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En señor Luis Fuenmayor (y asumiré este tratamiento por acto de reciprocidad) hace uso de su derecho a réplica aduciendo ciertas “deficiencias” en las criticas que yo le hiciera a un artículo suyo sobre el tema de género contra sexo. En su nuevo artículo, el señor Fuenmayor me acusa de dos grandes debilidades retóricas: a) utilizar argumentos ad hominem; b) ser incoherentes en muchos de mis otros planteamientos. Dado el caso de que estoy dispuesto a hacer uso también de mi derecho a réplica, intentaré ser hermeneuta de mi propio texto y mostrar al señor Fuenmayor que no creo haber incurrido en los defectos que me imputa; bueno, no en la dimensión en que él les asigna. Para ello, y en virtud de explicarme lo más transparentemente posible, asumiré en este texto la forma de un esquema, de modo que se sigan mis declaraciones sin mayores contratiempos.
1. Primero que todo, el señor Fuenmayor se sorprende de que considerando yo sus puntos de vistas “estulticias”, les haya prestado atención. Bueno, si hubiera los escrito en un papel y los hubiese pegado en la pared de su sala, no tendría porque hacerlo. No obstante, al convertirlas en discurso público, en discurso que puede (digo «puede») incidir en los conocimiento, en las creencias y opiniones que las personas tienen sobre ciertos temas que circulan dentro de los debates públicos, me vi en la necesidad de contrarrestar una visión en torno a un asunto nada pueril y que, desde mi opinión, fue tratado muy infelizmente por él. El hecho de reproducir largos párrafos de su artículo no fue, precisamente, porque los admirara; por el contrario. Más bien pretendí ahorrarles a los lectores el viaje al texto original y que pudieran seguir mis críticas en los asuntos puntuales sobre las que las hacía. Así que no entiendo su asombro.
2. En cuanto a que califique de necedades sus argumentos, así lo creo y lo sostengo. Sin embargo, en ningún momento estoy evaluando al señor Fuenmayor como un necio. Él, como todo ser humano, es proclive a producirlas. Nadie es inmune a que, en ciertos momentos o bajo ciertas circunstancias, pueda generar tales acciones o dicciones. Sin embargo, a aquellos que nos gusta estudiar el discurso sabemos que siempre nuestros análisis se limitan a la situación sobre la que se reflexiona. Mi calificación de necedades se circunscriben, entonces, a los argumentos que el señor Fuenmayor desarrolla en el artículo citado. No a él como sujeto, ni muchos menos a su ser como entidad histórica. Y lo califico de necedades porque me parece una absoluta necio “entrar” al equipo de los que, últimamente, se regocijaron con la otra necedad de la Real Academia de la Lengua sobre su opinión de la forma en que estaba escrita la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. No entiendo cómo esto se convierte en ofensa él. Yo creo que el señor presidente produce, en algunas ocasiones, un discurso bastante aburrido. ¿Lo estoy ofendiendo? De todos modos, el señor Fuenmayor me achaca ser un “lugar común”, al considerarme como uno de esos «revolucionarios resentidos» por los logros intelectuales de otros y que, por ello, no tengo sino descalificaciones en contra de sus méritos. Es decir, se ofende por mis “descalificaciones”, pero me descalifica y ofende al calificarme resentido. A mí parece que esta es sí es una práctica común entre todos los actores oposicionistas: no practican lo que predican y quieren que los demás hagan los que ellos, genéticamente, están incapacitados para hacer.
3. Sobre mis inconsistencias argumentativas (por incoherentes), seré tajante: en cuanto a sus argumentos, el señor Fuenmayor entra de pie y sale agachado. Por eso es que el señor Fuenmayor ve incoherencia donde yo puse ironía. Por eso también señor Fuenmayor ve inconsistencias mías donde hay propias. De igual manera, no me queda otra alternativa que volver a cargar sobre ideas que plantea en este nuevo artículo dado que repite e insiste en necedades. Volveré a tomar extractos de su artículo para dirigirme directamente sobre lo que me interesa y espero que no vuelva a ofenderse por este proceder.
4. «Nuestra extrañeza es mayor pues, a continuación, el señor Bermúdez afirma que mi artículo tiene buen tino en que una cosa es el género de las palabras y otra el referente extralingüístico al que se refieren, lo cual es el centro de mi argumentación». Falso. El centro de su argumentación es que está mal el uso de la duplicación de género en el discurso de los dirigentes oficialistas (son quienes más lo usan) para referirse a sujetos del sexo masculino y sexo femenino, debido a que viola la gramática de la lengua castellana (hablaré de lengua castellana porque he sido corregido al respecto). Su propósito es reproducir y perpetuar el contexto discursivo-simbólico (el discurso y los contextos que generan, alimentan espacios simbólicos) según el cual este gobierno hace todo mal. Que exista un uso desproporcionado (premisa que compartimos) no me conduce a la conclusión (al señor Fuenmayor sí) de que sea incorrecto, que viole la gramática, que no sirva o no ayude a minimizar (por lo menos en el discurso) la discriminación de género, etc.
5. «Pero las dudas del señor Bermúdez reaparecen cuando comenta mi segunda necedad, pues primero dice que es “falso” que la utilización redundante de los géneros conspire contra la economía y rapidez de expresión, para alegar seguidamente que es cierto que el principio de economía es un principio comunicacional. En qué estamos: ¿Es cierto o es falso? ¿O quizás es todo lo contrario?» A ver, se lo explico. La lengua es una estructura, más o menos estable pero no inmutable, de normas y procedimientos de combinación. Sin embargo, su uso, su utilización, está condicionada por más variables que las estructurales. De modo que, aunque el principio de economía es aceptado en los estudios lingüísticos, lo que también sabemos es que su aplicación es situacional. Que no puede ser empleado como una regla estructural de la lengua. Me sigo explicando. El principio de economía puede dar cuenta de algunos usos de este circunloquio (“señores y señoras, alumnos y alumnas, diputados y diputadas”, etc.), pero no de todas las situaciones de su uso. Hay que evaluar cada uso en particular y allí podremos saber si es válido o no. Por lo tanto, es un error pretender esgrimirlo como regla totalizante. Algo parecido ofrecía Paul Grice en 1975 cuando hablaba de sus máximas conversacionales, entre las que ofrecía la necesidad de ser breve y claro. Pero el mismo Grice descubrió que muchas veces y en muchísimas ocasiones, los hablantes infringían esas máximas a pesar de que usarlas, supuestamente, ofrecería la garantía de una mejor comunicación. Y entonces Grice pensó, « ¿por qué las incumplen?» Y halló cosas muy interesantes… Yo no negué el principio de economía, negué el poderío explicativo que el señor Fuenmayor quiso darle. ¿Entiende por qué digo que entra de pie y sale de agachado?
6. « Sobre mí llamado a utilizar el género neutro, el crítico dice que éste no existe en español, que ha casi desaparecido. Afirma que el uso del género neutro no incluye a ambos géneros, sino que no los distingue porque no se sabe o no es relevante el género del referente. Si no es relevante, como lo afirma el señor Bermúdez, es porque se puede aplicar a cualquier género y por lo tanto los incluye. Ésta es además la posición de nuestros lingüistas.» ¡¡¡¿Qué qué?¡¡¡ No sé cuáles serán los lingüistas del señor Fuenmayor, pero si tales señores existen, están tan equivocados como él. Primero que nada, el género neutro sí existe en castellano, pero, insisto, solo se conserva en muy pocas piezas léxicas. Pocas. En castellano los sustantivos, adjetivos y pronombres (únicos que marcan género de forma morfológica) son o masculino o femeninos. Si el señor Fuenmayor está abogando para que en lugar de que se diga «diputados y diputadas, presidente y presidenta, médicos y médicas asistentes a este evento…bla, bla, bla…», se diga simplemente «diputados, presidentes y médicos asistentes a este evento…bla, bla, bla…» por lo que está abogando es por el uso de la forma masculina como forma incluyente. En castellano, la forma masculina es una forma no marcada, mientras que la femenina sí lo es, por ello se acoge la primera como forma incluyente y no la segunda. Pero este es otro cantar. No es de lo que habla el señor Fuenmayor. Ahora bien, y como decía en mi artículo anterior, esto es un asunto gramatical, de la estructura de la lengua. Sin embargo, insisto, hablar una lengua no es solo conocer sus estructuras. Implica también otros ámbitos simbólicos y sociales. Si se llega a un estado en que los hablantes consideran que este uso invisibiliza al género femenino, es legítimo que se intente revertirlo.
7. «Por último, sobre mi posición de que existen personas que pareciera quieren construir una nueva gramática, el señor Bermúdez la descalifica diciendo que los géneros ya están en la gramática, con lo cual pretende saltarse que la utilización que se haga de los mismos también es gramatical». Sí, la forma en que se manifiesta el género es un proceso gramatical de una lengua, pero el señor vuelve a incurrir en un desliz: él no estaba hablando del uso gramatical o no del género en la lengua castellana, él estaba hablando de si es debido o indebido utilizar los sustantivos masculinos y los sustantivos femeninos en el discurso público para visibilizar a los sujetos masculinos y femeninos a las cuales se refieren. Y eso es otra cosa y espero que el señor Fuenmayor lo entienda. En decir «diputados y diputadas, niños y niñas, padres y madres» no hay ninguna invención ni violación gramatical. Por ejemplo, si ocurre con la aceptación por parte de la Real Academia del uso no pronominal del verbo incautar(se). Esto sí altera la gramática y sin embargo, ahí está: aceptado.
8. Por último, ahora espero no haber ofendido al señor Fuenmayor y haber cumplido su exigencia de abordar solo sus argumentos. No basta con decir que son «sus argumentos» y estos son «mis argumentos». Porque hay argumentos mejores y peores, buenos o malos, sólidos o deficientes y los del señor Fuenmayor pertenecen a la segunda categoría. Ojo, en cuanto al tema tratado.
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