Con el sol de los venados alcancé al corazón para Anzoátegui en las afueras de El Tigre, por Los Rosales II, donde la arena de la Mesa de Guanipa silencia los pasos de la multitud y los vientos alisios borran las sendas de los caminos que, como dijo el poeta, se hacen al andar. Hasta la puerta de una casa en obra gris acompañé a Aristóbulo Isturiz. El candidato del pueblo entró a conversar con una mujer humilde. Ella le dijo que, como tantos, también era “forastera”, y dibujó con los dedos índice y medio de ambas manos las comillas en el aire. Había venido a la ciudad petrolera en busca de trabajo, como llegaron también los fundadores, aquellos hombres y mujeres que Miguel Otero Silva inmortalizó en Oficina N° 1, gente que huía de las Casas Muertas.
Al escuchar la palabra “forastera” con la que se autodefinía, sonreí por la aguda ironía popular. La gente del pueblo está más informada de lo que la oposición cree. Aquella mujer sabe que la derecha bautizó con ese adjetivo la candidatura revolucionaria. Aristóbulo ni pendiente, con ese humor caribe y venezolano que hace de sí mismo el primer motivo de su risa y su aplique. Llamar a alguien jorungo, musiú o forastero en un estado petrolero, es como decirle lluvia al aguacero o invocar a Fuenteovejuna, donde todos a una somos la misma gente “sobre la misma tierra”.
A quienes combinamos el Algebra de Baldor y La Tierra y sus Recursos con las novelitas vaqueras de Marcial La Fuente Estefanía, el vocablo “forastero” se nos familiarizó desde la adolescencia, cuando un cowboy de seis pies cinco pulgadas entraba a un pueblo levantado en medio de la nada, entre los desiertos de Arizona y Nuevo México, mirando de reojo a los paisanos que también lo miraban de reojo. Les juró que Aristóbulo no llegó así a Puerto La Cruz y si el candidato de la derecha lo miró de reojo, fue por otras preocupaciones que tienen que ver más con los números de los sondeos que con la aparición de un personaje escapado de las más hostiles soledades del Lejano Oeste.
La candidatura de Aristóbulo le movió el piso a la MUD, como la aparición de Buffalo Bill en las puertas batientes de la cantina estremecía todo el salón de la rubia Katty. Sólo que el candidato bolivariano no traía al cinto un par de Colts 45, ni mucho menos una carabina 30-30, de las que portaban los rebeldes de la Revolución Mexicana que seguían el trote de Siete Leguas, “el caballo Villa más estimaba”. Fue la trayectoria política de Aristóbulo Isturiz, sus luchas al lado del pueblo, su larga hoja pedagógica desde su condición de maestro de escuela, su arduo trabajo como vicepresidente de la Asamblea Nacional Constituyente y su labor legislativa, la que sembró preocupación en el hoy desbandado bando opositor.
El forastero Billy The Kid, inmortalizado por sus pistolas en la vida real, y por Jorge Luis Borges en su Historia Universal de la Infamia, se hacía conocer de manera estruendosa y cruenta. El candidato de la patria para Anzoátegui lo hace llevando sus propuestas hasta el último poblado de nuestro estado, tierra bendecida por el Dios de las aguas, con el mar Caribe al norte y el portentoso Orinoco al sur. Y la gente de los pueblos dice: “Por aquí pasó Aristóbulo, aquí estuvo y en ese chinchorro se tomó un café”. Y afuera llueve. Y sin que termine de escampar, el maestro de escuela, el pedagogo, sigue su camino llevando el mensaje de transformación y esperanza de la revolución bolivariana, pueblo y corazón adentro.