En éste respondo las últimas consideraciones de Mosquera, sobre mi publicación en la recientemente creada revista SUMMA (p 25, junio 2005) y en la página de opinión de Aporrea. Ya le aclaré al compañero la mayor parte de sus observaciones y le señalé sus errores y omisiones; dejo esta entrega para analizar el problema de la calidad vs admisión libre y la concepción de universidad. Jamás he planteado el dilema “calidad vs admisión libre”. Eso lo sacó Mosquera de su cabeza. Si la política es la de admisión libre, habrá que trabajar para su cumplimiento. Las instituciones universitarias tendrán que garantizar la mayor calidad posible para todos los admitidos. Sería inaudito reducir la exigencia. No. Los pobres no son brutos y no necesitan de falsas ayudas, que los rebajan ante el resto de la gente.
Hay que garantizar, eso sí, los libros de texto, bibliotecas dotadas, salas de computación suficientes para la navegación, aulas y laboratorios equipados, becas suficientes, comedor y otros servicios. Si esto no se da, se trata entonces de un inmenso fraude. Llevando a todos los estudiantes a las mismas condiciones, su éxito dependerá de sus aptitudes, capacidades y motivaciones, las cuales determinarán la dedicación al estudio y la comprensión de las ciencias. No soy yo, como dice Mosquera, quien estará allí para escoger los mejores, será la evaluación la que determinará el éxito o el fracaso, así como las puntuaciones obtenidas. Y entonces veremos que no será la clase social del muchacho, ni la región del país de donde proceda, ni el sexo, ni el colegio oficial o privado de donde provenga, los que determinarán el resultado. Habrá entonces equidad en el desempeño.
Mosquera me acusa de defender la universidad tradicional y propone que la universidad sea el lugar donde “se estudiarán las artes, la música, los oficios, la cocina, el folklore, la literatura, el cine, la televisión, la radio”. Curioso, todo menos las ciencias, y ésta no es una omisión involuntaria. Obedece a la idea de que las ciencias son un juguete de sabios e investigadores, quienes viven aislados en su torre de marfil. Esa tendencia desprecia el saber y se extiende por la ignorancia y por la incapacidad de profesores universitarios, que no pudieron nunca hacer ciencia porque no tenían las aptitudes y la motivación. ¿Qué universidad defiendo? La que produzca conocimientos y profesionales para el fin de la dependencia, el ejercicio de la soberanía, la solución de nuestros problemas y una mejora de nuestras condiciones de vida. La que nos garanticen la autarquía alimentaria, la producción de medicamentos e insumos médico-quirúrgicos, la erradicación de las parasitosis, endemias y epidemias y enfermedades prevenibles; el desarrollo de la ingeniería genética, de la petroquímica, de la química orgánica industrial y el manejo de una flota petrolera propia. La universidad para enfrentar la miseria, recuperar nuestros bosques, fuentes de agua y sanear nuestros mares y ríos; para el desarrollo de las industrias que traerá la petroquímica y la química orgánica industrial; para el desarrollo de la ingeniería de consulta, la organización del pueblo y la tecnología, que le dé a nuestra Fuerza Armada un poder de fuego capaz de disuadir a cualquier enemigo de invadir nuestro territorio.
Una universidad que reduzca la brecha que nos separa de los desarrollados en los campos de la robótica, cibernética, energía no contaminante, teletransportación, nuevos materiales, creación de vida y todo lo que enfrente la dominación y la dependencia. Una universidad que estudie y consolide nuestra cultura, identidad y tradiciones. Por supuesto, una universidad que estudie las artes, la música, la literatura y toda actividad humana. Que incorpore a todos los estudiantes aptos. Ésa es la universidad que necesitamos. No la tenemos. Si Mosquera quiere otra universidad, ése es su problema. Que la construya. Pero no a expensas de la universidad que se requiere para ser libres y soberanos, ni sobre las cenizas de la universidad que la Constitución define. Revolución no es cambiar por cambiar y, mucho menos, destruir por destruir.
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