Una de las ventajas de esta campaña electoral (a más de probar el trágico raquitismo del liderazgo tanto emergente como trasnochado de la derecha) es el haber sumado otra palabra, de las denominadas vulgares, al lenguaje público y oficial. Desde que Uslar Pietri utilizara pendejo (y hay que ver lo anchuroso del vocabulario de Uslar, que bien pudo utilizar otra) dicha palabra la dice, no solo un espécimen tan bajo como el cura Lückert, que llamó desvergonzadamente a la Misión Hijos de Venezuela “abre piernas” (sospechando que su desgarrada vulgaridad se deba a que él mismo se las abre a feligresas adictas a él como confesor, que buscan mediante su fraudulenta absolución salvarse en el juicio final, porque no otra cosa pudiera esperarse de un abate tan re vulgar como este) sino hasta la niña más recatada y casta de un colegio de monjas optado por las hijitas de papá.
Porque es que en los misterios del lenguaje no es lo mismo una palabra vulgar que una expresión vulgar. La contundencia y capacidad descriptiva de una palabra vulgar es, tal, que se hace insustituible. En cambio la expresión vulgar resulta torpe, ignominiosa, como fue la proferida por el desastrado Lückert.
Por ejemplo, en el caso de un martillazo en un dedo, ¿es posible sustituir la palabra coño como analgésico aunque usted se encuentre frente a la Virgen? En cambio, agregarle “de la madre”, resulta ya escandalosa, impúdica como la de aquel triste masista contra el presidente. Y que tampoco sería lo mismo espetar ¡Cónfiro! o ¡Ay mamá! Es pues, ¡coño!, y no otra, salvo que usted resulte maracaibero y sea entonces ¡Veerga, priimoo!
Es lo mismo que arrecho. Arrecho en Venezuela es el adjetivo comodín en grado superlativo de todo, amén de significar una furia incontenible. Cuando usted oiga: ¡Coño, estoy arrecho, o arrecha! mejor hágase a un lado, por si acaso. Por tanto, siempre me pregunto por qué será que a ciertas palabras tan imprescindibles, en el campo incluso de las venezolanas emociones humanas, las denominan vulgares. Eso me resulta más bien como un chantaje social inaceptable.
Se lanza ahora a la arena, quizás como imagen más auditiva que visual, la palabra jalabola disparada a propósito olímpicamente, y con denuedo fascista, por un jalabola muy agudo de los gringos al querer por tanto endosársela a los trabajadores y trabajadoras por el mero hecho de apoyar la Revolución. ¡Qué bolas tuvo este jala, vale! Pero Chávez (tal lo mereció) se lo restregó sin piedad con su capacidad tan envolvente y con su privativa y atronadora voz. Y Chávez, restregando también es… (¡coño!) insustituible.
Pero aprovechemos la coyuntura filológica para tratar de determinar el origen de este venezolanismo. Primero que todo no aparece en el DRAE. Vaya qué falla académica, pero premonitoria. Además, su origen es incierto, pero sin dejar por ello de ser conjeturable. En tal sentido manejo una hipótesis. Estoy casi seguro que fue una madre cuando su pequeño de 2 o 3 años se bañaba en la regadera con el padre tomándolo por el redondel escrotal riéndose, que apuntó: ¡Ay, papi te está jalando la bolita! Eso es tan probable, que luce cierto. ¿Quién que se haya bañado con sus hijos pequeños en plena fase de descubrimiento no ha sido víctima corsariamente de tales metidas de mano? Las madres igualmente eran víctimas, pero ahora, con el modernismo quizás los pequeños corsarios no tengan nada que jalarles…
Luego por esos extraños caminos que toman las cosas, seguro que vieron a un potentado adicto al incienso verbal, o a un político encumbrado, acompañado por alguien que no podía ocultar su deleite fingido ante su víctima, acotando alguien, que se encontraba cerca: ¡Oye, pero ese tipo sí es jalabola! Y lo dijo en singular, que es lo correcto, porque el origen de la palabra así lo señala inequívocamente. Otros hablan de jalabolas, pero me parece un error. En plural se utiliza cuando hay un jalabola, en unión de otro jalabola, jalando, o también sin jalar cuando ya se han ganado, con mérito incuestionable, ese tan pingüe título. ¡Mira a los jalabolas aquellos paseándose con sus caras de yo no fui! Pero es de hacer notar que solo los hombres podemos ser jalabolas. En el caso de las mujeres no se habla ya de que jalan bola, sino de que seducen… ¡Mírala seduciendo al banquero (o al diputado) ese!
Pero aquí no termina la cosa. Si bien la mujer no jala bola, sino que seduce, tiene no obstante el derecho (hoy) a que le jalen. Y ello en base al extra poder que han acumulado en la Revolución como consecuencia de la novísima Constitución Bolivariana que, en el numeral 1 de su artículo 21, establece que nadie puede ser discriminado en razón de su sexo. Pero como no se le puede jalar bola, por razones obvias, habría que parangonar la parte de ellas, correspondiente, que son los ovarios. Entonces la palabra no pudiera ser hoy jalabola por resultar manifiestamente inconstitucional, y habría que sustituirla por jalabovar que, como se ve, incluye los ovarios y, por tanto, resultaría constitucional. Ahora tendrá que decirse, para no tener que pasar por inconstitucional: ¡Mira al tipo ese jalando bovar! (El singular sería jalabovar y el plural jalabóvares). Y menos mal que ni a don Andrés Bello, ni a don Rafael María Baralt les toco analizar estas gramaticalidades constitucionales de la Venezuela de hoy.
Lo que son las revoluciones, ¿no?
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