Esta ciencia social, a través de un metalenguaje apoyado por inefables banqueros, empresarios y dirigentes del comercio internacional, ha logrado manejar a los pueblos atemorizándoles con la política del terror económico.
LA ECONOMÍA es una ciencia social; no es una ciencia exacta; sobre ella se puede opinar libremente con ideas subjetivas, aunque de preferencia es sano y recomendable hacerlo con buena información mediante. Las matemáticas, en cambio, son exactas, por lo cual tener opiniones discrepantes sobre ellas resulta, al menos, discutible. Por eso me ha llamado la atención –desde aquellos años en que cursaba la enseñanza media- que economistas, políticos y empresarios gusten aplicar números y porcentajes a una ciencia que, en honor a la verdad, tiene tanto de exactitud como el pronóstico del tiempo.
A fin de cuentas, si hablamos de Economía estamos hablando, lisa y llanamente, de dinero, de negocios, de transacciones y cambalaches, asuntos que vienen ocurriendo desde los años que se encuentran en el fondo último de la Historia, cuando el primer hombre (¿o fue mujer?) decidió ofrecerle a su vecino un trueque de animales o utensilios que podía ser conveniente para ambos. De allí en más, el cambalache, el comercio y luego el mercantilismo, se adueñaron de tiempos y gentes transformándose en un mal necesario, ya que sin él difícilmente se podía mejorar la condición de vida.
Estas acciones aun no alcanzaban el grado de ‘ciencia’… eran todavía simplemente ‘negocio’, trueque, factoría, cambalache, compra y venta. Fue así que babilónicos, fenicios, egipcios, griegos, persas, romanos, chinos, indios, nipones, aztecas, incas, vivieron y prosperaron de esa laya durante siglos, hasta que en Inglaterra apareció un académico que le otorgó dignidad científica a este accionar y allí el quid del asunto se transformó radicalmente.
Aunque no necesariamente para mejor, pues ni siquiera el afamado Adam Smith –ya en pleno siglo XVIII- se percató de que algunas transacciones y comercializaciones podían ser indexadas o desindexadas, o variar del interés simple al interés compuesto, terminachos que surgieron en la segunda mitad del siglo veinte, pronunciados por eméritos economistas que de científicos tenían poco, aunque sí poseían mucho de políticos.
A mister Smith le sucedió David Ricardo, a este le siguieron después los fisiócratas franceses… y así, de teórico en teórico la economía se fue nutriendo de conceptos e ideas que defendían una determinada postura social y gubernamental, hasta que Karl Marx deshojó la margarita cuando a esta ciencia inexacta le dio el toque político-sociológico que aún hoy mantiene en vilo a gobiernos, empresarios y diletantes. La Economía es, entonces, un asunto netamente político, y pareciera que no cabe discusión al respecto.
Esa última conclusión se asienta en un hecho irrefutable. Esta ciencia, a través de un metalenguaje apoyado por inefables banqueros, empresarios y dirigentes del comercio internacional, ha logrado manejar a los pueblos atemorizándoles con la política del terror económico. En Chile el asunto fue más lejos. Politicastros de pelajes variopintos decidieron inventar una profesión desglosándola de la inexacta Economía, y para darle cierto aire de infalibilidad le bautizaron con nombre ingenieril (agregándole el apellido “comercial”) a objeto de intentar convencer a los ciudadanos y usuarios de que las materias inherentes a esa profesión eran exactas, inmutables y no discutibles. Lo triste, lo trágico, es que lo lograron.
Y aquí estamos. Subsumidos en un mundillo falso, bajo un escenario que ha servido de ‘mano del gato’ a los poderosos y patrones para sacar del fuego las castañas que ellos mismo lanzaron a las llamas, pues se trata que esta nueva “carrera universitaria” le añada cientificidad al lucro económico que el empresariado nacional ha obtenido merced al constante abuso del ejercicio académico que esta ciencia social ha venido prohijando desde las épocas de Smith, Marx y Keynes., lo que equivale a decir, en buen castellano, desde los siglos XVIII, XIX y XX, respectivamente. Si en algo los chilenos hemos sido pioneros, es en esto: en la ‘invención’ de la Ingeniería (¿?) Comercial.
Volvamos a la ciencia madre, la Economía. Transcribo la opinión de un especialista en el tema, cuyas líneas pueden ser recogidas del portal “Historia de la Economía” (www.robertexto.com), ellas nos dicen lo siguiente: Desde el año 1970 se respira un ambiente de incertidumbre en la ciencia económica. Los economistas han perdido la confianza en su propia ciencia, primero por la aparición de la estanflación (existencia simultánea de estancamiento económico e inflación), que contradice las conclusiones de la economía keynesiana, y segundo, por la proliferación de escuelas de pensamiento tan divergentes como la economía radical, la economía evolucionista, la economía austriaca, la economía poskeynesiana, la economía del comportamiento, el monetarismo, la nueva macroeconomía clásica, la economía neokeynesiana, la economía de los costes transaccionales y el nuevo institucionalismo.
Todo lo anterior (es mi apresurado parecer), redundaría finalmente en que los gobiernos y los medios de comunicación (alentados por interesadas sugerencias de banqueros, especuladores y financistas) le han otorgado a la Economía cualidades que en estricto rigor no posee, transformándola en un semidios, en una entidad fantástica que puede -por sí sola- regir las vidas de las naciones; ergo, la han convertido en un fin en sí misma, y no en un adecuado medio para intentar explicar cómo se pueden satisfacer necesidades de bienes y servicios ante una oferta escasa y una demanda alta.
Por ello, cuando las autoridades políticas manifiestan que “la Economía del país ha crecido en equis porcentaje”, ¿a qué se refieren realmente? ¿A que el país en su conjunto (es decir, usted, usted también, yo y el resto) experimentamos un mejoramiento en ingresos y capacidad disponible para adquirir bienes y servicios que satisfagan nuestras necesidades económicas? ¿O se refieren (y es lo que yo creo) a que esa ciencia social llamada Economía es quien –como cuerpo aislado de la sociedad real- sigue aumentando de tamaño y de poder, independientemente de los humanos que mayoritariamente la engordan mediante sus esfuerzos y carencias?
Me quedo, para finalizar estos subjetivos comentarios, con la asertiva opinión del economista ya citado en líneas anteriores: el resultado es que la teoría moderna de precios tiene una importante laguna, y nos recuerda que la economía sigue sin poder explicar las pautas de conducta de las grandes empresas de los países industrializados.
Y, claro… así es, pues ello lo ‘explica’ solamente la política, o mejor dicho, los políticos, según sean los intereses económicos que estos representan (o según sean aquellos a los cuales sirven en calidad de mayordomos bien pagos).
Así, cuando escucho a ministros, parlamentarios y/o locuaces analistas aseverar que “la economía chilena continúa su ritmo de crecimiento”, me asaltan los temblores de hombros pues soy consciente de que ese mentado crecimiento no dice relación con el bienestar de la población sino, por el contrario, es el síntoma inequívoco del afianzamiento de un grupo pequeño de capitalistas y propietarios de medios de producción que se satisfacen por solidificar sus posiciones de poder -por sobre una sociedad obnubilada y quieta- merced a la “venta de demagogia” que el establishment realiza mediante el uso de metalenguajes que no se condicen con la realidad.
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