Por estos días se ha desatado un interesante debate sobre el discurso de género, a propósito de un informe avalado por la Real Academia de la Lengua Española, que señala a nuestra Carta Magna como un mal ejemplo.
Lo primero que debemos apuntar, es que nosotros no reconocemos a ninguna “Real Academia”. Hace doscientos años nos liberamos del yugo de las monarquías y somos orgullosamente una República.
En segundo lugar, esa “Academia” está tan errada, que se denomina de la “Lengua Española”, cuando en ese reino llamado España existen varios idiomas perfectamente diferenciados. Sólo por citar algunos, nombraremos el euskera y el catalán, los cuales llegaron a ser prohibidos por la dictadura fascista de Francisco Franco, y hubiesen desaparecido si no es por la tenaz resistencia de esos pueblos.
Por cierto, nuestra Constitución Bolivariana, no incurrió en ese error en el que reinciden los “académicos”, gracias a la erudición de constituyentes como Roberto Giménez Magiolo y Vinicio Romero, que oportunamente convencieron a la Asamblea de que el idioma oficial de la República es el castellano, más el aporte revolucionario del reconocimiento de los idiomas indígenas en sus respectivas jurisdicciones.
La “Real Academia”, como institución al servicio de los intereses de un Rey, que por demás es inmune e irresponsable según la Constitución Española, es la misma que convirtió la palabra cacique en un insulto que se usa para referirse a mandatarios locales con prácticas autoritarias. Pero el significado verdadero de cacique -una palabra tahína, por tanto de raíz arahuaca- es la persona que lidera a una comunidad, elegida por sus vecinos y cuyas atribuciones no van más allá de ser un sabio consejero en tiempos de paz o un jefe político-militar en tiempos de guerra. Todavía nuestros hermanos barí eligen a sus caciques o cacicas según esta ancestral tradición y sus mandatos son susceptibles de ser revocados en asambleas democráticas.
Esta “Real Academia” es la misma que niega las raíces indígenas del castellano actual, aunque palabras como chicle o chocolate, sean de origen náhuatl.
El discurso de género, como lenguaje incluyente por excelencia, viene a llenar un vacío milenario en la construcción idiomática; vacío que fue posible, entre otras causas, por el carácter patológicamente machista de las religiones oscurantistas.
Caer en la trampa de la “Real Academia” es hacerle una concesión odiosa a lo más atrasado de la ideología conservadora. No es leal con la Constitución Bolivariana, sacar a relucir ejemplos burlescos respecto del lenguaje de género, todo por complacer ciertas poses de lingüista; lo correcto es defender ese logro que es pionero universalmente.
Cuando tengamos que revisar nuestra Constitución, seguro podremos mejorar su redacción y perfeccionar todas las exigencias técnicas del lenguaje; pero lo haremos soberanamente, y estoy convencido que el discurso de género será radicalizado.
Porque alcanzar una sociedad de iguales, pasa primero por vencer las deleznables taras de las viejas ideologías dominantes, que condenaron a la mujer a ser costilla de un hombre y esclava invisible de la opresión.
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