La movilización popular acentúa logros de la Revolución



La masiva manifestación de protesta protagonizada por diferentes movimientos rurales en Caracas el pasado 11 de julio en apoyo del liderazgo indiscutible del Presidente Hugo Chávez y en rechazo a la ineficiencia burocrática y a los asesinatos de más de ciento treinta dirigentes campesinos, hace ver que sólo la movilización popular podrá acentuar las conquistas del proceso revolucionario bolivariano. Luego del fracasado golpe de Estado fascistoide del 11 de abril de 2002, las masas populares han estado reaccionando de manera coyuntural, haciendo posible la defensa de la gobernabilidad en manos de Chávez, quien las motiva y les abre las puertas al protagonismo y a la participación, labor sumamente descuidada por partidos, movimientos sociales y gobiernos locales, más inclinados a la representatividad puntofijista que al cambio estructural revolucionario. Sin embargo, esta reacción popular –todavía subordinada a esquemas del pasado- es la que ha facilitado que se acepte la realidad del proceso revolucionario bolivariano como un hecho irreversible, lo cual sirve de muro de contención a la estrategia desestabilizadora estadounidense, y se genere un debate aún en ciernes sobre lo que sería el socialismo del siglo XXI.


A pesar de ello, existe cierta desconexión que no puede obviarse entre la amplia mayoría y quienes representan a partidos políticos, movimientos sociales y gobiernos locales autodenominados chavistas, bolivarianos o revolucionarios, y entre éstos y el Presidente Chávez. Tal desconexión le permite a los sectores opositores más recalcitrantes insistir en encallejonar al gobierno de Chávez para que se dude de sus intenciones y de su legitimidad democrática, de modo que se produzca su aislamiento internacional y, con esto, justificar el intervencionismo unilateral o multilateral, con tropas de Estados Unidos a la cabeza. En este sentido, debieran tomarse en cuenta las diversas experiencias vividas por los pueblos de nuestra América, especialmente de Argentina, Ecuador y Bolivia, para frenar el entreguismo y la corrupción de sus elites gobernantes. En medio de las concesiones, dudas y retrocesos de aquellos que debieran guiarlos, las masas populares han respondido con acciones contundentes, de contenido reivindicativo y revolucionario más radicales, que los superan y minimizan.


Por eso, movilizaciones como la efectuada por los campesinos en Caracas, intimidan el conservadurismo casi genético de algunos que se hacen llamar revolucionarios. Saben o adivinan que si estas movilizaciones populares se repitieran y extendieran por toda la nación, exigiendo mano dura contra el burocratismo, la corrupción y la reacción, difícilmente seguirían identificándose con la revolución bolivariana. Y esto por una verdad elocuente: no son revolucionarios y cualquier subversión del orden establecido es para ellos simple herejía. Pero la amplia mayoría –contrario a ellos- no hace caso omiso del mensaje de Chávez y trata de plasmarlo a favor de la profundización del proceso revolucionario.


Según Raúl Zibechi, periodista uruguayo, “poner la fuerza social organizada al servicio sólo de la gobernabilidad, como hacen las izquierdas institucionales del Continente, se ha convertido en sinónimo de sumisión a los grupos dominantes. Las elites sólo escuchan, sólo entran en razón, cuando ven las calles desbordadas de gente”. Esto es más o menos lo que ocurrió en otros ensayos revolucionarios latinoamericanos, amenazados desde fuera y desde adentro por fuerzas retrógradas que supieron aprovecharse del desinterés creciente de las bases populares al hacerse a un lado el protagonismo y la participación que se les asignara inicialmente. Aunque las posibilidades lucen remotas, siempre será necesario organizar y movilizar al pueblo en defensa de su autodeterminación. Frenarlo sería seguirle el juego a la contrarrevolución.-



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Homar Garcés


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