Lejos de ser un fenómeno cíclico y hasta espontáneo, la rebelión popular que parece esparcirse por toda nuestra América tiene sus raíces en los diversos órdenes sobre los cuales se estructuraron estas sociedades, desde el momento mismo en que se produjo la conquista y colonización a manos de portugueses y españoles. En el transcurso de su historia, los pueblos de este continente fueron, una y otra vez, injustamente reprimidos por los sectores poderosos que los dominaron a favor de intereses foráneos; en un primer tiempo, de España y Portugal y, más tarde, de Gran Bretaña y Estados Unidos. A las exigencias legítimas de un orden social justo, de una democracia, justicia e igualdad efectivas y de una identidad nacional propia, sin subordinaciones de ninguna especie a estos poderes extranjeros; siempre se les respondió con violencia, muchas veces gratuita, pero siempre cruel, pues, de ella no escapaban siquiera los niños, como acaeciera en Chile, Argentina y otras naciones del Cono Sur dominadas por dictaduras militares estimuladas por Washington, invocando la defensa de la libertad occidental frente a la presunta conspiración mundial del comunismo. Todo ese pasado de represión y de terror es la semilla de esta desconcertante rebelión continental que ahora salta a la primera plana de los medios de comunicación y es causa de preocupación para los jerarcas de la Casa Blanca.
Sin embargo, hay que creer también (un poco en la onda del Presidente George Walker Bush) que mucho de esta rebelión continental tiene su punto de referencia en lo que se está experimentando actualmente en Venezuela, bajo la advocación de Simón Bolívar. Sin este elemento, quizás la comprensión de estos sucesos quedaría incompleta. Aunque los fenómenos sociales tienen su impronta, determinada por características específicas, no menos es cierto que, en el caso de nuestra América, existen peculiaridades comunes, desde los tiempos de la dominación colonial española, que nos hacen conjeturar tendrá desenlaces parecidos. Esto, no obstante, dependerá en gran medida de la capacidad mostrada por los nuevos liderazgos revolucionarios que emerjan frente a las manipulaciones de los sectores políticos, económicos, sindicales, militares y eclesiásticos que siempre usufructuaron el poder y se arrogaron la representación nacional, aún cuando fueran simple minoría.
Lo que sí se puede afirmar es que estos pueblos ya no serán los mismos. Al miedo y a la sumisión, que tan buenos resultados les brindara a las minorías conservadoras, le han sucedido la rabia y la conciencia organizada. Desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia, todos estos pueblos han comprendido que la soberanía les pertenece y que, si les es negada, buscarán ejercerla directamente desde las calles. Este hecho, de por sí, enriquece y amplía aún más el viejo concepto de democracia formal atribuido al Presidente Abraham Lincoln y pone en aprietos la pretensión de algunos gobernantes de desconocer los reclamos y expectativas populares, agitando para ello la Carta Interamericana Democrática de la OEA.
Para el gobierno estadounidense esta rebelión generalizada representa un serio revés a su política neoimperialista en el hemisferio. Especialmente cuando, con suma habilidad diplomática, fue blindando el camino al ALCA mediante diversidad de planes militares y acuerdos económicos bilaterales suscritos con algunos gobiernos latinoamericanos. Las tácticas del Imperio podrían sufrir algún cambio, no así su visión estratégica. Para Estados Unidos es vital asegurarse el control directo, si es posible, de nuestras economías, así como de los recursos naturales que poseemos en abundancia (como el agua dulce del Amazonas, lo mismo que su rica biodiversidad y los recursos energéticos, como el petróleo de Venezuela); para ello cuenta con un cúmulo de acciones económicas, diplomáticas y militares, dirigidas todas a evitar el derrumbe de su rol hegemónico en lo que considera tradicionalmente su patio trasero. Algo que –de implementarse- agudizaría la situación interna de estas naciones, precipitando, entonces, una revolución popular indetenible y de signo radicalmente distinto a las anteriormente conocidas.
Esta hora de los pueblos de nuestra América está caracterizada por la presencia dinamizadora de sectores sociales que, hasta ahora, se mantenían al margen de la escena política por desconfiar de la honestidad y capacidad de la clase gobernante. Esto se palpa en Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Panamá y en El Salvador, por citar los casos más emblemáticos del día. En cada uno, el desprestigio y corrupción impune de los partidos políticos que tradicionalmente detentaron el poder, sin producir mejoras significativas en la calidad de vida de la población, ha dado paso a la emergencia de un liderazgo, nuevo en muchos aspectos, pero mejor identificado con las expectativas populares. Un hecho común simple de enormes repercusiones en lo futuro que obliga a repensar –con esquemas absolutamente nuevos- lo que es la historia de nuestra América, su emancipación integral y, cuestión importante, su rol en el escenario mundial cuando la globalización económica neoliberal amenaza impune la soberanía y las identidades culturales de todos los pueblos del planeta.-