y, sobre lo de pedir perdón por hacerlo sufrir con motivo de su enfermedad, nada de raro tampoco, porque, literalmente, es así: hay un sufrimiento expectante del pueblo puesto que, sabido es que el pueblo ama a Chávez, y muy merecidamente.
Ahora, donde sí puede tener cabida el anterior desviado pensamiento del nutricionista, es sobre el cáncer electoral de la MUD y de sus equivalentes denominaciones del pasado, con su deslucido candidato de hoy, canceroso electoral ya con un candilón prendido en su lujoso lecho de moribundo. Primero, porque niega que él, como ficción política sea producto de un talante fraudulento, y de pe a pa… Segundo, por la aparición en él de la pisapasitez cuando se sabe al dedillo que es un malandro, líder de gavillas, y además, salteador de embajada. Tercero, por la negociación que hace con los sectores del capital y el imperio para prometer el cambio en el estilo de vida de Venezuela, hacia lo que sería, seguro, una peligrosa retrogradación. Cuarto, por su depresión y algunas seguras lágrimas permanentes en él producto de no tener el valor de declararse tal como en realidad es. Y quinto, hacer ver la resbaladiza posibilidad de que la Revolución pueda tener marcha atrás.
Pero como todos somos mortales, incluso estando sanos y mucho más cuando tenemos determinadas propensiones a desconsideradas patologías, no debemos entonces perder el sentido del tiempo y de la historia que pasa, y se forja, paso a paso. De que Chávez pueda desaparecer físicamente, por cualquier causa desgraciada, es una probabilidad. Negarlo sería paranoico. Porque, tal como pensaba Shopenhauer, la muerte es el genio inspirador, el musagetes de la filosofía… Sin ella, difícilmente se hubiera filosofado. Y si esa desaparición se produjera en un momento tan crucial como el presente, donde la Revolución va a confrontarse electoralmente muy pronto aunque que sea con un majunche, el Chávez candidato indudablemente que constituye una garantía de triunfo. Pero no siendo Chávez también pudiera serlo, si fuera el mismísimo Chávez el que señalara quién sería el camarada enjundioso y arrojado que tomara el testigo en esa carrera electoral tan vital. Este candidato, por tanto tendría la virtud de tener el aval de Chávez, quien, como todos sabemos, es un hombre amado por el pueblo que además sabe sobradamente evaluar la realidad revolucionaria, por haber venido exponiendo durante ya trece años, sin mezquindades y con lúcida labia, su buen juicio político. Además, siendo tan buen estratega, como resulta, difícilmente pudiera escapársele esa contingencia.
El peor crimen histórico que pudiéramos cometer sería dejar la Revolución al mero azar dentro una ceguera política. No olvidemos nunca de que Chávez, con su representación de la realidad venezolana y latinoamericana, a través de la mirada de Bolívar, con la decidida aquiescencia del pueblo, y con su voluntad hecha de acero, es el creador de esta hora política tan estelar, al menos para el progresismo. ¿Díganme entonces si no tendría la suficiente autoridad moral para dejarle escoger a su sucesor, sobre todo, en esta hora tan esencial? Porque alguien pudiera señalarme que materializada esa eventualidad debiera procesarse a través de unas elecciones primarias, pero sabido es que no habría tiempo para hacerlas con la histórica tranquilidad necesaria, constituyéndose además en un desgaste innecesario de la maquinaria roja, debido a lo que seguro sería un proceso no exento de la agresividad que pudiera marcar la llamada realpolitik. Aunque aprecio que, cuando un pueblo valeroso está consciente de su cuantía histórica, de la importancia vital de su coyuntura y, organizado para alcanzar su destino de redención, no hay realpolitik que valga. Es su voluntad real, por tanto, la que valdría.
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