Está asombrada. Tiene la boca abierta. Está escuchando el discurso de Capriles Radonski que tiene grabado en su celular y no tiene palabras. Sigue escuchando y se estremece. Termina el discurso y se pone de pie y dice: “Cómo te quiero Venezuela”. La gente se vuelve y la ve. Se ríen. El mesonero piensa que se volvió loca, porque me hace una seña con el dedo índice y luego gira su mano derecha al lado de su cabeza. Ella toma asiento. Llora. Saca el pañuelo Prada de su cartera Luis Vuitton y se seca las lágrimas. Solloza. Pega la cabeza de la mesa y murmura. “¿Por qué Dios mío? ¿Por qué Dios mío? Sigue llorando. Ahora se escuchan más fuertes sus sollozos. Enciende nuevamente el celular y vuelven las palabras de Capriles Radonski: “Como te quiero, Venezuela.... progreso... esperanza futuro”. Apaga el celular y lo guarda en su cartera. Se limpia por segunda vez sus lágrimas y trata de volver en sí. Espera un momento. Pausa. Pausa. Pausa. “Y ya me estoy copiando de Henriquito”. –dice y sonríe.
La princesa Cinthya Machado Zuloaga esta triste. ¿Qué le pasa a la princesa? El mesonero espera un momento, tratando de que Cinthya se recupere del momento por el que está pasando, y cuando considera que ya le pasó, se acerca y deja sobre la mesa el café negro y la botellita de agua Evian, y le dice a Cinthya. “Sentido pésame, señorita, con ese discurso se nos murió el candidato”. Cinthya está a punto de llorar pero se aguanta. Sabe que no puede volver a perder su elegancia. El mesonero, después de sus mortuorias palabras, abandona el sepulcro.
Y dice Cinthya: “Siempre lo supimos: Henriquito no sirve para esto. Pobrecito, está haciendo lo imposible por quedar bien, pero lo del domingo fue demasiado, yo creía que se desmayaba en la tarima, no sabía a qué agarrarse, tomaba agua, tomaba un banderín, agarraba con las dos manos el micrófono y, lo peor, no decía nada. Ha sido un acto bochornoso, muy bochornoso para todos nosotros. Mi viejo se volvió a encerrar en el cuarto y dijo su frase de siempre. “Si me llama Obama, díganle que no estoy”.
Otra vez saca su pañuelo y termina de limpiarse un resto de lágrima que le quedaba. Y dice: “Y sin embargo hay quienes hablan bien de eso, que lo justifican, que dicen que llegó al sentimiento del pueblo venezolano, que dijo las frases que el pueblo estaba esperando”.
Y termina diciendo: “Cómo te quiero, Venezuela”. Y se ríe.
robertomalaver@gmail.com