Se trata de una exposición fotográfica que muestra los inicios de la modernidad venezolana en Caracas durante las décadas de los 50 y 60 y que se expone hasta el próximo 26 de agosto en la sala TAC del Paseo Las Mercedes.
Confieso que siento debilidad por la época cuando nací. De progenitores napoletanos y además de padre constructor, quién con su trabajo colaboró a levantar construcciones en Caracas, primero aportando su mano de obra, luego construyendo sus propios edificios.
La exposición muestra trabajos de excelentes arquitectos y artistas italianos, algunos invitados por breves períodos como el reconocido internacionalmente Gió Ponti, invitado por la clase pudiente de aquella época para diseñar y construir sus mansiones. Otros se quedaron en Venezuela asimilando su cultura, su naturaleza y aportando su creación artística permanentemente, como es el caso, por ejemplo, de Graziano Gasparini.
Sin embargo, con excepción de un mural mosaico, que muestra obras de autores anónimos, e infinidad de acabados de una diversidad de obras esparcidas por la capital, no hay referencias a la labor de una gran masa de inmigrantes italianos que con su laboriosa mano de obra hicieron realidad los sueños de estos profesionales homenajeados en la exposición.
Labor de inmigrantes aún más valiosa, no sólo por su calidad, cantidad y esmero para hacerlo rápido y mejor. Valiosa porque fueron hombres que, en su gran mayoría, llegando primeros solos, sin familia, sintieron día a día la gran nostalgia por la Patria que en la inmediata postguerra se vieron obligados a abandonar. Las altas tasas de desempleo en los países del sur de Europa, entre 1946 y 1959, determinaron un volumen de inmigración calculado de siete millones y medio de los cuales aproximadamente dos millones entraron a América Latina. Dejaron con dolor sus familias, su Patria. Hechos estos plasmados por la gran musicalidad napoletana en canciones convertidas en clásicos, como “Lacrime napuletane”, que nos cantan de la amargura del pan que conseguían con su esfuerzo diario, en un país que ciertamente los acogió generosamente, pero que no era su Patria.
Esfuerzos y sacrificios como los que me contaba mi madre cuando recordaba que mi cuna había sido el espacio entre dos sacos de cemento. Cuando muchas veces no se podía ni comprar la leche para los teteros.
Esas vivencias que deben haber sido iguales para muchos paisanos, no son contempladas en esta bella pero incompleta exposición. Las obras de los grandes maestros arquitectos, de los maravillosos artistas italianos, se hicieron con esas manos, mojadas de llanto.
Deben reconocerse en todas y cualesquiera instancias donde se manifieste la influencia de Italia en Venezuela. Los organizadores y promotores de estas Italias de Caracas, mal contadas, deberían promover estos aspectos.
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