Habitual o coloquialmente se dice que “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Pero también es cierto que toda regla tiene su excepción. Que usted, siendo muy joven haya llegado dónde ha estado, incluyo la circunstancia que nuestro indiscutible líder le haya escogido de candidata a una gobernación habla muy bien a su favor. Por lo que ha pasado, estar al lado de ese personaje tan trascendente, grande y gozar de su confianza, es indicio significativo acerca de lo que usted vale. Pero ha sido tambièn una valiosa oportunidad para aprender hasta aceleradamente.
Pero aún así, “el diablo sabe mucho por viejo”. Haber visto muchas cosas y sobre todo de alguna manera haber estado envuelto en ellas, deja mucho en uno. Por algo Kotepa Delgado, tenía como consigna permanente en sus artículos la de “escribe que algo queda”. Quien algo lee, aunque poco, ve o escucha, por muy poquita cosa que sea, algo se le pega.
La vieja izquierda – voy a referirme básicamente a la experiencia electoral y discursiva – tenía la pésima manìa, mal hábito o inadecuada metodología, que nunca veía a su alrededor y mucho menos a lo que le quedada cerca. Nuestros oradores eran capaces y hasta brillantes, en hacer discursos en barrios, ciudades y hablar por horas del socialismo, las teorías de Marx, la bondad de la sociedad por venir, mientras el lodo o agua desbordada de las cloacas, sobrepasaban la tarima, les llegaban a las rodillas y pocas veces se percataban; por lo menos, en sus discursos aquello parecía no llamarles la atención o no merecía le prestasen importancia. Dentro de aquella “intelectualización” de la política o por repetir cansones estribillos, les parecía como vulgar hacer mención a ese inconveniente de la vida cotidiana de los seres humanos a quienes hablaban. La cosa era peor cuando los compañeros, al final del discurso, le palmoteaban las espaldas y le decían entusiasmados “te la comiste”. Para ellos era igual hablar en Guiria o Bailadores, el discurso, etéreo y lleno de generalizaciones y hasta lugares comunes, era el mismo.
Candidatos presidenciales nuestros – voy a omitir nombres por razones nada difíciles de entender – llegaban a ciudades o pueblos, como solemos decir en criollo, en pelo. Sin saber nada de lo que en ellas o ellos sucedía, de sus problemas, calamidades, carencias, etc. Por eso, sus discursos y declaraciones a los periodistas, quienes hacían preguntas específicas, como ¿de qué manera resolverá los asuntos tales o cuales?, no hacían otra cosa sino evadir la respuestas y salir por la tangente con respuestas abstractas y ofertas a futuro, llenas de idealismos o consignas demasiado manoseadas.
Eso, querida compatriota, junto a otras cosas que usted bien conoce, contribuían a alejarnos del fervor popular y, que de las urnas, escuàlidos brotasen nuestros votos.
Hoy viernes, he escuchado los discursos de casi todos los compatriotas que acudieron a registrar o inscribir sus candidaturas en el CNE. Entre esos escuché el suyo, después de hablar un muy importante dirigente nacional. Usted me hizo recordar a aquellos compañeros candidatos de antaño. Pero aquellos, no estaban en el gobierno, carecían de los medios para informarse a tiempo y con prontitud de la problemática de las comunidades donde debían hablar y hasta estaban atrapados en una concepción metodológica de hacer política que superamos hace ya unos cuantos años y que como dijimos, pensaba que hablar de los intereses inmediatos de la gente era insignificante y hasta populismo .
Si pienso gobernar una comunidad y, como ella espera respuesta a sus problemas, al rompe debo dar muestras de estar al tanto de sus calamidades, potencial, reclamos. No puedo hablar haciendo abstracción, por no decir ignorar, de sus intereses y aspiraciones inmediatos.
No puedo quedarme inerme, que la gente observe como el agua me llega al cuello sin que nada haga por evitarlo, mientras ofrezco “tomar el cielo por asalto”.
Si ese proceder caracteriza a opositores, allá ellos. Mejor así. Pero no podemos consolarnos con ello.
Sólo espero que este consejo de viejo, no de diablo, le sirva para la próxima. Le deseo muchos éxitos y no de manera irónica, pues el triunfo suyo será mío. Voy a celebrarlo con euforia.