El problema del poder, a la luz de lo acontecido en Venezuela desde finales del siglo XX, sigue oscilando entre dos categorías antagónicas y excluyentes: el reformismo o la revolución. Por primera vez en mucho tiempo esta dicotomía pudiera ser resuelta a favor de las amplias mayorías populares en oposición a las viejas y a las nuevas élites que usufructúan el poder. Es necesario e importante, por consiguiente, que las brechas abiertas por Hugo Chávez como Presidente y líder del proceso revolucionario bolivariano deban expandirse y asentarse con la participación decidida de los grupos revolucionarios y dejar a un lado la actitud contemplativa asumida, algunas veces, a pesar de la radicalidad de sus discursos.
El movimiento revolucionario tiene ante sí la ocasión de disputarle y arrebatarle espacios a quienes, al amparo de la revolución bolivariana, siguen afincados en el pasado y obstruyen el avance en la construcción del poder popular. Para ello tiene que imponerse la adopción de una línea subversiva (en el más estricto sentido del término), de modo que las bases populares cuenten con un criterio orientador acertado que fomente entre ellas la convicción de constituir un todo coherente y orgánico, con dirección política y fortaleza ideológica innegables. Hasta ahora es Chávez quien ha enfocado el problema del poder, algo que poco ha trascendido al seno de las masas revolucionarias, lo cual tiene incidencia directa en la situación existente respecto a la dirigencia “chavista” actual, escasamente diferenciada de aquella tradicional que rigiera Venezuela desde 1958.
Aun cuando el pueblo venezolano ha elevado considerablemente su conciencia política, adolece de una visión revolucionaria que le ayude a entender que los resabios de la democracia representativa puntofijista podrán extinguirse por completo sólo mediante la práctica permanente de la democracia directa o participativa, consagrada en la Constitución de la República Bolivariana. Esta falla de percepción hace posible la sobrevivencia del viejo puntofijismo disfrazado de revolución, creando las bases para que la revolución bolivariana no pase de ser más que una mera ilusión colectiva. Esta última posibilidad representa –más que una intervención militar directa del imperialismo yanqui- la mayor amenaza que pudiera enfrentar el proceso bolivariano. Y ella se mantendrá latente en tanto el pueblo no se convenza que sobre sus hombros descansa la responsabilidad histórica del cambio estructural que todos demandamos, lo cual eliminaría enormemente ese abismo presente entre lo que el Presidente Chávez dice y promueve y la inacción y ambición personal que caracteriza a la mayoría de quienes ocupan cargos de elección popular en su nombre.
Como se puede inferir, todavía hay un sustrato que nos hace creer que el poder –por muchas y bienintencionadas que sean las iniciativas para hacerlo accesible a una amplia mayoría- siempre sería detentada por una minoría. Esto obliga a iniciar una extendida campaña de corte cultural que tienda a disminuir esta perniciosa percepción del poder y, por consiguiente, de la democracia. Es preciso que esa alienación a la que fuera sometida el pueblo venezolano se erradique dándole, efectivamente, poder al pueblo o, para ser más exacto, mediante su conquista por el pueblo en sus luchas diarias, sin miramientos legalistas y sin retroceso alguno. Esto supondrá, por supuesto, una trascendencia (ilimitada) del marco de referencia democrático actual sin que sea coartado bajo ningún argumento; en su lugar, más bien debiera estimularse hasta lograr que las viejas instituciones puntofijistas sólo sean un mal recuerdo en la historia republicana nacional. Pero como están las cosas, con una dirigencia “revolucionaria” reacia a hacer la revolución junto con Chávez, esto supone una tarea cuesta arriba porque no existe una intención firme y continuada para que ello ocurra. De ahí que se haga imperativo que todos los revolucionarios (incluidos aquellos que buscan mantenerse al margen de los acontecimientos) comiencen a generar realmente espacios de poder autónomos desde los cuales se ataque y se reduzca la influencia contrarrevolucionaria del reformismo.-
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