Estos días finales de la campaña electoral transcurren bajo la sombra de Poncio Pilatos. Este gobernador romano de Judea, con su lavada de manos frente al martirio de Jesús, marcó una forma de ser y una conducta política. No fue neutral, como se cree. Con su actitud, dio luz verde a los verdugos del Cristo. Pero pasó a la historia como un ni-ni, un “ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario”, un “yo te aseguro que yo no fui”. Aunque sí fue.
Para no irnos demasiado lejos, en este siglo XXI venezolano, se repitió la cómoda evasiva de Pilatos con el famoso Decreto de Carmona. La firma del mismo fue un acto público, notorio y comunicacional, con ribetes de show, disfrutada venganza y apoteosis. Sin embargo, la mayoría de los firmantes ahora dice que no lo hizo. O que pusieron su impronta digital en una hoja en blanco. Incluso, algunos que la televisión mostró en el Salón Ayacucho del Palacio de Miraflores, aseguran que ese no era él o ella. Insisten tanto en negarse, que a usted empieza a nacerle cierta duda, a pesar de haberlos visto.
Meses después, el sabotaje petrolero no fue tal, sino un “paro cívico” o un acto de “desobediencia civil”. No hubo paralización de la producción de hidrocarburos ni de la distribución y suministro de gasolina. Tampoco fueron fondeados frente a los puertos los tanqueros que llevaban nombres de misses. Todo eso se lo inventó el gobierno para tomar represalias contra los buenos samaritanos de la meritocracia petrolera.
Derrotados golpes, sabotajes y guarimbas “imaginarios”, se pensaba que el “yo no fui” pasaría a la historia. Pero fíjate que no. Ocurre que los precandidatos de la Mesa de la Unidad, con la excepción de Diego Arria, firmaron los lineamientos de su Programa de Gobierno y ahora niegan que rubricaron lo que todo el país vio. No me estoy refiriendo al paquete oculto que develó David De Lima, sino al libro que redactaron 400 lumbreras y donde, expresamente, llaman a reconducir la Constitución Nacional por la vía reglamentaria y con actos administrativos (sic), para alarma del constituyente Hermann Escarrá.
Pero Poncio Pilatos volvería a resucitar después de semejante exabrupto. Antier no más, el diario El Nacional (26-09-12) hace algunas “revelaciones” sobre el golpe de Estado de abril de 2002. Los grandes medios, Fedecámaras ni la CTV tuvieron participación alguna en la asonada. Leer para creer: “El golpe (a Chávez) se lo dieron sus amigotes –editorializa el diario-, los militares, sus compañeros de armas que habían compartido con él en los pasillos de la Academia Militar y de muchos cuarteles, con algunos ambiciosos civiles. El pueblo en oposición fue una víctima de las aventuras de esos uniformados de ambos bandos”.
“El pueblo en oposición”, en efecto, sí fue una víctima, pero no sólo de los militares que hoy el periódico echa al pajón. En las hemerotecas tradicionales o digitalizadas están las ediciones extras con esos oficiales golpistas en primera página, bajo los titulares de: “La batalla final será en Miraflores” o “Los militares tienen la palabra”, entre otros no menos subversivos o “elocuentes”, para usar un eufemismo. Aquellos militares que oyeron los cantos de sirenas de esos titulares periodísticos, perdieron su carrera. Hoy, quienes los instigaron, los acusan. Poncio Pilatos se lavó las manos, pero no llegó a tanto.
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