A tres días de la resonante victoria popular del Presidente Chávez, la mayoría de los análisis sobre ese memorable evento se han centrado, particularmente, en el aspecto numérico de la elección, pero obvian un tema que es crucial para entender lo que ha sucedido en Venezuela, sobre todo en los dos últimos siglos, como es la lucha de clases. Como hemos escrito en diversos libros y artículos publicados, la lucha de clases comenzó en Venezuela desde el mismo momento de la invasión española.
Desde hace siglos en Venezuela, los miembros de la clase o bloque dominante, fuesen colonialistas, mantuanos o burgueses, trataron de inducirle al bloque dominado o subalterno el sentimiento de que ellos eran inferiores en todo sentido, que su destino natural era servir a los poderosos. Una parte de dichos dominados internalizó un sentimiento de inferioridad, que quedó expresado en diferentes refranes populares tales como: “negro es negro y su apellido es mierda”, “aunque la mona se vista de seda mona se queda”, “cuando un blanco ta’ comiendo con un negro en compañía, o el blanco le debe al negro o es del negro la comía”, “indio con palo no vuelve”, etc., etc.
Muchos y muchas aceptaron someterse y servir a sus verdugos, como lo demuestran los dos millones de personas populares que sufragaron por el candidato burgués en la elección presidencial del pasado 7 de Octubre; pero otros y otras se negaron y se siguen negando a doblegarse al enemigo de clase, siguiendo el camino de la rebelión política. Ejemplo de ello son los 8.264.000 votos obtenidos por la candidatura del Presidente Chávez.
Las primeras luchas por nuestra emancipación del imperio colonial español y nuestra libertad, están evidenciadas por los alzamientos de indios, negros y mestizos que comenzaron desde el mismo siglo XVI. Los peninsulares y mantuanos criollos proclamaron la independencia de Venezuela de la monarquía española para su propio beneficio como clase social, cabalgando sobre la onda libertaria levantada por los venezolanos pobres e insurgentes que no querían seguir siendo siervos o esclavos de la burguesía mantuana. Nuestra independencia fue posible, en aquellas circunstancias, gracias al genio del Libertador Simón Bolívar quien sí supo entender la profundidad histórica de aquellos movimientos sociales populares y trató de gobernar convirtiendo en leyes la sabiduría cultural, social y política que de ellos emanaba. Por eso las burguesías, tanto la neogranadina como la venezolana, empujaron cruelmente al Padre Bolivar hacia una muerte temprana para imponer su voluntad y su poder sobre los movimientos populares emancipadores.
Durante los siglos XIX XX, la opulencia de la burguesía venezolana contrastaba con la pobreza y la miseria generalizada del 80% de la población venezolana. La población de nuestro país que era de 850.000 habitantes en 1830, apenas creció en siglo y medio para alcanzar 3.5 millones en 1941. Causa: la alta mortalidad infantil, de mujeres parturientas, de adolescentes, la baja esperanza de vida en los adultos debido a la desnutrición, el paludismo, la tuberculosis, el tifo, las enfermedades infectocontagiosas, el analfabetismo, la ignorancia generalizada, en suma la miseria y la pobreza que conformaban las armas de la burguesía para mantener a la población bajo su dominio material e ideológico.
Para revertir esa tendencia perversa, el gobierno democrático de Medina Angarita hizo una importante inversión en educación, salud y vivienda entre 1941 y 1945, para lo cual aumentó la participación del Estado venezolano en la renta petrolera, pero la burguesía que ya estaba organizada en Fedecámaras, apoyada por el Imperio y las petroleras extranjeras (Standard Oil, Creole y Shell, entre otras), por los partidos Acción Democrática y Copei y por el sector pentagonista del Ejército venezolano, derrocaron ese gobierno que era considerado como demasiado “comunista” por el fundamentalismo anticomunista de Washington.
El pueblo venezolano rebelde no cesó, durante en siglo XX, en la lucha por su emancipación. Tuvo que mimetizarse en adeco, uerredeco o copeyano o asumirse abiertamente como rebelde militando en el Partido Comunista Venezolano. Paralelamente, el pueblo armado que estaba en las filas del ejército también comenzó a prepararse para sacar del poder a la burguesía. A pesar de la derrota táctica que sufrió el movimiento cívico militar el 23 de Enero, a pesar del fracaso de la lucha armada en los años sesenta y de la traición de muchos de sus líderes autoproclamados como de “izquierda”, la semilla de la rebelión popular ya estaba sembrada en suelo propicio.
Las nueva explosión de la rebeldía popular cívico popular del 27 de Febrero de 1989 y de las rebeliones militares del 4 de Febrero y del 23 de Noviembre de 1992, sacudieron la base del dominio burgués cuarto republicano, propiciando el triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998, hasta el presente. El comandante Chávez le dio contenido cultural, político, social y económico al proceso histórico de rebelión popular venezolano que había comenzado a manifestarse desde el siglo XVI, concretando historicamente su carácter de lucha de clases. Por eso es que la burguesía habla de un país dividido el cual seguirá dividido hasta que logremos quebrar definitivamente el odio reaccionario, racista y fascista que clase burguesa y el imperialismo han logrado inocular en el segmento minoritario de la población venezolana que les apoya. Debemos luchar sin tregua y con inteligencia para convertir la presente victoria de 55% de votos en un 70 u 80% de la voluntad popular.
Por eso es que no puede haber conciliación con las cúpulas de la derecha cuya meta es desmantelar la Revolución Socialista Venezolana, sino, por el contrario, profundización a fondo de las políticas sociales de la revolución bolivariana. El odio racista que puebla el imaginario de la derecha, tanto venezolana como transnacional, ha inducido en las personas un estado de insanía mental que difícilmente podrá ser sanado en esta generación o la siguiente. Esa percepción torcida de la realidad los lleva a considerar como “monos” o subhumanos a los más de ocho millones de venezolanos que votamos por Chávez, a quien ellos llaman el “mico mandante”, al igual que los nazis consideraban a los judíos como “untermenschen” para justificar su exterminio físico. Eso explica por qué asesinan a nuestros dirigentes campesinos o a los chavistas que celebraban la victoria electoral del 7 de Octubre en Maracaibo: según ellos, los animales chavistas no tienen dolientes.
Algunos miembros de la derecha venezolana quieren diálogo, proponen el fin de la negación ciega de los grandes logros de la Revolución Bolivariana, porque han comprendido que ese odio social ya no tiene futuro político. Si quieren incorporarse al campo socialista, estudiemos su oferta cuidadosamente, no vaya a ser un caramelo envenenado. Si acaso un eventual diálogo conduzca a una cierta paz social, para preservarla hay que quitarle a la serpiente mediática burguesa los colmillos con los cuales inoculan cotidianamente su veneno de odio en las mentes de los venezolanos y venezolanas. Para lograr ese mismo fin deberíamos desarrollar una cultura que rechace la que ha creado la industria cultural transnacional, la cual contribuya a crear y consolidar el imaginario de la revolución. Y la paz,
El socialismo, dicen Marx y Lefebvre, es la verdadera apropiación de la especie humana por todos los hombres y mujeres para todos los hombres y mujeres sin exclusión, para construir su carácter social, humano. Para ello es necesario que los dirigentes de la Revolución Bolivariana, ahora que enfrentamos la proximidad de las elecciones de gobernadores y alcaldes, comprendan y acepten que las necesidades de la vida cotidiana son la fuerza cohesionadora de la vida social, incluso en la sociedad burguesa, y que es la vida cotidiana y no tan solo la vida política, la que forma el vínculo real entre las personas.
La batalla que se aproxima no radica únicamente en darle a la gente bienes materiales. Hay que diseñar políticas y prácticas culturales revolucionarias que formen y consoliden el imaginario, la ideología de la revolución socialista venezolana. Si no lo hacemos, estaremos otra vez arando en el mar….
Es necesario que los dirigentes de la Revolución Bolivariana emulen al Presidente Chávez y se dediquen a estudiar críticamente la historia de la sociedad venezolana y promuevan la construcción una historiografía que legitime la gesta revolucionaria. El socialismo no consiste en la negación abstracta de toda la historia precedente, sino que es, por el contrario, su resultado lógico, por lo cual debemos atesorar lo valioso del patrimonio cultural que fue creado por siglos, resemantizandolo, dándole en el presente una nueva significación cualitativamente nueva para ayudar a los hombres y mujeres a regresar a sí mismos, a ser ellos mismos como colectivo soberano.
Las clases sociales no se pueden definir solamente desde la óptica económica. Una clase se define también por la ideología. La falsa conciencia, dijo Marx, radica en que se acepte como propia la ideología del bloque o clase dominante, la burguesía que oprime, cuando en realidad las condiciones materiales en las cuales se vive son de pobreza o de precariedad. Como podrían decir los dos millones de pobres que votaron por Capriles: vivimos materialmente en condición precaria, somos explotados y no somos propietarios de nada excepto de nuestra fuerza de trabajo, pero nos sentimos como burgueses iguales a ellos. Esa es una realidad que el gobierno bolivariano no ha enfrentado y que es vital en esta nueva fase. Una revolución socialista es un hecho cultural, debe formar una nueva manera de vivir en colectivo. Por ello proponemos que en esta nueva fase de gobierno bolivariano, se haga realidad la vieja aspiración de muchos revolucionarios y revolucionarias que luchamos y trabajamos desde hace décadas en el campo de la cultura: la convocatoria a una Constituyente Cultural que defina, vía un debate democrático, las grandes tesis y objetivos culturales de nuestro modo de vida socialista bolivariano, que deben ser alcanzadas en el Programa de La Patria propuesto a la Nación por el Comandante Presidente Hugo Chávez Frías.
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